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IV

LA OFENSIVA ANTIDINASTICA

 

En el semanario ¡Despertad!, de Vigo, segunda época, que a partir de abril de 1928 había reemplazado a El Despertar Marítimo; y en Acción Social Obrera, de San Felíu de Guixols (Gerona), que reapareció el 14 de julio del mismo año como órgano de los sindicatos confederales de aquella comarca, se produjeron interesantes polémicas para la historia confederal. Es necesario ocuparse de ellas para tener un impresión fidedigna del clima moral en que se desenvolvían los militantes anarcosindicalistas.

En el primero de estos periódicos Angel Petaña había publicado una serie de artículos ("Situémonos") cuya tesis consistía en definir a la C. N. T. como "contenido" y no como "continente". Es decir, que no era expresión de principios permanentes, sino que "podía adaptarse a toda clase de principios". Desde Acción Social Obrera, Peiró calificó la tesis de desviacionista:

"Los congresos confederales pueden modificar todos los principios de la C. N. T. -decía- que se estimen de necesaria modificación. Lo que no puede hacer ningún congreso es negar los principios que son base esencial, el fundamento y la razón de ser de la C. N. T.: el antiparlamentarismo y la acción directa."

Respaldaron el correctivo de Peiró importantes militantes como Buenacasa y Eusebio C. Carbó. La F. A. I., por su lado, contribuyó con una declaración (diciembre de 1929) que atacaba el neutralismo ideológico en el movimiento obrero y defendía la influencia anarquista en el seno de la C. N. T. como una especie de derecho adquirido.

Entre las acusaciones de Peiró contra Pestaña las había referentes a la supuesta simpatía de éste por los comités paritarios. Reprochábale haber puesto "sus pecadoras manos" en la propagación de estos organismos ("Negáis que no se explota el nombre de la C. N. T. y el adjetivo de militante de la Confederación para realizar esa desviación y yo afirmo que quien impulsa la sindicación profesional y propugna la aceptación de los comités paritarios es el mismo Comité de la Confederación Nacional del Trabajo").

En otoño de aquel mismo año el Comité Nacional de la C. N. T. al hacer pública su dimisión publicó en ¡Despertad! una especie de informe en el que proclamaba poco menos que la defunción orgánica de la organización. Este infeliz documento suscitó la indignación de muchos militantes. Otro documento escandaloso fue un manifiesto del mismo comité dado al caer la dictadura. Se les señalaban a sus supuestos redactores (el Comité Nacional) contradicciones como las siguientes:

1) "Somos, pues, los que ansiando la igualdad de derechos individuales y la solidaridad humana y la más completa libertad del hombre, queremos sustituir al capitalismo por la acción ordenada de los sindicatos, y al Estado por la independencia de las colectividades social, política, ética y económicamente libres, o solamente vinculadas por su libre iniciativa y voluntad."

2) "El sindicalismo español no es indiferente a los actuales problemas nacionales, y en su virtud, debe afirmar ante el país su resolución de intervenir con los medios que le son propios, coherentes con su ideología, su significación histórica y sus antecedentes, en el proceso de revisión constitucional iniciado y que debe conducir necesariamente a una nueva estructuración política y jurídica del Estado español, dentro del cual, sus componentes. como hombres, como ciudadanos y como clase social organizada, hemos de convivir y utilizar sus preceptos para laborar con la mayor eficacia por el triunfo de los ideales igualitarios que defendemos."

El Comité Nacional tuvo que declarar que el manifiesto no era específicamente suyo sino de una ponencia del Pleno de Regionales del 16 de febrero de aquel mismo año, compuesta por los representantes de Asturias, Aragón, Levante y un miembro de aquel comité. Señalaba la aclaración que "el expresado apoyo al país para que sean convocadas unas Cortes Constituyentes quiere significar que éste será en un momento de acción a la calle y con los medios que le son propios al sindicalismo revolucionario ". Y añadíase: "Queda bien entendido, pues, que en momento alguno, ni antes ni después de redactar el manifiesto, puede haberse entendido que la C. N. T. haya pensado ni por asomo en apoyar al país en las urnas ni apoyar candidatura de ninguna especie ... "

Desaparecido el obstáculo de la dictadura, en un domingo precozmente primaveral se celebró en Barcelona el primer mitin de importancia nacional organizado por la C. N. T. La concurrencia fue imponente, El Teatro Nuevo estaba abarrotado de público y muchos centenares de obreros que no podían penetrar en el local se desparramaron formando densos grupos por el popular Paralelo. A pesar de la coacción material del delegado del gobernador, los oradores (Sebastián Clara, Juan Peiró y Angel Pestaña) hicieron el proceso de la represión anticonfederal, solicitando la reapertura de los sindicatos y la extensión de la amnistía a los presos sociales.

Por malevolencia o capricho de los magistrados, dada la 'índole violenta de sus delitos, muchos presos anarcosindicalistas habían sido clasificados como comunes. La amnistía promulgada el 6 de febrero, bien que extensiva a los presos políticos y sociales, era reticente en cuanto a los presos encasillados como de derecho común por el arbitrio de los tribunales.

Decía en un vibrante manifiesto el Comité Nacional Pro Presos: "A duras penas han podido salir de los presidios unos, cuantos presos políticos pero quedan entre rejas los sociales, quedan los que en momentos de duras pruebas cayeron vencidos como héroes ... ".

En cuanto a la legalización de los sindicatos, antes de tomar una decisión el ministro de la Gobernación, general Marzo, quería saber a qué atenerse respecto a las futuras. orientaciones de. la C. N. T. A este efecto despachó a Barcelona al director general de Seguridad, general Emilio Mola, el cual nos ha legado, en su libro Lo que yo supe, un interesante testimonio de su gestión:

"A las siete de la tarde día 4 de abril de 1930, acudí al despacho del general Despujols (gobernador civil de la provincia de Barcelona), al que encontré solo, puestas sus gafas de concha, leyendo unos papeles; inmediatamente me acompañó a una salita reservada donde ya aguardaba el líder del sindicalismo español Angel Pestaña. Este me pareció un hombre de treinta y cinco a cuarenta años, más bien alto, cenceño, nariz afilada, mirada recelosa e inquisitiva, afeitado, de movimientos torpes, palabra fácil, un poco impregnada del dejo catalán; vestía con pulcritud, ,dejando entrever con cierta habilidad su condición de trabajador, procurando guardar durante toda la visita una actitud extremadamente correcta. Tras unos brevisimos instantes de silencio, en que nos examinamos mutuamente, inicié la conversación, diciéndole que era resolución firme del gobierno reintegrar la vida nacional a la normalidad, por lo cual serán autorizadas en lo sucesivo las sociedades y propagandas de todas clases, siempre y cuando cúmplanse los requisitos marcados por las leyes. Ahora bien, que yo quería saber los propósitos, las aspiraciones y los métodos que iba a seguir la C. N. T., así como las relaciones que pensaba mantener ésta con las demás organizaciones obreras, y si los directivos persistían en la misma ideología de siempre o proyectaban desviarse hacia el campo comunista. Angel Pestaña, acostumbrado a interrogatorios de esta índole -que no siempre deben ir acompañados de buena fe en el que pregunta-, se mostró en un principio desconfiado, al punto de no decir más que hosquedades, que ni a mí me sacaban de dudas ni a él mismo satisfacían; sin embargo, poco a poco fue manifestándose más explícito, sin llegar a ser sincero. Y es que los hombres batalladores, acostumbrados a las actuaciones secretas, a las persecuciones, no siempre fundadas, y a ser traicionados constantemente, dudan de todo y de todos. Según él, la Confederación quería salir de la clandestinidad en que se había visto forzada a vivir durante la dictadura, con objeto de actuar a la luz pública, pues la organización anarcosindicalista tenía tanto derecho a la vida como las demás; en cuanto a sus aspiraciones, no eran otras que conseguir para la clase trabajadora aquellas reivindicaciones a que en ley de derecho era acreedora como elemento productor, acabando con el capitalismo que representaba la explotación feroz del hombre por el hombre; desde luego comprendía que tal problema no era posible resolverlo en corto plazo, pero se imponía la gestión continua y la presión constante para ir avanzando poco a poco, ya que las treguas en la lucha sólo sirven para que la burguesía tomase muchas medidas defensivas y represalias; en cuanto a métodos a seguir, no sabía más que uno: la acción directa. Y la clase trabajadora libre, consciente, con pleno derecho para resolver sus pleitos, sin intermediaros ni tutelas. Los comités paritarios no les interesaban. "No nos interesan -me dijo- porque son contrarios a nuestra táctica sindical. Los comités paritarios son una monstruosidad, o por lo menos nosotros lo entendemos así. Tienen además, una organización y un funcionamiento absurdos. Los presidentes, elementos ajenos al pleito entre el capital y el trabajo, no saben de nuestras costumbres ni tienen interés en saberlas, y generalmente se dejan guiar por la representación patronal; los miembros obreros, como perciben un sueldo remunerador, pierden el hábito del taller y olvidan las necesidades de sus compañeros; no los defienden... ¿Para qué más explicaciones? La Confederación no puede transigir con la llamada organización corporativa." El líder sindicalista evitó con hábil discreción toda conversación sobre la U. G. T. y el Sindicato Libre; tampoco le interesaban. Luego prosiguió diciéndome que no era un secreto que el comunismo nacido de la III Internacional tenía sus partidarios entre los afiliados a la C. N. T., pero que él, por cuestiones de principios, pertenecía a un sector de opinión muy distinto; era enemigo de toda clase de dictaduras, de ricos y de pobres, de intelectuales y de analfabetos, de curas y de laicos... Por otra parte, la C. N. T. era, como organización, radicalmente apolítica; sus militantes particularmente, podían ser lo que les viniese en gana. "Ya se -añadió- que se ha dicho por ahí, no importa dónde, ni cuándo, ni con qué fines, que existe inteligencia y compromiso con determinado sector político, y esto, sobre ser falso, es absurdo; basta conocer la historia de la C. N. T., su norma, su conducta. La Confederación no puede pactar ni con unos ni con otros, pero claro es que verá con mayor simpatía aquel régimen que más cerca la coloque de su ideal. Eso es todo..." 1

1 Tomado del libro Un año de conspiración, de Bernardo Pou y J. R. Magriñá, Barcelona, 1933. Muchos de los datos de este capítulo proceden de este libro.

La legalización de la C. N. T. se produjo el 30 de abril de aquel mismo año. Nos referimos a los estatutos presentados por el Comité Nacional. Cada sindicato debía hacer aprobar sus estatutos por separado. Pero en este terreno el gobierno siguió una política voluntariamente equivoca. Mientras en las capitales de provincia más importantes era autorizada la reapertura de los sindicatos, en las ciudades menos importantes y en la mayoría de los pueblos los peticionarios se estrellaban con la terquedad de los gobernadores civiles. En Cataluña era el caso de las provincias de Tarragona, Lérida y aun Gerona. En la misma Barcelona había un interés marcado en obstruir la normalización del Sindicato del Transporte. El marqués de Foronda, monárquico a machamartillo y enemigo empedernido de la clase obrera organizada, era la figura central de la Compañía de Tranvías y Autobuses de Barcelona, su magnate. En su mismo libro ya citado, el general Mola inserta unos párrafos muy alusivos al fondo de este problema:

"Don Mariano Foronda era monárquico, entusiasta y decidido partidario del régimen dictatorial, aun cuando no dejaba de reconocer sus yerros. Ante el nuevo estado de cosas estaba un tanto preocupado, pues temía que el pretendido camino hacia la legalidad se convirtiera en una difícil carrera de obstáculos; en lo político dependía de la actitud que adoptasen determinadas personalidades en lo social del programa que hubiesen trazado los dirigentes de la C. N. T., que en aquellos momentos trataban de constituir el Sindicato de Servicios Públicos Urbanos, paso fundamental para establecer el del Ramo de Transportes. "Con la sola lectura de la convocatoria -me dijo- se dará usted cuenta de la enorme importancia que esto tiene para el orden social, pues van tan sólo a preparar el frente único en todo el arte rodado y tener en su mano el poder paralizar completamente, cuando les venga en gana, los medios de transporte de la población con la huelga." "Con arreglo a la ley de organización corporativa -prosiguió-, y previa la formación de sindicatos profesionales, ha sido constituido nuestro comité paritario [el de los tranvías], que está funcionando en la actualidad. Pero esto, por lo visto, no basta a los dirigentes del Unico, pues quieren la unión de todos para formar el Ramo". Foronda tenía razón, mas ese era asunto que incumbía al gobernador civil, e incluso estaba indicado que el gobierno dictase normas; así lo hice presente. La organización "por ramos", en vez de "por oficios", daba a las organizaciones obreras una fuerza insospechada y ponía en manos de una pequeña Comisión toda la vida comercial e industrial de la región. Este pleito, con el de querer absorber la C. N. T. los sindicatos del puerto, fue el caballo de batalla durante todo el gobierno del general Berenguer, que luego he visto, aunque ya sin información directa, que también lo ha tenido la República. . . " 2.

2 Ibid.

Durante la dictadura se había organizado la Federación de Entidades del Puerto a base de los comités paritarios. Sus dirigentes eran antiguos militantes de la C. N. T. evolucionados hacia el burocratismo. Ante las perspectivas de normalización constitucional se emprendió la reorganización del antiguo Sindicato del Transporte que englobaba como simples secciones las de los tranvías, autobuses, carreteros, taxistas, chóferes y carga y descarga del puerto. Los dirigentes de las secciones del puerto, atentos sobre todo a las ventajas de su situación burocrática, se negaron a integrar el Sindicato del Transporte fingiendo una mística de independencia sindical. El gobernador civil y el gobierno, que compartían la doctrina antisindicalista del reaccionario Foronda, apoyaron con todas sus fuerzas la actitud de aquellos disidentes, y para que su colaboración fuese más eficaz se negaron rotundamente a legalizar el Sindicato Unico del Transporte. Siguióse de la intriga oficial una lucha fratricida de graves consecuencias. Las entidades autónomas del puerto, dirigidas por el renegado Desiderio Trillas, caciqueaban la contrata de mano de obra portuaria con evidente perjuicio de los trabajadores eventuales (era eventual casi todo el trabajo de carga y descarga de buques) de la fracción cenetista. La tensión, que envenenaba el hecho de saber a los "autonomistas" cómplices de las turbias maniobras de las empresas del transporte y gubernamentales, sacaba de quicio las cosas y hasta las pistolas por una parte y otra. Del lado confederal el nerviosismo era tanto más justificado si se tiene en cuenta la repercusión que el pleito tenía sobre la legalización del Sindicato del Transporte. Este Sindicato tuvo, al fin de muchos meses, que ser legalizado, pero los confederales más exaltados nunca perdonaron a Desiderio Trillas su sucio maniobreo con las autoridades monárquicas ni las victimas que por su actitud ocasionara a una parte y otra de los trabajadores enfrentados. Desiderio Trillas murió asesinado cuando la ola de terror que sacudió a Barcelona durante las primeras semanas del alzamiento militar de julio de 1936. Dueñas la C. N. T. y la F. A. I. de Cataluña, Trillas había intentado, sin eficacia, cubrirse con el escudo de la U. G. T., lo que comprometió todavía más su situación.

Repetimos que los estatutos de la C. N. T. (Comité Nacional) fueron legalizados por el gobernador Despujols el 30 de abril de 1930. Con ligeras variantes figuraba en los primeros artículos la declaración de principios, de finalidades y tácticas tradicionales:

"Artículo primero.-Con el título de Confederación Nacional del Trabajo se constituye en España una organización que se propone lo siguiente: a) Trabajar por desarrollar entre los trabajadores el espíritu de asociación, haciéndoles comprender que sólo por estos medios podrán elevar su condición moral y material en la sociedad presente y preparar el camino para su completa emancipación en la futura, merced a la conquista de los medios de producción y de consumo. b) Practicar la ayuda mutua entre las colectividades federadas, siempre que sea necesario y estas lo reclamen, tanto en casos de huelga como en cualquier otro que pudiera presentárseles. c) Sostendrá relaciones con todos aquellos organismos obreros afines, ya nacionales como internacionales, para la común inteligencia que conduzca a la emancipación total de los trabajadores.

"Artículo segundo.-Para la consecución de estos propósitos, la confederación y los sindicatos que la integran lucharán siempre en el más puro terreno económico, y resolverán sus diferencias y conflictos con quienes en ellos estén interesados; con la burguesía los de carácter económico; y los de carácter social y de orden y servicios públicos, con el gobierno o los organismos interesados en ello, despojándose por entero, además, de toda ingerencia política o religiosa."

Seguidamente, y según esta misma tónica, fueron legalizándose los sindicatos sin más novedad que los impedimentos que hemos señalado. Abiertos los centros empezaron a ponerse en movimiento las comisiones técnicas, las juntas, las asambleas y los Plenos. El 17 de mayo se celebró en Barcelona -que era la sede del Comité Nacional (calle Guardia, 12, principal) -el primer Pleno Regional de aquella nueva etapa. El acuerdo más importante fue el propósito de hacer reaparacer el periódico Solidaridad Obrera como diario de la mañana. Desde febrero de 1929 aparecía en Barcelona el semanario Acción como portavoz de la C. N. T. Los anarquistas específicos habían hecho aparecer Tierra y Libertad desde aquel mismo mes de mayo. Siguiendo una vieja tradición, en las principales capitales de provincia el periódico de la C. N. T. se titulaba también Solidaridad Obrera y era órgano de la respectiva Federación Regional: Milagro de asombrosa vitalidad, en dos meses se consiguió lo que parecía imposible: la reaparición del diario Solidaridad Obrera (director, Juan Peiró; administrador, Pedro Massoni; redactadores, Eusebio C. Carbó, Pedro Foix, Sebastián Clara y Ramón Magre), merced a préstamos y donativos, individuales y de los sindicatos. La C. N. T. de España ha sido abundante en estos y parecidos milagros. El artículo editorial aparecido en el primer número era un clarinazo de combate: "Viene [Solidaridad Obrera] a reafirmar de forma resuelta los postulados del sindicalismo revolucionario cuya finalidad inconfundible es el comunismo anárquico y cuya expresión más sustancial se halla en la lucha abierta contra le capitalismo y el Estado por medio de la acción directa del proletariado, por la acción revolucionaria encauzada hacía la estructuración de una nueva economía, por la cual los individuos son libres económica, política y socialmente. Viene también, como cosa inmediata, a defender la libertad sindical, el derecho de reunión y de huelga, negado escandalosamente por los gobernantes y por la ilegalidad encarnada no menos candorosamente por los Comités Paritarios, y viene, asimismo, a defender con bríos, con la audacia necesaria, las libertades individuales y colectivas, consignadas en el código fundamental de la nación, pero arrebatadas al pueblo desde que este código se promulgara. Viene, además, a romper esa densa capa de hielo gestada por la cobardía, ambiente que niega a España el titulo de país civilizado para catalogarla entre los países bárbaros en que la vida, la hacienda y la dignidad del individuo están a merced de bestiales mandarines. Viene resuelta, cueste lo que cueste, a acabar con la incivilidad que hoy impera en los presidios y cárceles españolas, a denunciar con valentía la inmoralidad erigida en reguladora de toda la máquina burocrática del Estado, a decir a grandes voces los atropellos e ignominias que caracterizan a las actividades de ciertos centros oficiales y a levantar airada protesta contra todos los que en estas horas históricas nos presentan a los españoles cual si fuéramos súbditos de la más embrutecida de las zonas africanas ... "

Solidaridad Obrera apareció el 31 de agosto; el 6 del mes anterior tuvo lugar una Conferencia Regional a la que concurrieron numerosos sindicatos, Federaciones Provinciales, Comarcales y Locales, así como Cuadros sindicales, estos debido, como se sabe, a que en las provincias catalanas los gobernadores civiles se negaban a legalizar a ciertos sindicatos. Pero simultáneamente a esta intensa labor reorganizadora un problema de primera importancia estaba en medio de la calle: el cambio de régimen secuela de la bochornosa dictadura.

La C. N. T. era el núcleo central que cuajaba en Cataluña y gran parte de España las actividades conspirativas y revolucionarias. En Barcelona uno de dichos comités conspirativos agrupaba alrededor del Comité Regional de la C. N. T. a algunos jóvenes universitarios, a militares como los capitanes Alejandro Sancho y Eduardo Medrano y algún que otro técnico. El Comité Nacional y el Peninsular de la F. A. I. también estaban representados. Y era tanta la eficacia de este comité secreto que el general Mola revela en su libro ya nombrado que la clave telegráfica secreta del Ministerio de la Gobernación no lo era para la C. N. T. Un telegrama cifrado enviado por el gobernador civil al ministro lo publicó descifrado Solidaridad Obrera. La clave fue cambiada, pero a los pocos días ya estaba en manos del comité revolucionario. Un cifrado del general Mola ordenando a su colega Despujols el encarcelamiento de algunas personas fue igualmente intervenido, pudiendo escapar algunos de los interesados. Entre los detenidos los hubo que en virtud de sus cargos oficiales no podían esconderse, como el capitán Sancho, ingeniero a la sazón del Puerto Franco. Encarcelado en Montjuich y duramente tratado, contrajo una enfermedad que le llevaría muy tempranamente al cementerio. El capitán Alejandro Sancho pertenecía, junto con otros oficiales, al circulo conspirativo de Fermín Galán. Cayeron por aquellos días Progreso Alfarache y Manuel Sirvent, secretario y vicesecretario del C. N. de la C. N. T. Los redactores de Solidaridad Obrera, también visados por la orden gubernativa, tuvieron que atender a la aparición del diario desde sus escondrijos.

Señalamos como caso paradójico que integraban la conjura el comandante Arturo Menéndez, que tres años después, siendo director general de Seguridad, cometió la bárbara represión de Casas Viejas también Ramón Franco, hermano del futuro "Caudillo", que en 1936 perecería, derribado su aparato al regresar de uno de aquellos criminales servicios de bombardeo sobre Barcelona; y también el general López Ochoa, a quien el pueblo madrileño haría pagar un día su bestial masacre de revolucionarios asturianos. Ramón Franco publicó en Solidaridad Obrera, el 12 de abril de 1931, un artículo en el que se leían estas atrevidas incitaciones:

"Hay que arrollar todo lo que se oponga al triunfo de la voluntad popular. ¿Que un grupo de generales trata de establecer una nueva dictadura fascista? Arrastrarlos o lincharlos sin otra ley que la ley del Lynch. ¿Que algunos coroneles se reúnen como simple amenaza o con el fin de tomar medidas contra le pueblo? Se les quema, o se les hace volar en su propia guarida. ¿Que un sacerdote en el púlpito, o un obispo, quebrantando sus votos, disciplina y neutralidad, hace campaña política? Se recomienda el uso de la dinamita. ¿Que unos cuantos invertidos bajo el nombre de legionarios tratan de pisotear las libertades públicas? Descuartizarlos y hacer ofrenda al pueblo de sus inmundos pedazos. ¿Que unos guardias civiles o de seguridad, hostilizados por sus jefes o por sus criminales instintos, hacen armas contra el pueblo? Que sus culpas recaigan sobre sus familias y cobrarse en estas anticipos de la justicia que en ellos se hará el día de mañana. ¿Que el Ejército, desoyendo la voz de su deber para con el pueblo que le paga, sale a la calle a luchar contra aquél en defensa de la reacción y la monarquía? Que los soldados, hijos del pueblo, disparen sus armas contra sus jefes y oficiales y al primer escarmiento no será necesario hacer el segundo ... "

Los que llamaríamos ilustres exilados, los Unamuno y Ortega y Gasset (Eduardo, director en Francia de Hojas Libres) llegaban a la Península con cierto rezago que dictara la prudencia y eran homenajeados con ruidosos banquetes. Los exilados oscuros se les habían anticipado meses ha y actuaban frenéticamente en su puesto de combate. La llegada de Francisco Maciá fue contrariada por una orden del gobierno, por la que fue expulsado inmediatamente y acompañado a la frontera por el jefe superior de policía de Barcelona, señor Toribio.

El 27 de agosto algunos sectores políticos de izquierda se reunieron en San Sebastián en importante reunión antidinástica. Al parecer, para no verse precisados a invitar a la C. N. T. no fue tampoco invitada la Unión General de Trabajadores. Juan Peiró negarla la participación confederal con estas palabras:

"Cuando los políticos se reunieron en San Sebastián era un momento en que la Confederación no tenía ningún trato con los elementos políticos. ( ... ) En el Pacto de San Sebastián la Confederación no ha tenido ninguna intervención. No se llamó a la Con. federación, de la misma forma que no se había llamado a la U. G. T. Fue una vez de acuerdo cuando se invitó a un movimiento revolucionario que tenía que desarrollarse en la calle, a la U. G. T. igual que a la C. N. T. ( ... ) Quisieron valerse de una delegación extraoficial u oficiosa. Y entonces fue cuando, al ver la maniobra de que los políticos trataban de llevar a la Confederación a un movimiento revolucionario sin entenderse formalmente con ella, se les dijo desde Solidaridad Obrera que si creían que éramos comparsas se equivocaban, y que la revolución tendría que hacerse con la Confederación o no se haría 3."

3 Memoria del Congreso Extraordinario celebrado en Madrid los días 11 y 16 de junio de 1931, pp. 69-70.

Miguel Maura, en Cómo cayó Alfonso XIII (México, 1962), dice por su lado: "Se ha dicho y repetido que en el Pacto de San Sebastián pedimos y aceptamos la ayuda de los anarquistas y de la C. N. T. Es falso de arriba abajo este aserto. Ni asistieron a la reunión ni tratamos con ellos, entre otras razones, porque no hubiéramos sabido con quién entendernos..."

Está claro que la C. N. T. no intervino en el Pacto de San Sebastián. No está tan claro que los pactantes no trataran con la C. N. T. por no saber con quién entenderse. En la Memoria confederal arriba indicada afirma Peiró. "Y entonces mandaron a dos representantes del Comité de Izquierdas. Enviaron al que hoy es ministro de la Gobernación (Miguel Maura) y al director general de Seguridad (Angel Galarza)... Y como Massoni y yo no representábamos a nadie; como en Barcelona había un Comité Nacional (de la C. N. T.), hicimos que al día siguiente el Comité Nacional y el Comité Regional hablaran con estos señores".

En el libro de Pou y Magriñá se es más categórico. Véase pp. 113 a 119 donde cuenta Magriñá la entrevista que tuvo con Maura y Galarza.

La exclusión de la C. N. T. del pacto de San Sebastián revela la aprensión de los primates de la futura República hacia esta organización. Con dicha exclusión se evitaba todo posible compromiso a sus reivindicaciones quedando los futuros gobernantes republicanos con manos libres para proceder contra ella en ese futuro preñado de mutuas hostilidades comprensibles.

La potencialidad de la C. N. T. halagábales a la vez que les preocupaba. Esos conflictos con la burguesía y las autoridades hacían hoy el juego de los intereses antidinásticos, pero tenían un doble filo nada lisonjero para el futuro orden republicano. Sólo en Cataluña, desde agosto se habían producido conflictos de contorno épico, tales como la huelga de la zanja de la calle de Aragón, entre el Sindicato Unico de la Construcción y la Empresa Fomento de Obras y Construcciones; la de las fábricas de lámparas eléctricas Z y Philipps, en Barcelona. El conflicto de la fábrica de cemento Griffi, en Villanueva y Geltrú. Los de las fábricas La Badalonesa y Metalgraff, en Badalona. El de la fábrica de neumáticos Pirelli, en Manresa. El de la SAFA (fibras artificiales), en Blanes. El de La Cerámica, en Hospitalet de Llobregat. Y, en fin, otros conflictos menores con las empresas Altos Hornos de Cataluña, Riegos y Fuerzas del Ebro, en Reus, Igualada, Sabadell, Tarrasa, Comarca de Vich. Era la explosión natural consecuencia de siete años de opresión dictatorial, la liberación de fuerzas harto tiempo comprimidas. Todos estos conflictos habían sido envenenados por las autoridades interesadas en plantear batallas de desgaste al temible sindicalismo. Pero éste salía cada vez más robustecido de sus refriegas con la guardia civil y los esquiroles del Sindicato Libre.

Hubo el 5 y el 6 de octubre un nuevo Pleno Regional de Sindicatos de Cataluña que había de discutir el orden del día de una proyectada Conferencia Nacional de Sindicatos. Se entendió, sin embargo, que los solos facultados en discutir dicho temario eran las asambleas de los sindicatos. Las tareas de este Pleno quedaron limitadas a tratar sobre el diario Solidaridad Obrera y su situación financiera. (En este mes de octubre llegaron a Barcelona los representantes del Comité Revolucionario Nacional Político, Miguel Maura y Angel Galarza, para sondear a la C. N. T. con vistas a una huelga general "pacífica", que iniciarían los ferroviarios de la U. G. T. y rematarían sublevándose los militares.)

La Conferencia Nacional proyectada por la C. N. T. tuvo que ser suspendida a causa de la marejada política. Estaba proyectada para el 17 de octubre, y en su lugar se celebró un Pleno Nacional de Regionales, y allí, el 15 de noviembre, según Peiró, "se acordó establecer una inteligencia con los elementos político . S al objeto de hacer un movimiento revolucionario". Estuvieron representadas las Regionales de Cataluña, Norte, Levante, Andalucía, Castilla y Aragón. Galicia envió los acuerdos por escrito. Se acordó lanzar un manifiesto del que se tiraron 200.000 ejemplares. En éste se hacía el proceso del régimen reaccionario y una declaración de fidelidad a los principios apolíticos y libertarios de la organización. La C. N. T. pretendía tener nueve mil presos en las cárceles.

Una huelga general habida en Madrid, a causa ésta del extremado rigor de la fuerza pública, a la que contribuyeron los estudiantes desde sus reductos universitarios, tendió a generalizarse en toda España. En Barcelona, la C. N. T. aprovechó la ocasión para hacer una demostración de fuerza. Tratábase de probar que era posible una huelga general aun con el Sindicato, del Transporte clausurado. El gobernador Despujols hubo de rendirse a la evidencia de que su empeño en no acceder a la legalización de este sindicato no había servido para nada. El paro fue total, y a pesar del tesón que puso la autoridad para que circularan los tranvías manejados por policías y ocupados por viajeros que también eran policías disfrazados de obreros, la vida de la ciudad quedó automáticamente paralizada. Los estudiantes, y la juventud de izquierda revolucionaria, fuertemente influidos por la C. N. T., se volcaron al movimiento unánimemente. En medio de la Plaza de la Universidad fue quemado el retrato del rey que momentos antes había sido arrojado desde una de las ventanas del claustro. La huelga fue dada por terminada el 20 de noviembre (había empezado el 17), pero los obreros la prosiguieron hasta el lunes 24. Se había extendido a varias poblaciones importantes de la región y tuvieron que ser habilitados como cárceles flotantes barcos anclados en el puerto.

A primeros de diciembre el Comité Revolucionario Nacional, que se había dado el título de Gobierno Provisional de la República, parecía estar dispuesto a salir de su apatía. Su manifiesto lo firmaban Alcalá Zamora, Alejandro Lerroux, Fernando de los Ríos, Manuel Azaña, Casares Quiroga, Indalecio Prieto, Miguel Maura, Marcelino Domingo, Alvaro de Albornoz, Largo Caballero, Nícolau D'Olwer y Martínez Barrio, y decía en uno de sus párrafos:

"El pueblo está ya en medio de la calle y en marcha hacia la República. No nos apasiona la emoción de la violencia culminando en el dramatismo de una revolución, pero el dolor del pueblo y las angustias del país nos emocionan profundamente. La revolución será siempre un crimen o una locura donde quiera que prevalezcan la justicia y el. derecho; pero es derecho y es justicia donde prevalece la tiranía. Sin la asistencia de la opinión y la solidaridad del pueblo no nos moveríamos a provocar y dirigir la revolución. Con ellas salimos a colocarnos en el puesto de la responsabilidad, eminencia de un levantamiento nacional que llama a todos los españoles."

No podían decirse más embustes en tan pocas líneas 4. El solo papel que asignaban a las organizaciones obreras consistía en una huelga general pacífica. Lanzado el manifiesto, Alcalá Zamora, Miguel Maura y otros, es decir, el futuro presidente del gobierno y el ministro de la Gobernación, se dejaron detener por la policía fácilmente. Otros ministros, tales como Prieto, huyeron al extranjero. Otros se entregaron a las autoridades espontáneamente, tales como Largo Caballero y Fernando de los Ríos. Otros, en fin, desaparecieron como si se los hubiera tragado la tierra. La Unión General de Trabajadores no llegó a declarar la huelga general ni siquiera la de ferroviarios que era la clave del movimiento 5. En fin, cansados de tantas contraórdenes y aplazamientos, los capitanes Fermín Galán y García Hernández, de la guarnición de Jaca, sacaron sus tropas a la calle, siendo fácilmente reducidos por los mismos militares comprometidos en el movimiento. No hubo manera de que estos militares que habían empeñado su palabra de honor repararan su acto apoyando aquel movimiento. Galán y García Hernández fueron fusilados impunemente después de un consejo de guerra sumarísimo. Los solos en realizar un gesto simbólico de rebelión fueron los aviadores acaudillados por el comandante Ramón Franco, que después de sobrevolar Madrid y lanzar sobre la capital algunos manifiestos se internaron en Portugal.

4 Véase Miguel Maura: Así cayó Alfonso XIII, pág. 99: "Ya he dicho que su lectura primera me produjo entonces una rara sensación cómica. Leído hoy, a distancia histórica y fríamente, produce casi hilaridad. Mas confesemos que lo mismo acontece con todas las soflamas y todos los programas de gobierno nacidos en momentos convulsivos de la historia. Desde que el mundo es mundo "una cosa es predicar y otra dar trigo".

5 Sobre la defección de la U. G. T. en la huelga general de diciembre de 1930, véase Mis recuerdos, pp. 107 a 119, donde Largo Caballero acusa a Saborit y Besteiro de sabotaje.

En Cataluña la huelga general no tuvo ni mucho menos la potencia que había tenido a mediados de noviembre. Al parecer todo se esperaba de un primer paso de los militares conjurados y de la paralización del trafico ferroviario. Contrariamente a lo ocurrido con la U. G. T., el Comité Nacional de la C. N. T. había dado la orden de huelga general en un manifiesto del 15 de diciembre en el que se daban las instrucciones siguientes: 

"El Comité Nacional de la Confederación Nacional del Trabajo, teniendo en cuenta los acuerdos del Pleno Nacional celebrado últimamente, y en la seguridad de que los elementos organizados frente a la Monarquía sabrán cumplir sus compromisos, acordó declarar la huelga general el lunes 15 de diciembre. El alcance de este movimiento es el siguiente: Se mantendrá el movimiento con carácter pacífico en aquellas localidades donde la organización no tenga instrucciones en contra. En las poblaciones donde la lucha se entable, se habrá de actuar de común acuerdo con los elementos organizados en el frente antidinástico, con el fin de que una conjunción de fuerzas haga más breve la lucha ... "

El manifiesto terminaba con esta arenga:

"Trabajadores afiliados a la Confederación Nacional del Trabajo: Cumplid con unanimidad este acuerdo del Comité Nacional y disponeros a derrumbar este sistema político."

Empresa de la C. N. T. catalana fue el intento de sublevar a varios cuarteles y una expedición a Lérida en igual sentido, por haber designado aquella plaza militar como punto clave de apoyo a los sublevados de Jaca. Otra de las maniobras fracasadas fue un intento de asalto al aeródromo militar del Prat de Llobregat, por el que fueron detenidos y procesados varías docenas de militantes.

El consejo de guerra contra el Comité Revolucionario de Madrid se resolvió en unos meses de condena, sentencia que permitió la libertad provisional. Al decir oficial de estos personajes los capitanes Galán y García Hernández se habrían adelantado impacientes a la fecha fijada para el alzamiento. La verdad es que la fecha sufrió otro de los muchos retardos y el emisario encargado de la rectificación, Casares Quiroga, al llegar a jaca en la noche prefirió reparar sus fatigas en una buena cama a cumplir instantáneamente su urgente misión. No cabía esperar otra cosa de aquel Comité Revolucionario que tenía su sede social en el Ateneo de Madrid, más tarde alojado en la cárcel, con servicio telefónico y pijamas de seda.

Si fue posible un triunfo electoral del 12 de abril, una deserción azorada del rey y una entrega de poderes en bandeja de plata el 14 del mismo mes de 1931, fue debido a que el sacrificio de Galán y García Hernández no había sido estéril, sino que dio a la causa de la República la mística de sangre, de sacrificio y de heroísmo que le faltaba.

El rey, por su torpeza en sancionar la sentencia de muerte dictada contra aquellos capitanes, ejecutó a la monarquía.


 

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