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XIV

 

Las condiciones políticas y militares antes de la última ofensiva franquista en Cataluña. — Documentos y consideraciones.

 

SEGURO de sus posibilidades bélicas cada día mayores y mas probadas, informado de nuestra debilidad interna a causa del cansancio, de la política antiespañola, antipopular y del exceso de privaciones sin objetivo, comprensible, el enemigo anunció con meses de anticipación su ofensiva sobre Cataluña, la que había sido baluarte improvisado de la guerra y foco constructivo y ejemplar de la revolución.

Se trataba de la ofensiva final para liquidar la conflagración, que duraba ya treinta meses y había perdido todos los resortes iniciales gracias a la intervención de Rusia y de sus métodos en la llamada España republicana. En esa ofensiva se tuvo en cuenta por parte del franquismo, tanto la contundencia indiscutible de su gran armamento, de su artillería y de su aviación, como la moral depresiva de nuestras tropas y de nuestra retaguardia. La caída de Cataluña, donde se habría estrellado el ejercito más poderoso en otras condiciones políticas, económicas y morales, fue una operación del tipo de las ejecutadas por las potencias totalitarias contra Austria, el 12 de marzo de 1938; contra el territorio de los sudetes, el 1° de octubre del mismo año, y después contra Bohemia y Moravia, el 15 de marzo de 1939; contra el territorio de Memel, contra Albania. La propaganda previa del enemigo rompe todos los resortes morales de la resistencia y, cuando llegan las tropas de la conquista y de la ocupación, apenas tienen necesidad de disparar un tiro.

Teníamos el presentimiento, y lo manifestábamos sin ambajes, de que la ocupación de Cataluña, en el desmoronamiento moral en que se encontraban el ejército y la retaguardia de la España republicana, sería, un simple paseo militar. Disponíamos de fuerzas, aun sin el auxilio de armamento esencial, para oponer una resistencia adecuada en una guerra de movimiento, para quebrantar el empuje enemigo, fijarlo en defensas naturales abundantes y gastarlo en varios meses de forjeceos sin trascendencia. Es el hombre todava el centro de la guerra, y el hombre había sido destruido por la política staliniana, hasta llegar al punto de no querer batirse y de aceptar el destino amargo de la emigración y el anatema de la derrota. La única organización de ascendiente popular y de prestigio que quedaba incorruptible frente a los nuevos amos era la F. A. I, pero todos los partidos y organizaciones se habían coaligado, para imposibilitar su acción, al revés de lo que ocurría en la otra zona con la Falange, mucho menos numerosa y aguerrida, pero considerada siempre como un factor indispensable en la guerra contra nosotros.

Con más de ocho meses de anticipación ofrecimos al gobierno la organización de la defensa de Barcelona en un radio de una cincuentena de kilómetros, independientemente de las líneas de defensa y de resistencia proyectadas por el Estado mayor central. El coronel Claudin, uno de los jefes de la defensa de costas, sobre la base del terreno y de las escasas entradas naturales que tiene la capital de Cataluña proyectó unas obras de defensa que comenzaban en el Perelló, pasaban por los Bruchs y enlazaban cerca de Manresa. Para su ejecución se preveía el voluntariado, lo mismo que para la ocupación de los parapetos, trincheras, nidos de ametralladoras, bases de fuegos de artillería, etc. Nos comprometíamos a tener en pocos meses preparada esa línea Maginot de Barcelona, para la cual no pedíamos más que la autorización consiguiente y el material a emplear en las fortificaciones. Todo el resto sería prestación voluntaria y gratuita. Intervinieron también el general Asensio, el coronel Pérez Farraz, otros militares y políticos. Visitamos en delegación al presidente de la Generalidad, Luis Companys, para exponerle el proyecto y sugerirle que recabase del Gobierno central la organización, por Cataluña misma, en la forma que nosotros estimábamos necesaria, de la defensa de Barcelona, con la contribución directa de los hombres que más podían mover la opinión de la población catalana.

Nuestra oferta, quizás porque era nuestra, y había la consigna de impedirnos todo movimiento, no fue aceptada por el Gobierno Negrín y por sus instrumentos y tuvimos que contentarnos con seguir cruzados de brazos, anunciando el derrumbe del frente si no se acudía a poner remedio urgente y radical al estado de cosas que imperaba en los combatientes. Habíamos visto el desmoronamiento de los frentes del Este y de Extremadura como consecuencia de la dirección rusa de la guerra y no pretendíamos ser profetas cuando sosteníamos que las mismas causas en pie, tenían que seguir produciendo los mismos efectos.

Si la iniciativa por nosotros presentada a los Gobiernos de la República y de Cataluña hubiese tenido otro origen, es decir, si hubiera sido presentada por hombres de determinado partido, habría sido tenida en cuenta, probablemente, pero nos habíamos sumado a ese proyecto algunos militares y paisanos que queríamos realmente asegurar un desenlace un poco digno a la guerra y no queríamos comulgar con los festines sardanapalescos de Negrín. De ahí el cierre hermético de todas las puertas.

La población estaba extenuada, el desconcierto y la inepcia se cubrían dificultosamente con la censura, las persecuciones a los descontentos, los tonos estereotipados de la prensa y la radio, el coro rufianesco de los partidos y organizaciones. El dominio de los rusos, sin embargo, era sentido como una carga intolerable. Se constataba el saqueo en regla de toda la riqueza española y había que callarse. Los tejidos de Cataluña fueron objeto principal de su codicia. Desde los comienzos de su intervención pusieron los ojos en esa gran riqueza.

Se transportaron igualmente fábricas enteras con destino, a Rusia, maquinaria especial, etc., sin contar la apropiación de secretos de fabricación que tenían algunas empresas en diferentes industrias, para lo cual organizaron desde el primer instante una red de espionaje que penetró en todos los lugares vitales de la economía, como se había hecho en el ejército, en la marina, en la aviación (1) ... No se tomaba ninguna decisión sin contar con los rusos, sin que éstos dieran su visto bueno. Lo mismo en la guerra que en la economía, en las finanzas o en la política internacional.

(1) Un ejemplo entre muchos: el de las fábricas de papel de fumar. Es sabido que el papel de fumar español, de Levante y de Cataluña, tenía un mercado mundial seguro. Los rusos, cuando las fábricas de papel tenían que cerrarse por falta de materia prima, ofrecieron ésta, sueldos extraordinarios y víveres a sus obreros y técnicos para trabajar sin descanso con destino a Rusia. De esa forma el stalinismo comenzó a hacer suya la clientela de esa producción y sus técnicos industriales se pusieron en condiciones de trasladar a Rusia esa especialidad, llevando, en algunas ocasiones, hasta las máquinas de las fábricas. Cuando España vuelva a ponerse en situación de continuar la fabricación del papel de fumar, se encontrará con una competencia hasta ahora desconocida: la de Rusia.

Favorecidos Por cl chantage de la ayuda staliniana, que no fue tal ayuda, sino un desvalijamiento escandaloso de nuestras finanzas y de nuestra economía por los delegados comerciales rusos, los comunistas españoles, insignificantes en número, tan insignificantes como en calidad, al estallar el movimiento de julio (1), se atrajeron poco a poco a todos los que no tenían cabida en los otros partidos y organizaciones a causa de sus antecedentes dudosos e impusieron su predominio en todas las esferas de la vida pública. Adhesión popular espontánea no tenían ninguna. Si por nuestra parte no habríamos sabido elegir entre la victoria de Franco y la de Stalin, por parte de la población políticamente indiferente, se prefería ya el triunfo de Franco, en la esperanza vaga de que lo haría mejor, de que el sufrimiento al menos no sería más duro y que las persecuciones y las torturas no serían más salvajes. Y por odio a la dominación rusa que se tenía que soportar en la España republicana, se minimizaba el hecho que del otro lado la dominación italiana y alemana no eran más suaves ni distintas esencialmente por sus procedimientos y sus aspiraciones.

(1) En las jornadas del 19 de julio en Barcelona, se nos informó, como una novedad extraordinaria, que había sido visto en la calle un comunista, antiguo obrero metalúrgico de la C. N. T.

El pueblo se había distanciado espiritualmente de la guerra, no sabía ya por qué se luchaba, veía la bacanal de los privilegiados del momento, y no podía concebir que al otro lado de las trincheras pudiese haber algo peor. Y sin la adhesión activa del pueblo, la guerra estaba perdida, irremisiblemente perdida. La confianza, la absurda confianza en una ayuda de las llamadas potencias democráticas, mantenida como latiguillo de efecto por aquellos mismos que se habían entregado a la dominación rusa, nadie la abrigaba sinceramente, después de todo cuanto se había visto a través del célebre Comité de no intervención. Ahora bien, si la alianza con Rusia no nos significaba nada fundamental en cuanto a llegada de armamento y de víveres, si las democracias estaban resueltas a abandonarnos, no quedaba más que una carta: la del pueblo, olvidada en el sucio juego de la guerra y de la diplomacia republicana y comunista. El pueblo tiene siempre recursos cuando quiere apasionadamente una cosa. Y hubiese encontrado medios para desbaratar los ejércitos enemigos sin contar con nada de lo que distingue a la guerra moderna. ¿Cómo? Con los métodos mismos, entre otros, del 19 de julio. Barcelona bastaba y sobraba, en la forma en que podía haberse combatido, para consumir los ejércitos de Franco y hacer inútiles todos sus arsenales.

Pero para volver a contar con el pueblo como factor activo de la contienda era preciso, en el orden político, un cambio de gobierno, sobre todo el alejamiento del doctor Negrin y de su criado para la política exterior, Alvarez del Vayo, agentes de Rusia, dictadores al dictado de los comunistas, y en el orden militar se imponía una reorganización a fondo de los cuadros de mando, una revalorización de la personalidad del combatiente, la utilización de los jefes y oficiales postergados y perseguidos a pesar de su historial antifascista y de su competencia, la supresión de los crímenes que se perpetraban constantemente en las filas del ejército por motivos de predominio partidista ...

No hemos conseguido hacer pesar ninguna de las reivindicaciones que proponíamos, por la cobardía de los unos, y por la complicidad de los otros con el tinglado de corrupción que se había montado como pedestal del Gobierno de la victoria.

Estudiamos incluso la apelación a la fuerza, las posibilidades de un golpe de mano, nuestro armamento; pero comprendimos que, dada la ligazón de la mayor parte de los dirigentes de partidos y organizaciones con la política del doctor Negrin, considerado el hombre providencial de la resistencia, no habríamos podido obrar con unanimidad y habríamos perdido la partida, aumentando inútilmente el número de víctimas. De haber logrado el acuerdo necesario entre todas las ramas del movimiento libertario, los sucesos que tuvieron lugar en la zona central y en Levante, después de la caída de Cataluña, se habrían producido en Cataluña misma, por iniciativa y bajo la responsabilidad de la F. A. I., la única organización de tipo español que se había resistido a obrar al servicio de potencias extranjeras y que representaba un nexo auténtico de relación con los sentimientos populares.

Nosotros, internacionalistas de toda la vida, éramos los únicos representantes de la independencia de España, los únicos defensores sinceros de la fórmula: ¡España para los españoles!

Si hay que señalar, a consecuencia de la guerra, un cambio en nosotros, es quizás el haber sido, cada día más, no los presuntos antipatriotas doctrinarios de antaño, sino los únicos patriotas verdaderos, dispuestos a sacrificarlo todo por el porvenir de España. Mientras nosotros pensábamos así, los nacionalistas de siempre no se cuidaban más que de asegurar fondos en el extranjero para después de la derrota, y en primer lugar los famosos predicadores de la resistencia hasta la victoria ...

Aunque sólo sea para servir a la verdad, es necesario que digamos cual ha sido nuestra posición, cual nuestra actitud en una guerra que se debía a nuestras batallas contra la conspiración militar. Si la historia ha de juzgarnos, y en este caso, y por ahora, la historia escrita por los vencedores, que nos juzgue por nuestros hechos y por nuestros propósitos, pero no en una solidaridad que no hemos sentido con un Gobierno al cual debe Franco su victoria.

Queremos responder de lo nuestro, bueno o malo, y de nuestras intenciones, que han sido las mejores, pero independientemente del Gobierno de la República y de los agentes rusos. Ni hemos sido republicanos ni hemos callado ante la dominación comunista. Las circunstancias nos obligaron a tener contacto con gentes cuyos objetivos eran opuestos a los nuestros y cuya conducta merecía bien el fusilamiento, pero hemos conservado nuestra personalidad y no hemos perdido el rumbo, aun cuando nos haya faltado la fuerza material para servir a España más eficazmente.

El 7 de diciembre de 1938 fue convocado el Frente popular por el Gobierno de la victoria en uno de los palacios suntuosos de Pedralbes. Acudieron Mije y Pasionaria por el Partido comunista, Cordero y Lamoneda por el Partido socialista, Rodríguez Vega y Amaro del Rosal por la U. G. T., Mariano Vázquez y Horacio Prieto por la C. N. T., Baeza Medina por Izquierda republicana, Mateo Silva por Unión republicana, Herrera y Santillán por  la F. A. I.

Pedro Herrera hizo el siguiente relato de aquella reunión, transmitido como informe confidencial a las Federaciones Regionales de la F. A. I. :

"Comienza Negrin manifestando que el objeto de la reunión es simplemente dar cuenta a los partidos y organizaciones del Frente popular de la situación actual. En principio — según manifestó —, se pensó convocar a una reunión conjunta al Frente popular nacional y al Frente popular de Cataluña; pero por falta de local apropiado para reunir tantas personas, ha decidido convocarles por separado. Esto le obligará a repetir las manifestaciones que va a hacer en esta reunión, en la que tendrá con el Frente popular de Cataluña.

Da explicaciones acerca de las operaciones del Ebro, remontándose al mes de junio en que fueron concebidas e iniciadas. Señala las causas que determinaron esas operaciones — necesidad de desbaratar la ofensiva del enemigo y de descongestionar su avance arrollador sobre Sagunto y Valencia, con grave peligro para esa zona, aun aceptando todo el riesgo que suponía y que ya se previó de antemano — Considera que se ha superado con mucho el éxito previsto cuando las operaciones se comenzaron, y que gracias al temple de nuestros soldados y a la fortaleza adquirida por nuestro ejército con su disciplina y su buena organización, se ha inflingido un enorme quebranto al enemigo y se ha ganado un tiempo precioso que ha permitido mejorar el ambiente internacional. Estima por tanto que ha sido una operación meritoria, digna de todos y que aun cuando nos ha ocasionado bastantes bajas, han sido superiores las que ha tenido el enemigo. Además, las nuestras, entre muertos y desaparecidos e inútiles totales, se ven compensadas por los prisioneros que hemos hecho.

Se refiere después a las angustias pasadas cuando era forzoso pensar en la retirada de nuestras tropas a la parte de acá del Ebro. Dice que esto ha sido planteado mucho antes de realizarse, lo que prueba la capacidad de nuestro espíritu de resistencia. Señala que organizaciones y partidos, con muy buena voluntad, le han remitido proyectos sobre operaciones militares a realizar, modificaciones a las proyectadas, etc., sugerencias todas valiosas que han sido aprovechadas en la medida de lo posible y que entre ellas alguna hablaba de una manera apremiante de la necesidad de ordenar la retirada antes de que se produjese un desastre. Informa que la retirada ha sido algo maravilloso, llevada con un tacto y un acierto tan extremado que él mismo se ha visto sorprendido, máxime cuando ya se había resignado a que la retirada resultase bastante cara en hombres y en material, y en cambio se ha producido sin pérdidas considerables.

Se extiende en consideraciones sobre la situación del enemigo, señalándola como muy grave para la otra zona, ya que el descontento de su retaguardia aumenta, internacionalmente pierde crédito y económicamente se encuentra apuradísimo. Todo esto le obliga a preparar una gran ofensiva que le permita algunos éxitos militares con que reponer su crédito demasiado quebrantado. Parece ser que están a punto de realizar una gran ofensiva, según acusa la gran acumulación de fuerzas y de material en algunos lugares. Advierte que siendo una operación preparada con tanto lujo de fuerzas, tiene que producirnos algún quebranto momentáneo. Desde luego, estima que no será nada extremadamente grave, ya que están tomadas las medidas pertinentes para evitar una catástrofe. Cree que se perderá algo de terreno, pero no se perderán nudos vitales, y no tendrá todo ello consecuencias desfavorables si todos estamos prevenidos y dispuestos a sostenernos.

En estas circunstancias, considera imprescindible el mantenimiento de la moral en la retaguardia y en el Ejército. El Ejército ha dado suficientes muestras de moral y de capacidad, tanto para resistir como para atacar. La retaguardia también ha demostrado que tiene callos y sabe sufrir con estoicismo toda clase de privaciones. Sin embargo, en estos momentos considerados difíciles, tienen que preocuparse todos los sectores antifascistas de mantener la unidad de acción y de pensamiento, aplazando disputas y aspiraciones particulares.

Señala que en el orden de los abastecimientos, si bien hemos atravesado una época dificilísima, parece que hemos vencido la curva de gravedad y que iniciamos una etapa de superación. Aun cuando no se puede considerar resuelto el problema, sí podemos decir que va mejorando considerablemente. Siendo así, todos hemos de hacer lo posible para mantener la moral del frente y de la retaguardia, ambas necesarias, ya que la de un lado influye considerablemente en el otro. Por todo esto desea que los partidos y organizaciones que controlan la opinión, tengan a ésta al corriente, en forma discreta, desde luego, de lo que pueda suceder, para que no haya alarmas excesivas e inmotivadas ...

A continuación manifestó que no teniendo víveres para todos y no pudiendo invitarnos a comer, nos ofrecía una copa de champagne en un salón anexo.

Esta es la reseña de cuanto aconteció en la entrevista que Negrín tuvo con los partidos y organizaciones del Frente popular. Fue una reunión de tipo informativo única y exclusivamente. Su carácter no fue considerado apropiado para que los sectores representados planteasen cuestiones en pro o en contra de la política del Dr. Negrín, como lo demostró el silencio por todos observado. A nadie le pidió Negrín adhesión a la política del Gobierno, ni nadie por tanto la pudo dar.

Como dato significativo de nuestra conducta como delegación, señalamos que, inmediatamente de pasar de la sala de reunión a la del convite, decidimos ausentarnos sin participar en el obsequio ni en las conversaciones de corrillo que se iniciaron. Correcta, pero fríamente nos despedimos del jefe de Gobierno y salimos precipitadamente Santillán y yo. En la puerta del jardín pude darme cuenta de que Negrín había bajado detrás de nosotros conversando con Santillán desde la mitad de la escalera, donde le alcanzó, teniendo así nueva ocasión de despedirnos. Arriba quedaron el resto de los representantes de los partidos y organizaciones, ignorando si en nuestra ausencia habrán tratado alguna otra cuestión".

Mientras hablaba Negrin, una palabra pugnaba violentamente por salir de nuestros labios: ¡Impostor! Era una mentira todo cuanto decía. Mentira lo de las escasas pérdidas de la batalla del Ebro, pues nos ha costado alrededor de 70.000 hombres entre prisioneros, muertos y heridos, y una enorme cantidad de material pesado y ligero, las únicas reservas. Se evitó el avance hacia Valencia, es verdad, pero a costa de las mejores posibilidades de resistencia en la zona catalana. Era mentira lo del ejército disciplinado, lo de la resignación estoica de la retaguardia, lo de nuestra situación internacional mejorada y el empeoramiento de la situación del enemigo. El cuento tártaro no nos ha convencido de ninguna manera, aunque pudimos constatar que los representantes de los demás partidos y organizaciones se mostraban satisfechos y orgullosos. Incluso hemos visto días después circulares internas de algunas de las organizaciones asistentes en donde se transmitían como propios los argumentos y los informes dados por Negrin en la aludida reunión. Un caso tal de esclavización voluntaria no lo habíamos visto jamás.

En cuanto a material bélico, contábamos en aquellos momentos con diez aparatos de bombardeo, carecíamos de artillería, pues la que nos enviaban los rusos, en más de cincuenta calibres, era tan deficiente que a los pocos disparos las piezas quedaban inutilizadas. Fusilería y máquinas ametralladoras se habían perdido en la batalla del Ebro en proporciones enormes (1) .

(1) El coronel de artillería Jiménez de la Beraza, el alma de las industrias de guerra de Cataluña, fue llamado una vez a consulta por la Subsecretaría de Armamento para investigar cuál podría ser la causa del escaso rendimiento de la artillería, que se inutilizaba a los pocos disparos. Se hablaba por unos de la calidad de las pólvoras, por otros de sabotage de los artilleros, etc. El coronel Jiménez de la Beraza sostuvo que la causa de las deficiencias señaladas se debía al hecho que no habían sido fusilados los que compraban el material.

No volvió a ser interrogado, pues uno de los compradores del material, el ginecólogo Otero, hombre funesto para la República, era el Subsecretario de la Comisión de Armamentos y municiones y por sus manos habían pasado casi todas las operaciones de compra.

Al día siguiente de la reunión convocada por Negrin, se reunió el Frente popular para encontrar el modo de apoyar eficazmente al Gobierno en relación con la próxima ofensiva. Nos habíamos esforzado desde hacía varios meses por plantear a fondo la cuestión de la dirección de la guerra y de la descomposición moral del ejército. Por fin logramos que los sordos voluntarios del Frente popular, esa mistificación de tipo moscovita en que nos vimos involucrados bien a nuestro pesar, resolviese poner a la orden del día una proposición nuestra. Copiamos el relato hecho para servir de información interna a las organizaciones regionales de la F. A. I. (1) :

(1) F. A. I. Comité Peninsular: Circular N° 57 (confidencial), 19 de diciembre de 1938. Barcelona.

"Después de despachar algunos asuntos de trámite se resolvió en cuanto a la incompatibilidad declarada por el Frente popular de Guadalajara con el Partido comunista y con el Gobernador de aquella provincia, Cazorla, que cada partido u organización recabase informes directos para completar la información recibida y que no ofrece bastantes elementos de juicio para tomar una decisión. Una vez en posesión de más detalles se adoptarán acuerdos al respecto.

Relativamente a la política de abastos propuesta a estudio por la delegación de la C. N. T., se informa por secretaría que el Director General de Abastecimientos no había respondido aún a la nota que con ese motivo se le dirigiera y por consiguiente ese punto quedaba a la orden del día para próximas sesiones.

Se entra, pues, a discutir la proposición de la F. A. I. sobre la política militar y el problema de la intervención de los partidos y organizaciones en el ejército.

Informamos en el sentido que se resume a continuación:

Padecemos en las filas del ejército, como en muchos otros aspectos de la vida nacional, de la fiebre excesiva de los neófitos de los partidos constituídos después del 19 de julio de 1936. Corresponde a la psicología de todo nuevo adepto de una doctrina el abuso de su celo y el agigantamiento de su sectarismo, con un desconocimiento y un desprecio olímpico de lo que no pasa por el tamiz de su organización o partido. A esa psicología agresiva e intolerante del neófito se agrega, en estas circunstancias, la composición del origen más dudoso de determinados partidos que no vacilaron en la recluta de su gente, fiando muchos más en el número que en la calidad. Si examinásemos las listas de los adherentes a cada uno de los partidos y organizaciones aquí representados, no serían pocas las sorpresas con que tropezaríamos y no sería difícil que llegásemos a la conclusión de que, bajo numerosos carnets de apariencia antifascista, operan a sus anchas los representantes de Franco. Por su parte, la F. A. I. no tiene ningún inconveniente en abrir de par en par las listas de sus afiliados y en agradecer de antemano a quien pudiese señalarle la actuación de algún individuo de origen sospechoso en su seno; aunque podemos afirmar que la inmensa mayoría de sus elementos, casi todos de origen auténticamente proletario, eran militantes ya mucho antes del 19 de julio.

Otro de los fenómenos que más nos han llamado la atención en la política de guerra que se sigue en el curso de los últimos dos años, es la cantidad considerable de militares profesionales de primera categoría en cuanto a capacidad técnica y también en cuanto a convicciones antifascistas que quedan relegados o son perseguidos. Sus puestos suelen ser ocupados por personajes recién llegados sin saber de dónde y la mayoría de las veces sin antecedentes técnicos que los acrediten para ello. Podemos afirmar altamente que los militares de más prestigio, los más seguros para la República, los de formación más acabada, los que más podrían rendir en esta guerra, se encuentran postergados, disponibles e incluso perseguidos, cuando no han sido asesinados (1).

(1) Jacinto Toryho: La independencia de España, Barcelona, 1938, Capítulo sobre "los militares republicanos sin apoyo del gobierno"; páginas 144-49.

Nos referimos, sin necesidad de nombrar a nadie, a algunos casos de acuerdo a las armas de que proceden.

Sabido es de todos que nuestra carencia de mandos superiores es considerable. Sin embargo, nos encontramos con mandos de infantería y jefes de Estado Mayor disponibles y postergados que son verdaderas notabilidades de nuestra milicia, desde los oficiales de más baja categoría en el escalafón a los jefes más altamente graduados. Si se quiere que mencionemos algún nombre, no tendremos inconveniente en hacerlo para testimoniar la verdad de lo que decimos.

Por las calles de Barcelona ambula uno de los grandes maestros de la artillería española. Su actuación a partir del 19 de julio es inigualada y los méritos como técnico y los antecedentes antifascistas son ampliamente conocidos. Tiene en su haber dos cadenas perpetuas, una por su actuación contra la monarquía, otra por los sucesos de octubre de 1934. Este hombre se ha ofrecido incluso para el mando de una batería como simple capitán, pues no se resigna a dejar de prestar hasta el último momento todo lo que puede en esta guerra. Su ofrecimiento generoso ha sido rechazado.

Tenemos presente la figura de una de las glorias más reputadas de la aviación española. Sin su intervención quizás ni la misma República  hubiese sido una realidad, y eso  que no contamos  su participación en la lucha contra los rebeldes el 19 de julio. Este aviador, coronel, se ha ofrecido igualmente hasta para el mando de una sección de infantería como simple teniente y se le ha respondido desde el Estado Mayor, que no había vacantes en nuestro Ejército. Se trata de un hombre de larga historia militar y cívica y recorre decepcionado las calles de la capital actual de la República sin esperanza de poner sus conocimientos y su nombre al servicio de la guerra. Sin embargo, se utiliza a toda clase de gente en el cuerpo de aviación, sin pararse demasiado a examinar de dónde proceden y quiénes son. Uno de los altos cargos de las fuerzas del aire es ocupado por uno de los aviadores que ametrallaron a los obreros asturianos en 1934, y tal ha sido su comportamiento entonces que obtuvo la medalla del mérito militar por aquella hazaña del prefascismo. Días pasados se pasó al enemigo el capitán ayudante del ex subsecretario del aire Camacho, con un aparato de la República, y cuanto denuncia desde la radio de Teruel sobre la aviación republicana está muy lejos de poder ser desmentido. El contraste entre la figura gloriosa de la aviación a que nos hemos referido y hechos como la fuga del capitán Carrasco y otros que ocurren todos los días, no pueden ser un factor de moralidad en las filas combatientes y en la retaguardia de la España leal. Recordamos, a propósito, que hemos puesto de manifiesto en algunas ocasiones las sospechas que abrigábamos sobre la conducta de ciertos hombres, entre ellos el capitán Carrasco, que se sumó en Barcelona el 20 de julio al movimiento triunfante, mientras el 19 había rendido honores al general Goded, que llegaba de Mallorca para asumir la jefatura de la rebelión.

Hechos de esta naturaleza, unidos a la política de ascensos que se pone en práctica, significan un peligro enorme para la unidad del Ejército y para el éxito de la guerra. No hay que olvidar que el Ejército de la monarquía fue descompuesto y desmoralizado por los ascensos extraordinarios; si ahora incurrimos nosotros en los mismos errores que la monarquía, no podremos evitar los mismos seguros resultados.

Queremos referirnos también a otros aspectos demasiado reiterados para que puedan pasar desapercibidos: por ejemplo, los asesinatos de elementos de determinados sectores, principalmente del sector libertario, en el frente. No queremos acusar a ningún partido de esos crímenes. Estamos convencidos de que han de ser repudiados por todos sin excepción; pero se da la coincidencia de que las víctimas son casi siempre soldados y oficiales de la C. N. T. y de la F. A. I., y los asesinos suelen cubrirse con el carnet del Partido Comunista. Estamos convencidos de que esa gente obra al dictado de los generales de la facción y sirve a sus planes. Por eso estimamos que el Frente popular debe tomar en consideración estas denuncias y procurar que esos hechos cesen de inmediato para evitar consecuencias que después tendríamos que deplorar todos.

Narraremos un hecho solamente, el más reciente de los que han llegado a nuestro conocimiento. Pero hechos parecidos podríamos documentarlos a centenares.

Un teniente que nos es personalmente conocido y que ha estado enrolado como voluntario desde agosto de 1936, fue detenido en Barcelona. No nos interesa la causa. Después de una temporada en un cuartel de esta ciudad, donde un boxeador famoso ha sido encargado de los interrogatorios, fue trasladado a Pons con un grupo de soldados. Allí se les comunicó que eran puestos en libertad y que serían reintegrados a sus unidades de origen. El teniente aludido pertenece a la 153 brigada, los soldados a la 26 División. Se les recomendó el buen comportamiento, la disciplina y la obediencia para no volver a incurrir en las faltas que habían originado su detención. Se les hizo subir a un camión, detrás del cual marchaba un coche turismo de la escolta de un jefe comunista, antiguo guardia civil. Al llegar a cierto punto se les dijo que por un sendero que se les mostraba encontrarían las respectivas unidades. Apenas habían vuelto la espalda oyeron una descarga cerrada de fusiles ametralladoras desde el coche turismo que les había seguido. El teniente tuvo súbitamente el presentimiento de que se les asesinaba y se echó a tierra al sonar los primeros disparos. Cayó a tiempo, porque instantáneamente rodaron encima de él dos de los acompañantes, y los demás, en número de seis u ocho cayeron también a los pocos metros. Se apearon del coche los asesinos, comprobaron que sus víctimas estaban muertas y no advirtieron que una de ellas, el teniente, no había sido herido siquiera. Una vez realizada la hazaña aleve volvieron a seguir su camino y el que felizmente pudo contarnos la historia logró llegar a Barcelona a pie, desde Mollerusa, donde tuvo lugar la ejecución. Y en Barcelona se encuentra actualmente, sin ánimo alguno de volver al frente, donde hay que tener más cuidado de los aliados del flanco que de los enemigos del otro lado de las trincheras. Está a disposición del Frente popular, por si éste quiere tomar el caso concreto que señalamos como índice de un estado endémico en las filas del ejército republicano.

Nos ha dicho Negrín en la reciente entrevista a que nos ha convocado, que nuestros éxitos se deben más a la fuerza moral que nos anima que a las armas y al material, de que carecemos. Nosotros pensamos de igual manera, y por eso sugerimos las condiciones necesarias para que esa moral se mantenga y para que esa fuerza no se desmembre, dando origen a un derrumbamiento excesivamente peligroso ante la ofensiva que se nos anuncia.

En todos los países y en todas las guerras, cuando se suceden desastres militares, se opera automáticamente una remoción de mandos. Esto tiene un efecto psicológico bien probado y hace mover con esperanza a los combatientes, en la suposición que los mandos nuevos han de proceder mejor que los depuestos. Es precisamente en nuestra guerra cuando advertimos el fenómeno opuesto. Cuantos mas desastres militares tiene en su haber un mando o un alto cargo, más ascensos y más condecoraciones recibe. No queremos puntualizar aquí la calidad de determinados altos cargos, pero sí que su permanencia en los puestos que ocupan no beneficia al buen fin de la guerra.

Y hemos de advertir que es precisamente nuestra organización, sin derecho de asilo más allá de las fronteras, la que tiene el máximo interés en que esta guerra no termine con una catástrofe. Nosotros sabemos que nuestro puesto está aquí, que de aquí no debemos movernos, y por el número de nuestros militantes en las filas del ejército y en los lugares de trabajo de la retaguardia, nos creemos con derecho a exigir que se tengan en cuenta las condiciones básicas en las cuales debemos fundar nuestra moral combativa.

En resumen: Propiciamos que se corten las alas rápidamente a los excesos de los neófitos de los partidos, que muchas veces dan la impresión de obrar al dictado del enemigo con sus abusos y sus procedimientos.

En segundo lugar, exigimos la utilización, según su capacidad, de los militares injustamente postergados, y el examen de la actuación de los que ocupan altos cargos de responsabilidad sin que técnica y políticamente estén capacitados para ello.

También exigimos el cese radical de los asesinatos que vienen sucediéndose en el frente y una remoción de altos mandos que lleve a los soldados la esperanza de que los nuevos jefes lo harán mejor y con más éxito que los antiguos.

Resumimos diciendo que, sin esas condiciones y en las circunstancias en que se encuentra nuestro Ejército, no auguramos nada bueno en la ofensiva que se nos anuncia y que parece ha de ser la batalla final ...

La delegación de la C. N. T. tomó la palabra para sostener que el Frente popular podía tener en cuenta, para su transmisión al Gobierno, el asunto de los asesinatos, como asimismo la utilización de los militares que pudiesen señalarse como carentes de empleo adecuado. Respecto al número de éstos podría ser tan elevado como exponía la delegación de la F. A. I. o menos nutrido, pero la verdad es que hay militares postergados y que esa situación no es aconsejable si no hay causa mayor que la determine.

Se refiere igualmente la delegación de la C. N. T. a la política contraproducente de los ascensos, que ha suscitado numerosos resquemores y disgustos. Pero no se puede hablar de la responsabilidad del Gobierno en este caso, como tampoco en los asesinatos y en los ascensos indebidos, y convendría sugerir la formación de un organismo en que interviniesen todas las fuerzas políticas y sindicales para que los ascensos fuesen siempre equitativos y no inspirados en partidismos extremos.

La delegación de Izquierda republicana insiste sobre todo en la verdad del proselitismo que se hace en el Ejército por el Partido comunista y señala los peligros que entraña. Alude directamente al caso del jefe del C. R. I. M. número 16, coronel Pedro Las Heras, republicano, contra el cual se ha establecido una verdadera conspiración para desalojarle de ese cargo. También hizo historia de la significación del coronel Díaz Sandino y de la postergación de que ha sido objeto un hombre de su historial político y militar.

La delegación socialista puntualizó su criterio sobre atribuciones del Frente popular y recomendó moderación, haciendo pequeñas objeciones y aclaraciones.

Se entabló vivo debate en torno a nuestras consideraciones e informes, sobre todo con relación a las alusiones al general Hidalgo de Cisneros, militar que procede del cuerpo de Intendencia y es ahora general del Ejército, lo que significa un salto inadmisible, pues no es siquiera sargento de infantería. En los reglamentos tácticos, un simple sargento de infantería toma el mando de una Gran Unidad cuando no quedan otros oficiales del Ejército, y en cambio no puede hacer lo mismo un general de Intendencia.

La delegación de la U. G. T. declara que esa central sindical no tiene conocimiento de que ninguno de sus afiliados haya sido asesinado en el frente, y da a entender su duda sobre la veracidad de nuestras denuncias.

Volvemos a insistir, en nombre de la F. A. I., sobre las arbitrariedades y los peligros de la política de los ascensos. Relativamente a los asesinatos, no deseamos otra cosa sino que el Frente popular quiera hacerse cargo del examen de los casos que podernos presentar para averiguar si los ejecutores son simplemente fanáticos de partido u obedecen órdenes superiores o sugerencias directas del enemigo. Recordamos al Frente popular que la tolerancia de las víctimas puede tocar un día a su fin (1) y entonces no recaerá sobre nosotros ninguna responsabilidad de lo que acontezca. Hace unos años, con la ayuda de las autoridades civiles y militares de Cataluña, la Patronal hizo surgir los pistoleros de los llamados Sindicatos libres que nos causaron bajas sensibles en Barcelona entre los militantes más activos de nuestro movimiento. Hasta que la paciencia llegó a su límite y se resolvió, después del asesinato de Salvador Seguí, hacer frente de una manera decisiva a los instrumentos gratos a Martínez Anido y Arlegui. La batalla duró muy pocas semanas y terminó desalojando a los asesinos a sueldo de su efímero reinado en Barcelona.

(1) En vista de la situación, se había comenzado a crear grupos afines de defensa en todas las unidades del Ejército en el frente de Cataluña y no tardaría en manifestarse su acción ante la política monopolista  y absorbente de los agentes rusos. Aun sin contar con la unanimidad del movimiento libertario, una parte de cuyos comités superiores hacía gala del más cerrado gubernamentalismo, alentábamos la formación de esos núcleos clandestinos, para que la defensa de nuestros soldados y oficiales ante el enemigo del flanco fuese una obra coordinada y no obedeciese a gestos de irritación, sin la preparación debida, como ocurrió en la 153 brigada, donde fue muerto el comisario staliniano Rigabert, originando una represión masiva y espectacular.

Tardaría más o menos, pero el final habría sido el de la acción directa contra los rusos y sus aliados, hasta su exterminio en España o el aniquilamiento de los anarquistas. El ciego gubernamentalismo de algunos elementos que se habían dejado captar por los oropeles de los altos cargos, no podía tardar en ser desbordado por la gran masa de adeptos que se mantenía en disciplina ante las consignas de sus comités dirigentes sólo a costa de un verdadero esfuerzo. Lo que ha ocurrido posteriormente en Madrid con la Junta de Defensa se habría producido indefectiblemente en Cataluña si la guerra hubiese durado algunos meses más.

No quisiéramos que la unidad antifascista se convirtiera en un campo de Agramante. Pero es preciso que no se olvide que no estamos dispuestos a tolerar más asesinatos, y en esto no nos importa la filiación de las víctimas. Nuestra actitud sería la misma si los que caen de esa manera son republicanos, socialistas o compañeros nuestros.

Finalmente se acuerda que para la próxima reunión se hagan algunas precisiones, entre otras, una declaración contra el proselitismo exacerbado en el Ejército, firmada por todos los partidos y organizaciones.

La delegación de la C. N. T. hace resaltar que no considera que la discusión de estos problemas signifique una invasión de la esfera gubernativa; que es misión de todos los partidos y organizaciones fortalecer al gobierno y no se produce ninguna extralimitación cuando se señalan a ese Gobierno algunos asuntos que hayan podido pasarle desapercibidos.

La representación comunista reconoce que puede haber algunos abusos entre los neófitos demasiado celosos y que es preciso que el Frente popular se limite a prestar su apoyo al Gobierno sin invadir su jurisdicción. Lamenta que la delegación de la F. A. I. se haya referido tan poco amistosamente al caso de Hidalgo de Cisneros, y niega que el dominio del Ejército por su Partido sea una cosa efectiva.

Tales son los puntos más importantes tratados en la reunión ...

En lugar de tener presente la gravedad de nuestras, denuncias, los partidos y organizaciones del llamado Frente popular encontraron mas cómodo ponerse de acuerdo para que no trascendiera nuestra actitud y para sabotearla, desviando siempre las discusiones del objetivo principal. De poco valía nuestra desesperación, nuestra insistencia en señalar la responsabilidad en que se incurría. Llegamos a persuadirnos de que todos coincidían a sabiendas de lo que iba a pasar, pues no queremos negar a los representantes con quienes chocábamos sistemáticamente, el mínimo de inteligencia necesaria para comprender el resultado de la política negrinista. Pero no hemos logrado percibir el provecho que querían o creían sacar del desastre a que nos encaminábamos más velozmente de lo que hubiera sido deseable.

De conformidad con los acuerdos adoptados, hemos enviado al Frente popular nacional, en nombre de la F. A. I., las siguientes precisiones:

En cumplimiento del acuerdo recaído en la última reunión del Frente popular, resumimos a continuación algunos de nuestros puntos de vista a fin de cooperar más estrechamente en la labor del Gobierno, señalando las deficiencias que se advierten en la política de guerra:

1º Investigar por el Frente popular, proporcionando al gobierno el resultado de esa investigación, los excesos, abusos y coacciones del proselitismo para que, de acuerdo a las disposiciones legales vigentes y a las órdenes circulares del Ministerio de Defensa nacional, e incluso de acuerdo a los 13 puntos del Gobierno Negrín, el ejército sea purificado de todo partidismo. Se dejará al criterio del gobierno la aplicación de las sanciones que las violencias partidistas y las coacciones de esa especie merezcan.

2º Investigar por el Frente popular casos concretos de asesinatos de soldados y oficiales del Ejército popular y poner los resultados de la investigación a disposición de las autoridades competentes.

3º Comunicar al Gobierno de la República los nombres de algunos de los jefes y oficiales del Ejército destacados desde hace muchos años por su capacidad técnica e irreprochables desde el punto de vista de sus convicciones antifascistas, postergados o sin empleo alguno o fuera del puesto que corresponde a su capacidad e historial.

Entre estos nombres, la F. A. I. menciona los siguientes (siguen los nombres de un general, de 10 coroneles, de 9 tenientes coroneles, de 7 comandantes, de algunos capitanes. Y agregábamos a la lista estos comentarios):

Mencionamos sólo aquellos que son en su especialidad legítimas autoridades en el Ejército y de cuyos antecedentes no necesitamos hablar, por sobrado conocidos. Algunos de ellos ocupan empleos secundarios y ajenos totalmente a su capacidad de rendimiento; otros no tienen absolutamente ninguna labor a su cargo.

4º Ante la ofensiva que se anuncia y como medio para elevar la moral de los soldados y de la retaguardia, procede sugerir al Gobierno los efectos saludables de una remoción de altos cargos en el Ejército, por las razones siguientes:

a) por haberse gastado en cerca de dos años de desgracias militares y no suscitar la necesaria confianza en los combatientes (caso del general Rojo).

b) por su exacerbado partidismo, propio de todo neófito de una organización o partido (caso del subsecretario del ejército de tierra, coronel Antonio P. Cordon).

c) por sus antecedentes y por fenómenos recientes que suscitan la desconfianza (caso del ex subsecretario del Aire, coronel Camacho, jefe del sector aéreo Centro-Sur, laureado por su intervención como aviador en octubre de 1934 contra los obreros asturianos, y cuyo capitán ayudante acaba de pasarse al enemigo con planos e informes valiosos sobre nuestras fuerzas de aviación).

Mientras nuestras mejores aviadores y los más fieles carecen de destino o se encuentran en cargos muy inferiores a su jerarquía y a su capacidad, manda la aviación del Norte una persona que no es observador ni piloto, Reyes; es subsecretario de aviación el coronel Núñez Maza, capitán al empezar el movimiento, y es jefe del Estado Mayor del aire el coronel de Intendencia Luna, capitán al empezar el movimiento, y cuyo comportamiento en Asturias ha dejado mucho que desear.

También se encuentra, por ejemplo, un teniente coronel Quintana, con tres empleos. Es la misma persona que días antes del movimiento hizo un viaje a Mallorca con el comandante Fanjul, hermano del general fusilado con Goded, entrevistándose allí con éste. Otro persona con tres empleos es el jefe de la región de Madrid, que rindió honores a Goded el 19 de julio en la Aeronáutica naval de Barcelona, lo mismo que el capitán Carrasco.

No mencionamos la gran cantidad de militares que no ascendieron desde que estalló el movimiento, ni siquiera por vía del ascenso correspondiente a su lealtad al régimen.

Sin una remoción de altos mandos y cargos, nuestra fuerza principal, la fuerza moral, no puede constituir el valladar que todos deseamos contra las fuerzas de la invación.

No pretendemos que el Frente popular se convierta en órgano ejecutivo, pero sí queremos que contribuya a esclarecer ante el gobierno situaciones que pueden llevarnos a realidades más duras y definitivas ...

Tal era el tono del lenguaje de la F. A. I., en el Frente popular, el nexo político en que decía apoyarse el Gobierno.

Como primera respuesta, la prensa se dedicó a exaltar la figura de aquellos a quienes señalábamos en nuestras precisiones como merecedores por los menos de destitución de su empleo. Y tras cortinas los lacayos del doctor Negrín se han frotado las manos por el triunfo que había logrado su oposición a nuestros puntos de vista. Nos han vencido porque, en nombre del propio movimiento, se hacía causa común con nuestros enemigos de al lado, no menos nefastos que los enemigos de la otra parte de las barricadas; pero la sofocación de nuestras reivindicaciones en la red de complicidades en que se sostenía el Gobierno, no quería decir que la razón no nos asistiese en todo.

Reproducimos esos documentos, y otros muchos que ni siquiera mencionamos podrían ser también reproducidos si hiciesen falta, para que cada cual cargue con la parte de responsabilidad que le toque en la pérdida vergonzosa de la guerra.

Propusimos también el nombramiento de un general en jefe de los Ejércitos de la República, pues era la primera guerra en que se actuaba desde hacía dos años y medio sin un jefe responsables. Aportamos testimonios de todas las guerras; llevamos como prueba los Reglamentos tácticos para el empleo de Grandes Unidades, etc., para que toda duda sobre la necesidad de dar cumplimiento a nuestra petición fuese disipada. Se nos respondió con la aprobación de todos, que nosotros hacíamos la guerra de otra manera, que las cosas estaban bien como estaban y que así llegaríamos a la victoria.

Si Franco hubiese querido debilitar nuestras fuerzas, desmembrarlas, desmoralizarlas, preparar el terreno para su victoria, no habría podido encontrar mejores instrumentos que los órganos dirigentes de los partidos y organizaciones de la España republicana. Esos organismos hicieron posible el sostenimiento de un gobierno profundamente antipopular y antiespañol como el de Negrín. ¡A cada cual lo suyo! Los vencedores de la guerra debieran premiar a todos sus servidores, dentro o fuera de las filas llamadas nacionalistas. La guerra duró tanto tiempo porque no fue posible vencer antes al pueblo, debilitarlo y desmoralizarlo por parte de hombres como Prieto y Negrín y sus satélites numerosos.

Decepcionados, amargados, concluíamos por milésima vez en la esterilidad del Frente popular para otra cosa que no fuese aplaudir al Gobierno y aplastar la voz de la crítica de los descontentos.

Mientras nosotros manteníamos nuestro criterio, algunos de los ilustres representantes de los partidos y organizaciones de la España republicana, pronunciaban en voz baja la palabra derrotismo. ¿Derrotistas nosotros porque queríamos suprimir las condiciones evidentes de la próxima derrota? Pero si no utilizábamos el Frente popular ¿adónde acudir con nuestro descontento, con nuestra verdad, si la prensa estaba sometida a la censura comunista, y el muro de las restricciones a toda libertad de expresión y de crítica era infranqueable? ¿Volver a los periódicos clandestinos? ¿Retirarnos a nuestra vida conspirativa de siempre? Era ya la única salida que nos quedaba.

En la historia de España no se conoce una servilidad ante la tiranía como la puesta en evidencia ante el Gobierno Negrín. Algunos pálidos antecedentes podrían encontrarse, en la historia, en la época de Fernando VII, pero se trata de un fenómeno distinto. Como caso de corrupción y de servidumbre voluntaria, difícilmente encontraremos otro ejemplo en muchos siglos.

Las noticias del frente confirmaban cada día nuestros temores y presunciones. La desmoralización del Ejército era completa. Las únicas unidades donde se mantenía la disciplina y la voluntad de resistencia, por motivos ajenos a la propaganda gubernamental, o precisamente porque en ellas la propaganda y la acción corrosiva del Gobierno no podían operar, eran aquellas donde nuestro predominio era más o menos completo.

Nuestra inseguridad sobre la situación militar era compartida por los que no habían querido dejarse sobornar por los amos de la hora, agentes de los turbios planes de Stalin. Nos agitábamos para que se buscasen salidas honrosas, si es que no se querían aceptar las que nosotros propiciábamos, de cambio de Gobierno y de honda remoción de los mandos militares y de los altos cargos en el Ejército y en la administración. ¡Inútil esfuerzo!

En compensación por cuanto hacíamos para preservar a España del fin trágico y vergonzoso a que se avanzaba velozmente los agentes de Moscú tomaron la medida heroica de desterrar al general Asensio a Wáshington, ordenaron detenciones que no podían llevarse a cabo sin producir serios disgustos, se decretaron algunos asesinatos que no se cumplieron por la rapidez, del derrumbe del tinglado militar y policial staliniano, y porque no habría sido tampoco empresa de gran felicidad y sobre todo porque habrían tenido una repercusión de consecuencias imprevistas. El asesino de Andrés Nin y los efectos morales que ese crimen ha tenido, ha salvado muchas vidas.

Cerrado el Frente popular a todo lo que fuese la más mínima objeción al Gobierno Negrín, cerrados también los otros caminos de la publicidad, resolvimos dirigir un memorial al Presidente de la República, Manuel Azaña. No podíamos apelar al Parlamento, entregado, lo mismo que los partidos y organizaciones, a la política de Moscú; no podíamos utilizar a ningún representante del Gobierno para expresar nuestra disconformidad, porque no lo teníamos; no podíamos utilizar la prensa, la propaganda para hablar al pueblo y decirle la verdad de lo que pasaba en la guerra y en el mundo. Que supiera, por lo menos, el Presidente de la República, que nosotros no formábamos en el coro de la adulación y del servilismo, que rehuíamos toda responsabilidad ante la derrota inminente.

Con García Birlan y Federica Montseny visitamos a Azaña a comienzos de diciembre. Era la primera vez que acudíamos a exponer, en nombre de la F. A. I., nuestro criterio político al jefe del Estado. Nos habíamos decidido a romper una tradición de abstención total en vista del grave momento que atravesaba España.

Pedíamos a Azaña, en resumen, lo siguiente:

En el orden político general: Formación de un Gobierno de significación española, que no llevase de hecho y de derecho, como el actual, el sambenito de su dependencia de Rusia, compuesto por hombres libres de responsabilidad en la gestión desastrosa e irresponsable que caracteriza al presente Gobierno.

Una política clara, de solvencia financiera, que levante la confianza y la moral de la retaguardia y del frente, en contraposición a la política clandestina y unipersonal que hoy impera.

En el orden militar: Nombramiento de un general en jefe de los Ejércitos de la República.

Utilización de los militares postergados, perseguidos, por no someterse a la dictadura del Partido comunista, y depuración de los mandos.

Remoción de altos cargos en el Ejército, la aviación y la flota, a causa del desprestigio en que han caído después de dos años consecutivos de derrota y de desconcierto.

Supresión de toda política de partido en el ejército.

Integración de las fuerzas monstruosas de orden público, comprendidas en las quintas movilizadas, en los cuadros del Ejército regular.

Saneamiento de la administración de las industrias de guerra, para permitir un mayor rendimiento.

Política internacional: independencia de la actuación de nuestra política exterior de manera que no aparezca la España republicana como simple apéndice de la diplomacia soviética.

No es todo, pero eso era lo esencial de nuestras reivindicaciones. Sin cumplirlas, declinábamos por nuestra parte toda responsabilidad en el hundimiento inevitable.

El Presidente de la República, comunicativo ese día como pocas veces, expuso ampliamente su criterio coincidente, y los esfuerzos que había hecho para llevar las cosas por el curso que nosotros propiciábamos (1). Nos recordó lo que nosotros sabíamos también, que constitucionalmente no tenía más remedio que someterse al Parlamento o a los partidos y organizaciones integrantes del Gobierno. Las Cortes habían manifestado reiteradas veces su adhesión unánime a Negrín y a su política, y del Frente popular, la única voz de excepción éramos nosotros, pues los demás partidos y organizaciones, cuando los había llamado para tener un apoyo en ellos, manifestaban su conformidad completa con el Presidente de Ministros. ¿Qué hacer?

(1) "Hace ya muchos meses que un Ministro, el de Estado, que no será precisamente un Talleyrand en el talento político, pero que por lo menos se le parece en el amor casi morboso a la exhibición política, anunció que se podía perder toda España, pero que ellos, Negrín y su equipo de geniales estadistas, continuarían gobernando desde Francia. Y ahora quieren cumplir el vaticinio. Sólo esa fascinación hipnótica, casi patológica, del poder, explica que, en un momento dado del año 1938 en que Azaña pensó acaso cambiar de política y, por tanto, de Gobierno, Negrín, con esos desplantes de niño grande, en el fondo débil y sin carácter, pero que por un esfuerzo de simulación quiere aparecer como hombre truculento y terrible le dijera a boca de jarro: "Usted a mí no me destituye, y si lo intenta, resistiré, poniéndome al frente de un movimiento de masas y del ejército, que están conmigo". A Vd. mismo, señor Martínez Barrio, le he oído esta lamentable anécdota, como escuchada por Vd. de labios del propio Azaña que, por lo visto, toleró el ex abrupto, verdadero golpe de Estado, sin hacer detener en el acto al insolente ni tampoco dimitir entonces, que fué el momento oportuno". (Luis Araquistain, carta a Martínez Barrio, presidente de las Cortes, 4 de abril de 1939, París).

La verdad legal era ésa. La responsabilidad eventual de Azaña en la conservación del Gobierno Negrín tiene que ser compartida por los hombres que se atribuyeron en el Parlamento o en el Frente popular la representación de la opinión y de la voluntad del pueblo español. Sin embargo, España entera estaba, hasta más allá de todo límite tolerable, cansada y asqueada del Gobierno Negrín y de su equipo militar, financiero, policial comunista y comunizante. Pero los únicos que se atrevían a exponer, en nombre de una organización, ese sentimiento popular auténtico, éramos nosotros. ¡Pobre estructura democrática, inútil mecanismo de acción que no puede eludir los métodos de las dictaduras!

Un gesto de Azaña habría tenido inmensa repercusión, incluso en ese momento final, cuando se iba a iniciar la ofensiva enemiga que el gobierno irresponsable aseguraba poder contener.

Hemos advertido a Azaña que por nuestro conocimiento del frente, de la situación de las tropas, del descontento entre los oficiales, del desorden y de la ineptitud reinantes, de la moral popular en la retaguardia, nos considerábamos obligados a declarar que la ofensiva no sería contenida y que la guerra estaba virtualmente liquidada, sin un cambio inmediato de Gobierno, de procedimientos, de objetivos.

Si nuestras peticiones eran realizadas, todavía teníamos recursos y reservas, más que ninguna otra fuerza política ó sindical, para pesar seriamente en los acontecimientos, pero sólo en esa forma, con otro gobierno, con otros procedimientos políticos, con otros objetivos de guerra.

Negrín tuvo conocimiento, horas más tarde, de nuestra entrevista con Azaña, de nuestras reivindicaciones. Pero no ha debido inmutarse, porque nuestra independencia, nuestro sentido de dignidad, nuestra resistencia a la corrupción, eran contrarrestadas ampliamente por la actitud de todos los demás partidos y organizaciones, uncidos a su carro victorioso.

Teníamos la seguridad de ser los únicos que aun podríamos galvanizar la voluntad de las masas trabajadoras y campesinas, tanto por la cantidad como por la calidad de nuestros militantes, y por saberse que no habíamos sido contaminados por la política negrinista. Además, porque siempre se nos había visto predicar con el ejemplo, y se daba el caso peregrino de que casi todos los predicadores de la resistencia hasta la victoria eran gentes comprendidas en las quintas movilizadas, exentos de sus derechos militares a cambio de su adhesión incondicional al doctor Negrín, gentes además que se habían gastado ante las masas por sus desaciertos, por sus errores reiterados, por su infantilismo, si es que hay que atribuir a infantilismo y no a traición verdadera y propia el móvil de su conducta.

De nuestras proposiciones fundamentales, de aquellos puntos que considerábamos ineludibles para contener la ofensiva enemiga, ninguno fue puesto en práctica. El gobierno se mantenía inconmovible. Era lo único inconmovible en la España republicana, donde la República misma se hundía a ojos vistas.

Se llegó a una apariencia de entente con los Gobiernos autónomos de Cataluña y de Euzkadi, según las notas de la prensa, después de sendos banquetes entre los personajes representativos de esas tendencias. Para satisfacer a los unos, se creó el Comisariado de cultos, se oficiaron misas, se hicieron entierros religiosos. Volvió a la Subsecretaría de Estado, para contentar a los otros, Quero Morales, dimitido en ocasión de la última crisis. El acuerdo, por arriba, por la cima, parecía, pues, completo. El Gobierno Negrín era un Gobierno fuerte, sostenido por la opinión oficial de los partidos, de las organizaciones sindicales, de los Gobiernos autónomos. En ese concierto faltaba nuestra pobre voz, que representaba algo más que una organización de lucha y de ideas, representaba a España, a la España del trabajo y de la guerra, a la España popular, de la que nadie se acordaba.

Pero ¿habíamos de cruzarnos de brazos, encerrarnos en una torre de marfil, quedar pasivos ante tanta infamia y ante semejante tragedia? Volvimos nuevamente a la carga, a proponer al Gobierno, el 7 de diciembre, una intervención nuestra, en tanto que combatientes independientes del mecanismo militar creado y al que no reconocíamos las virtudes que ensalzaban en vano los periodistas y los políticos de la solidaridad gubernamental.

Decíamos al Gobierno, entre otras cosas:

Consideramos que es preciso, vista la inferioridad de material bélico con que nos encontramos, ahorrar el material humano de que aun disponemos, incomparable como masa combatiente, pero agotable, y buscar la manera de enfrentar el hombre con el hombre ...

Después de la batalla del Ebro, cuyas consecuencias no se nos escapan, y en vista de la situación internacional, estimamos que una de las formas más eficaces de la ofensiva contra la invasión consiste en la acción coordinada, sostenida por todos los medios, en la zona llama rebelde, es decir, en la guerra a la española ...

La F. A. I. no ha escatimado ni escatimará ningún esfuerzo en la dirección de la guerra al fascismo nacional e internacional. A ella se debe en buena parte la existencia misma de esta guerra, por su participación defensiva en el aplastamiento de la rebelión en Cataluña, y a ella se debe la primera resistencia organizada que se hizo en la España leal, sin armas ni recursos financieros ...

Por nuestro conocimiento del país, por la permanencia de muchos de nuestros compañeros en resistencia activa o en resistencia pasiva en la España rebelde, nos consideramos en condiciones insuperables para organizar en la retaguardia enemiga un frente de lucha de incalculables consecuencias como factor de descomposición de la otra zona y de rebelión activa contra la invasión. Tenemos la plena seguridad de que en ese aspecto somos la única fuerza de acción eficaz ...

Luego detallábamos el plan de acción en la retaguardia enemigo, donde habríamos infiltrado algunos millares de nuestros hombres probados, solicitando para ello el visto bueno y el apoyo material del gobierno.

El Jefe del Estado Mayor central, general Rojo, informó favorablemente desde el punto de vista de la eficacia militar, pero Negrín nos hizo comunicar por su servidor Zugazagoitia que todo lo que nosotros proponíamos se estaba haciendo ya, por iniciativa del Gobierno, y que le participásemos, con anticipación, nuestros pasos en ese sentido.

Sabíamos que era mentira lo que se nos decía, sabíamos cómo se cargaba y dónde era quemada la propaganda oficial para la zona de Franco, sabíamos que se habían creado algunos servicios que no habían logrado otra cosa que situar a sus hombres en buenos hoteles franceses e informar desde allí de lo que decía la prensa.

Nosotros manteníamos relaciones con la zona franquista, no como los vascos, en complicidad con las autoridades enemigas, sino corriendo todos los riesgos, atravesando las dobles líneas republicanas y nacionalistas. Nuestros agentes entraban en Zaragoza, en Pamplona, en todas partes. Lo que queríamos era hacer esa infiltración en mayor escala, con mayores recursos, con un criterio mas amplio, buscando contactos probables y actuando en pequeños núcleos de guerrilleros.

Con algunos altos jefes militares y con algunas personalidades políticas en oposición, junto con nosotros, al Gobierno Negrín habíamos considerado el alcance de esa acción en la retaguardia nacionalista, que habría podido quizás convertirse en una acción independiente, contra la invasión italiana y alemana, pero también contra la invasión rusa, bajo la bandera que nosotros enarbolábamos: ¡España para los españoles!

Propiamente nuestra pretensión, hemos de confesarlo, no consistía en ayudar al triunfo de un régimen que no merecía nuestra defensa y que había terminado en una bacanal de pícaros afortunados, sino en situar en un terreno de acción independiente a nuestros hombres, contra los unos y contra los otros, al lado del pueblo español y en defensa de sus intereses y de sus destinos.

En lugar de aceptar nuestras sugerencias, se resuelve convocar dos nuevas quintas. Nos opusimos a ello, otra vez solos. Hicimos observar que con las quintas movilizadas, si se aprovechaba su personal debidamente, sobraba gente para el reducido frente que nos quedaba. Señalamos que en el arma de aviación, con diez aparatos de bombardeo, y unos cincuenta o sesenta aparatos de caza, había 60.000 hombres. Y de su calidad se tiene una muestra elocuente en el hecho que sigue: habiendo pedido de entre sus siete mil jefes y oficiales voluntarios para el Ejército de tierra, se presentaron solamente un teniente, un capitán y un coronel. En el cuerpo de carabineros, en el de asalto y en otros servicios inútiles de retaguardia se cobijaba un porcentaje enorme de movilizados. Que se utilice todo ese aparato nocivo para la guerra en su forma actual y luego se podrán llamar las quintas que sean precisas.

Calculábamos que se podrían extraer de esas fuerzas de orden público y fiscal, sin debilitar los servicios necesarios, más de cien mil hombres. ¡Predicábamos en desierto!

En nuestro completo aislamiento, teníamos la impresión de estar rodeados de enemigos, no de aliados.

Aquellos dirigentes de partidos y organizaciones en absoluto acuerdo siempre, y sobre todo cuando se trataba de hacer frente a nuestras observaciones críticas, ¿trabajaban mancomunados por la derrota? ¿Eran sinceros en su actitud supina ante el gobierno? ¿O se trataba simplemente de idiocia personal o de deformación psicológica y moral a causa del cargo que desempeñaban? ¿Eramos nosotros los equivocados? ¿Era posible que nosotros y algunos militares y políticos aislados, fuésemos la única excepción? El criterio universal es uno de los criterios de veracidad, dicen los filósofos católicos.

Cuanto más abatidos estábamos en una lucha sin esperanzas contra la banda de los agentes rusos, comenzaron a llegarnos del frente testimonios de adhesión. No eran numerosos, pero eran significativos y nos alentaban a continuar en el camino marcado como único camino de resistencia y de dignidad. Pero el mecanismo de dirección de los partidos y organizaciones se taponó los oídos y se vendó los ojos a toda modificación. ¿Un golpe de Estado? Se llegaría a él, forzosamente, si duraba la guerra, por la obra de los núcleos clandestinos que habíamos comenzado a organizar en todas las unidades, y por el descontento creciente de algunos mandos no atacados por el moscovitismo. Pero por el momento los puestos de mando principales los tenían los incondicionales de Stalin, o figuras dóciles y flojas, y las unidades nuestras, orgánicamente adscritas a una Gran Unidad, tácticamente dependían la mayor parte del tiempo de formaciones comunistas.

Se inicia la ofensiva enemiga el 23 de diciembre, tanteando todas las posiciones del frente. El ataque fue rudo.  Se vió cuál era el sector de la resistencia y cuál el que cedería. Donde las fuerzas eran de predominio libertario, por ejemplo en la zona del Norte, la combatividad fue admirable y las posibilidades de avance enemigo se redujeron a muy poca cosa. La ofensiva franquista sería quebrantada y contenida allí. La antigua columna Durruti, uno de cuyos flancos era cubierto por carabineros que cedieron en las primeras jornadas, tuvo cinco mil bajas, pero mantuvo sus posiciones y su honor. En cambio, cedió el frente en toda la línea que ocupaba el famoso ejército rojo del Ebro, de absoluto predominio comunista en los mandos, bajo las órdenes del llamado coronel Modesto y del teniente coronel Lister. Por ese sector se inició el avance. La gran esperanza de la dictadura staliniana en España, la Agrupación de Ejércitos del Ebro, no hizo más que retroceder a marchas forzadas hacia la frontera francesa, lo que obligó al repliegue del sector del Norte.

El Gobierno y los dirigentes de la guerra vieron que habían fallado todos sus cálculos. ¿O qué todos sus cálculos se cumplían al pie de la letra?

Se propuso la creación de batallones voluntarios de ametralladoras para contener de una forma desesperada al enemigo, y se pidió nuestro concurso. ¿Con la moral reinante? ¿Con el ejército regular en fuga? ¿Entregar nuestros hombres a un gobierno inepto, si no francamente traidor? Volvemos a poner en claro nuestro criterio: no tenemos confianza en el gobierno, no tenemos ninguna fe en los mandos superiores del ejército, siguen siendo asesinados nuestros compañeros. Si se nos ofrecen las debidas garantías, el nombramiento de los mandos por nosotros mismos, la utilización de esas fuerzas bajo nuestro control directo, daremos batallones voluntarios. Sin esas garantías, no, y no habrá voluntariado.

Un clamor de indignación bien estudiado de todos los partidos y organizaciones fue la respuesta a nuestra actitud. ¿Pedir garantías al gobierno? Lo que había que hacer era obedecer y callar.

Pero por no obedecer y callar habíamos salido a la calle el 19 de julio de 1936. Y éramos los mismos de ayer.

Se ensaya el voluntariado sin nuestro concurso, y fracasa, como habíamos previsto. En vista de ello se movilizan diez quintas más, en medio de un desconcierto enorme. Las quintas no responden más que en una proporción insignificante, a pesar del terror empleado.

Nos decidimos entonces a crear batallones voluntarios por nuestra cuenta, en tanto que Federación Anarquista Ibérica. Ya veríamos luego en qué medida actuarían en acuerdo con el gobierno o contra el gobierno. Estábamos decididos a no admitir más que mandos propios y a no acudir con los ojos cerrados a donde se nos quisiera llevar. Lo que queríamos era disponer de una fuerza organizada propia, responsable, por eventualidades que pudieran presentarse. Incluso en esa última hora nos hemos visto trabados por una parte de los propios amigos que, en nombre de la C. N. T., seguían ciegamente las indicaciones del gobierno y se consagraban a enviar carne humana al matadero, mientras por nuestra parte estimábamos que había que salvar el mayor número de camaradas y que el gobierno era un obstáculo para la guerra y debía ser eliminado y desobedecido.

Propusimos, en reunión conjunta con la C. N. T. y las Juventudes Libertarías, la constitución de una Junta de Defensa, pero la iniciativa fue rechazada. ¡Con Negrin hasta la victoria!

Sólo una verdadera decisión popular podía salvar ya la situación. Se tuvo miedo al pueblo, más miedo que a Franco, y la tragedia final se presentó ya inevitable.

El avance enemigo fue cada día más brillante. Ninguna fuerza se oponía a su marcha. Cayó el 5 de enero Borjas Blancas, el 14 Valls, el 15 Reus y Tarragona ...

Cuando el cuartel general de Sarabia se trasladó a Matadepera, al norte de Tarrasa, a mediados de enero, se nos reveló un aspecto que habíamos presentido, pero que no nos habíamos atrevido a expresar. El gobierno abandonaba la lucha, porque abandonaba la zona industrial de Cataluña, abandonaba Barcelona. La guerra se había dado por perdida.

Habíamos renunciado ya a todo diálogo con los palafreneros y usufructuarios del gobierno Negrin. Nos habíamos negado a concurrir al Frente popular. Pero en reuniones privadas y de la F. A. I. expusimos la situación militar. Barcelona era abandonaba por el Gobierno ... de la victoria. Dimos las razones. Algunos amigos, inclinados todavía a esperar milagros de la taumaturgia misteriosa del hombre de la resistencia y a informarse de la verdad en los partes oficiales, fueron a interrogar a los organismos representativos de las organizaciones gubernamentales. Se les calmó con buenas palabras. ¿Abandonar Barcelona? ¡Qué disparate! Nosotros veíamos visiones, éramos derrotistas, se nos tendría que fusilar. Lo mismo que siempre. La resistencia era posible, el momento era grave, pero no desesperado. Y vuelta a la noria. Artículos inflados en la prensa, discursos vacíos por radio, proclamas, declaraciones, mentiras que ni siquiera eran piadosas. Burocracia solamente.

Cae Manresa el 24 de enero. Al llegar el enemigo a Tarrasa hay el peligro de un corte por Granollers a Mataró, dejando a Barcelona encerrada. El famoso Gobierno de la victoria y su equipo de decenas de millanes de funcionarios advenedizos, huye el 25 en dirección a la frontera. El bravo González Peña, heroico, se sitúa a cuatro kilómetros de Francia.

La F. A. I. convoca a una reunión a medianoche del 25 de enero. En Barcelona no quedábamos más que nosotros y los que, llevados aun por las seguridades del Gobierno hacía unas horas, no sabían que las bandas negrinistas habían huído ya de la ciudad.

Informamos de la gravedad del momento y de las posibilidades.

El enemigo ha pasado las costas de Garraf y se encuentra en Casteldefels. Puede entrar en Barcelona, si así lo estima conveniente, a la madrugada. Ningún obstáculo le cerrará el paso. También avanza por la carretera de Martorell y estará en breve en la falda del Tibidabo, sin contar el peligro del cierre de la salida hacia el Norte por el corte de Granollers a Mataró.

¿Medios para la resistencia? Como habíamos dicho muy a menudo, el ejército creado en la "Gaceta" no existía en la realidad. Las fuerzas de orden público estaban minadas por el pánico, unas, y por la propaganda enemiga, otras. Las que se sentían complicadas de alguna manera, habían salido también de la ciudad. Habíamos de contar solamente con las propias fuerzas y las que pudiéramos improvisar al calor de la lucha que no podría tardar en iniciarse en la entrada misma de las calles de Barcelona, si nos disponíamos a resistir.

Carecíamos de artillería, y la munición había sido transportada hacia el Norte de la región desde hacía más de una decena de días. La defensa de una ciudad es asunto militarmente bastante simple y seguro, supuestas estas condiciones: la evacuación de la población civil inútil, mujeres, ancianos y niños; la existencia de víveres para el asedio, y la abundancia de municiones.

Con un millón y medio de personas en la ciudad, sin víveres para más de quince días, sin artillería, con escasas armas y municiones, ¿valía la pena ofrecer más sacrificios? ¿Debía la F. A. I. asumir la responsabilidad de prolongar por su cuenta una resistencia que no podría decidir ya la guerra a nuestro favor y en cambio sería interpretada y usufructuada en el extranjero por los traidores del gobierno como un inesperado caudal político?

No, en las condiciones en que nos habían abandonado, no debíamos contribuir a que se produjese una sola víctima más de la guerra. Podíamos destruir fábricas, incendiar media ciudad. ¿Para qué? Nos negamos a una venganza de impotencia, cuyas consecuencias habrían sido un empeoramiento de la situación de los que quedaban.

Nuestras noticias, aunque nada nuevo se esperaba ya, produjeron consternación. Parecía increíble que la perspectiva que habíamos venido anunciando como irreparable desde hacía dos años si no se producía un viraje a fondo en la política nacional e internacional, fuese ahora una realidad palpable.

En un último resto de esperanza, salieron emisarios en diversas direcciones a comprobar algunos de nuestros informes, sobre todo lo concerniente a la proximidad de las tropas de Franco. ¡Todo era exacto! Los dirigentes de los partidos y organizaciones, que hasta hacía pocas horas habían estado proclamando las consignas de la resistencia hasta la victoria, resistieron toda la noche sin dormir, pero en dirección apresurada hacia Gerona como primer punto de descanso ...

A medianoche nos telefonea el general Asensio. La guerra estaba perdida, pero el fin no ha podido ser más. vergonzoso. ¿Qué pensábamos hacer nosotros? ¿Podía contar con nuestra ayuda para ofrecer, con el propio sacrificio, un ejemplo y salvar el honor de Barcelona? Si podía contar con nosotros, pediría al gobierno fugitivo el mando de la ciudad.

Vacilamos. La resistencia era inútil. Habríamos durado lo que durasen la escasa munición y los víveres más escasos aun que nos habían dejado los héroes de la resistencia hasta la victoria. Y después, nada. El factor humano no nos habría faltado y se renovaría una oleada de combatividad y de heroísmo en el momento en que se supiera por las masas populares que la F. A. I. se hacía cargo de la defensa de Barcelona, pero había que hacerlo, naturalmente, en rebelión contra el gobierno en fuga. Nos importaba poco ya vivir o morir. Era un estado de ánimo un poco generalizado. Si antes se veía acudir la gente a los refugios, ahora se contemplaba con indiferencia la llegada de la aviación italiana y cada cual seguía su ruta en medio de la alarma y del estruendo de las bombas. Para nosotros había terminado con una derrota que no merecíamos, el principal resorte de nuestra voluntad de vivir.

—Si, general Asensio, puede contar con nosotros.

Si obtenía el mando de la plaza y se recuperaba algún material de guerra, pero sobre todo una parte de la munición que se había transportado hacia el Norte, nos quedábamos. La respuesta nos la traería personalmente, a la madrugada del 26 de enero si era positiva. Si era negativa, también él se marchaba.

En la jornada del 26 la aviación no daba un minuto de descanso; no se sabía cuando sonaba la alarma y cuando era levantada. La D. E. C. A. se había retirado. Toda vida y todo tráfico habían quedado muertos en Barcelona. Los que se movían, lo hacían en busca de vehículos para seguir la ruta del gobierno valeroso. De Asensio ninguna noticia. ¡Se le había rehusado el mando de la ciudad, aun después de abandonada!

Podíamos tomar nosotros el mando, naturalmente, nadie nos lo habría impedido, y menos el teniente coronel Carlos Romero, que ejercía nominalmente de comandante militar, sin más fuerzas que algún batallón incompleto. En la noche del 24 al 25 se habían marchado casi todos los elementos responsables. Quedaba un pueblo, en parte contento por ver terminada la guerra, en parte aterrorizado por la verdad de una situación que había ignorado hasta ese instante. En esos momentos supremos, las horas, los minutos, son definitivos. Todavía el 25 de enero se podía haber organizado la defensa de la ciudad. El 26 se habría estrellado en la indiferencia toda tentativa, incluso la nuestra. El enemigo no entró ese día en Barcelona, porque ha debido considerar preferible la evacuación.

Calculamos que nos quedaba tiempo para recorrer los pueblos próximos, en los que nadie había pensado, y donde excelentes compañeros podían quedar de improviso cercados. Eso hicimos. Unas horas después de atravesar Granollers, semidestruído por la aviación ítalo-alemana, llegaban las tropas de Franco y al mismo tiempo entraban en Barcelona sin disparar un solo tiro.

Tal fue el premio de la política rusa en España.

Mientras ocupaban Barcelona los ejércitos de Franco, el alegre presidente del gobierno de la victoria, declaraba a la prensa extranjera: "La República dispone ahora de combatientes organizados en una forma perfecta, de material de guerra en abundancia ... Puedo asegurar hoy, categóricamente, que salvaremos la situación".

Y el cinismo negriniano era coreado por ese pobre ministro de Estado, Alvarez del Vayo, amanuense de Litvinoff, que hacía publicar en la prensa extranjera estas palabras, el 28 de enero: "El gobierno está absolutamente decidido a continuar la lucha".

¡Numantinos con aviones!

¿Hablar de incidentes, de crímenes, de nuevas tentativas de chantage, mientras todo un pueblo a pie por las carreteras, en coches o camiones, en carros, en barcas, se encaminaba presa del pánico hacia la frontera francesa, dando un espectáculo de que la historia no conoce otro ejemplo? Imagínese cuál sería el cuadro de carreteras y caminos con 600.000 fugitivos, por lo menos.

En aquel éxodo terrible meditábamos en la esterilidad del sacrificio de tantas vidas preciosas el 19 de julio de 1936 y después, en los frentes, durante treinta meses, y en el derrumbe de toda nuestra vida de fe y de lucha. No solamente había terminado la guerra, había terminado también un mundo de nobles esperanzas de bienestar y de justicia para todos.

Nos venía a la memoria, sin querer, el espectáculo de un movimiento de masas, dos años antes, también hacia la frontera. Al anochecer de un día de fines de septiembre, si no nos falla la memoria. El acorazado enemigo "Canarias" bombardeó la bahía de Rosas. Las autoridades de aquellos contornos temieron un desembarco y nos comunicaron sus inquietudes, reclamando auxilio. Se veían otras unidades navales por las inmediaciones.

En aquel inolvidable Comité Central de Milicias de Cataluña, verdadero órgano de la guerra y de la revolución del pueblo, resolvimos dar la voz de alarma y comunicar por teléfono a las poblaciones más importantes que estuviesen alerta, que vigilasen las costas, que controlasen el tráfico por carretera, pues se temía un desembarco enemigo. No hemos empleado media hora junto al teléfono. Y en ese lapso de tiempo, como si todo el mundo hubiese estado instruído, treinta o cuarenta mil hombres armados se pusieron en marcha, se establecieron controles en calles y carreteras, se organizaron caravanas. Los que no disponían de otro armamento ocuparon en toda Cataluña los lugares estratégicos con bombas de mano.

Viendo la magnitud de la movilización hubiéramos querido contener la avalancha, pero nos fue imposible, pues mientras en unas localidades lográbamos que la gente en armas quedase en situación de alerta, tomando posiciones en dirección a la costa, y esperando órdenes, en la mayoría de los casos las caravanas se dirigieron espontáneamente hacia Rosas, en busca del enemigo. Desde Tortosa hasta Rosas fue todo una línea de fuerzas populares armadas y decididas a la lucha a cuchillo, si era preciso. Hubo pueblos, como Sallent, que se nos presentaron con 500 hombres armados con fusiles, ametralladoras, morteros, bombas de mano, en pequeña columna motorizada.

Habían comenzado ya las maniobras de los agentes rusos para mermar nuestra influencia en el pueblo, acusándonos de cuantos excesos se cometían. El espectáculo de esa noche memorable de la alarma por el bombardeo de Rosas les hizo comprender que todavía no había llegado su hora. Eramos aún el pueblo obrero y campesino de Cataluña en armas, y ese pueblo estaba dispuesto a todos los sacrificios a la menor señal que diésemos para asegurar un nuevo orden social de justicia para todos. Se calculó que en mayo de 1937 la situación era más favorable.

En dos años de predominio comunista y republicano, lo único que se ha logrado fue hacer mayor el éxodo, pero esta vez, no hacía el enemigo, corro en septiembre de 1936, sino hacia la frontera que se había imaginado la tierra de promisión, juzgando falsamente también que al llegar a Francia habrían terminado todos los horrores, sinsabores y privaciones de una guerra que no se sabía a que objetivos perseguía, y que ventajas podía reportar al pueblo que la soportaba con lágrimas y sangre.


 

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