«No fue una revolución contra una forma determinada de
poder estatal, legitimista, constitucional, republicano o imperial. Fue una
revolución contra el propio Estado, ese engendro sobrenatural de la sociedad;
fue la recuperación, para el pueblo y por el pueblo, de su propia vida social.»
Karl MARX,
La guerra civil en Francia.
La Generalitat y el poder de los obreros en armas
Cataluña fue la primera región donde se venció a los
militares y fue también ahí donde el «poder obrero» se asentó con más
fuerza. Jaime Miravitlles, uno de los líderes de la Esquerra, el partido de los
republicanos de la izquierda catalanista, escribió:
«El martes 21 por la noche, en Barcelona, la situación
era realmente trágica. El ejército había dejado de existir. Los órganos de
la Generalitat se habían mezclado totalmente con el pueblo en lucha.
1»
1 «Vu» (29 de agosto de 1936), citado por A. y D. Prudhommeaux, La
Catalogne Libertaire 1936-1937. Ed. Cahiers Spartacus.
En efecto, las fuerzas de policía, y los soldados que
permanecían «leales», se incorporaron totalmente a las milicias obreras.
Aunque el Gobierno de Madrid proclamó que el levantamiento había sido vencido
en Barcelona gracias a la «lealtad» de los Guardias Civiles y de los Guardias
de Asalto, Companys, por su parte, sabía a qué atenerse. Felicito a «las
fuerzas que, con valentía, con heroísmo, han luchado por la legalidad
republicana y por la autoridad civil», pero sabía muy bien que esas fuerzas,
las del proletariado catalán, en realidad, lo que habían hecho era despojar de
toda efectividad a esa legalidad y a esa autoridad. Por ello, el 20 de julio,
apenas concluida la batalla de Barcelona, convocó en la Generalitat a los
dirigentes anarquistas, Juan García Oliver, que formaba parte de la delegación
anarquista, ha narrado la entrevista:
«La ceremonia de presentación fue breve. Nos sentamos
cada uno de nosotros con el fusil entre las piernas. En sustancia, lo que nos
dijo Companys fue lo siguiente:
—Ante todo, he de deciros que la CNT y la FAI no han
sido nunca tratadas como se merecían por su verdadera importancia. Siempre habéis
sido perseguidos duramente, y yo, con mucho dolor, pero forzado por las
realidades políticas, que antes estuve con vosotros,
2
después me he visto obligado a enfrentarme y perseguiros.
2 Luis Companys había defendido muchas veces, como abogado, a militantes anarquistas detenidos durante el agitado período de 1917-1923 en Barcelona, donde se sucedían huelgas, tiroteos y atentados. Posteriormente, cuando se hubo convertido en el jefe de la Esquerra a la muerte de Macià— y después en el Presidente de la Generalitat, se opuso políticamente —y muchas veces encarceló— a esos mismos militantes a los que en otros tiempos defendiera.
Hoy sois los dueños de la ciudad y de Cataluña porque sólo
vosotros habéis vencido a los militares fascistas, y espero que no os sabrá
mal que en este momento os recuerde que no os ha faltado la ayuda de los pocos o
muchos hombres leales de mi partido y de los guardias y mozos de escuadra ( ...
) Pero la verdad es que, perseguidos duramente hasta anteayer, hoy habéis
vencido a los militares y fascistas. No puedo, pues, sabiendo cómo y quiénes
sois, emplear un lenguaje que no sea de gran sinceridad. Habéis vencido y todo
está en vuestro poder; si no me necesitáis o no me queréis como presidente de
Cataluña, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha
contra el fascismo. Si, por el contrario, creéis que en este puesto, que sólo
muerto hubiese dejado ante el fascismo triunfante, puedo, con los hombres de mi
partido, mi nombre y mi prestigio, ser útil en esta lucha, que si bien termina
hoy en la ciudad, no sabemos cuándo y cómo terminará en el resto de España,
podéis contar conmigo y con mi lealtad de hombre y de político que está
convencido de que hoy muere todo un pasado de bochorno, y que desea sinceramente
que Cataluña marche a la cabeza de los países más adelantados en materia
social. 3»
3
Dans la tourmente. Un an de guerre en Espagne, París, 1938
(folleto de propaganda de la AIT).
A
estas palabras, tal vez sinceras pero, en cualquier caso, hábiles, los
delegados anarquistas hubieran podido responder que no se
trataba de él y que estaban totalmente dispuestos a olvidar las quejas que
pudieran tener en contra suya, pero que, para «acabar de una vez por todas
con ese bochornoso pasado», había que transformar radicalmente la sociedad,
destruir todas sus estructuras jerárquicas y que la Generalitat ya no era
sino un edificio vació, que pertenecía a ese pasado muerto y que, ahora, las
propias masas eran las que tenían que decidir las formas y modalidades de su
propio gobierno, la autogestión de la economía catalana por los trabajadores
y las formas y modalidades de su nueva vida. Sin olvidar ni un solo instante
la necesidad de aplastar el fascismo en toda la Península. Lo que había que
hacer, por lo tanto, era ceder la palabra a las masas, para que ellas
decidiesen, en vez de decidir una vez más por ellas, mediante conciliábulos
«en la cumbre» más o menos confidenciales. Ese debía ser el primer paso
hacia esa transformación que a todo el mundo le parecía necesaria.
Pero no fueron estas palabras (muy anarquistas, sin
embargo) las que pronunciaron los dirigentes de la CNT y de la FAI ese día a
Companys. García Oliver observa que en ese momento «Companys hablaba con
evidente sinceridad». Es muy posible, pero lo cierto es que era ése el único
lenguaje que podía utilizar si quería que los anarquistas le hicieran
concesiones. Si en esa ocasión Companys hubiera querido imponer su voluntad y
exigirles una estricta disciplina hacia el Estado catalán —o sea, si les
hubiera hablado con el lenguaje de un gobierno que gobierna— sin duda se
hubieran enfrentado con él y los anarquistas eran lo bastante fuertes como
para «tomar todo el poder». Estaba obligado, por lo tanto, a apelar a sus
sentimientos y a la unidad antifascista, reconocer su importancia, adularles,
y ganar tiempo, andar con rodeos, evitar el enfrentamiento. Sorprendidos, según
parece, por ese «gesto sublime de dignidad y de comprensión» (García
Oliver) los anarquistas aceptaron «llevar por un nuevo camino» a la
Generalitat y a su Presidente.
Una vez obtenida su aceptación, Companys se dirigió rápidamente
al objeto esencial de la entrevista: las combinaciones políticas. Anunció a
los delegados de la CNT-FAI que «en el salón de al lado, esperaban los
representantes de todos los sectores antifascistas de Cataluña y que si
nosotros accedíamos a que, como Presidente de la Generalitat nos llevase
junto a ellos, haría una propuesta para dotar a Cataluña de un órgano nuevo
para continuar la lucha revolucionaria hasta alcanzar la victoria 4».
4
Ibid.
Los representantes de la CNT-FAI se reunieron en el salón
contiguo con los de la Esquerra, los Rabassaires, la Unión Republicana, el
POUM, y el PSUC (comunistas). Conmovedora reunión ésta de unidad
antifascista, teniendo en cuenta que no faltaba mucho para que apareciesen los
conflictos latentes que culminarían en el sangriento enfrentamiento de mayo
de 1937.
«Companys nos explicó (cuenta García Oliver) que
convenía formar un Comité de Milicias cuyo fin fuese el de orientar toda la
vida de Cataluña, profundamente trastornada por el levantamiento fascista y
que intentase organizar las fuerzas armadas para luchar contra los fascistas
ahí donde se presentasen, porque en ese momento de confusión nacional se
desconocía todavía la situación de las fuerzas existentes. 5»
5
Ibid.
Pero los delegados de la CNT-FAI querían consultar
primero con su organización (cabría preguntarse por qué decidieron «llevar
por un nuevo camino» a la Generalitat sin consultar con nadie...). Un «pleno
del Comité Regional» tuvo lugar aquella misma noche en la «Casa de Cambó»
que había sido ocupada por los militantes del Sindicato de la Construcción.
García Oliver fue quien expuso la propuesta de Companys sobre el Comité
Central de Milicias. Para él la situación les planteaba el dilema siguiente:
había que escoger «entre el comunismo libertario, que significaba la
dictadura anarquista y la democracia, que significaba la colaboración».
Extraña pero significativa manera de plantear el problema: contrariamente a
todas las ideas expresadas en toneladas de artículos y de discursos, el
comunismo libertario, a la hora de la verdad, se convierte en una dictadura «anarquista»,
¡y la CNT-FAI en unas organizaciones políticas que, según esta hipótesis,
habían ejercido completamente solas el poder! Como perfecto revés de la
medalla, la colaboración con las demás tendencias políticas, las
autoridades republicanas burguesas de Cataluña, etc., era... la
democracia. No parece que nadie se haya levantado para defender las otras
formas de democracia posibles en ese momento, unos consejos de delegados
elegidos y revocables, una nueva Comuna, en definitiva. El dilema de García
Oliver era un falso dilema, pero significativo de la mentalidad de los
dirigentes anarquistas, como demostraron hasta la evidencia los
acontecimientos futuros. El Comité Regional CNT-FAI secundó los rebuscados
argumentos de García Oliver y proclamó: «Nada de comunismo libertario.
Primero hay que aplastar al enemigo dondequiera que esté».6
Nadie se molestó en demostrar que hubiese en ello contradicción alguna.
6
«Solidaridad Obrera» (21 de julio de 1937).
De esta manera se decidió la formación del Comité
Central de Milicias Antifascistas de Cataluña. El PSUC y el POUM tuvieron
cada uno un representante; la FAI, dos (Santillán y Aurelio Fernández), la
CNT, tres (García Oliver, Asens y Marcos Alcón, al haberse marchado Durruti
al frente de Aragón) y la UGT, también tres representantes, cosa que
resultaba desproporcionada en relación con su influencia real. Pero parece
como si la CNT-FAI, que abogó por la representación de la UGT, hubiese
querido favorecer a los sindicatos en «detrimento» de los partidos, lo que
era absurdo, porque fueron los estalinistas («hombres de partido» si los
hay) quienes monopolizaron, desde un principio, la representación de la UGT.
También había un representante de la Unión de Rabassaires y cuatro de los
partidos republicanos (Esquerra y Acción Catalana Republicana). La
Generalitat estaba representada en el Comité de Milicias por un comisario
delegado y, además, ella era quien nombraba al comandante militar.
Organizaciones antifascistas representadas en el comité
de milicias
El Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC):
En julio de 1936 el movimiento comunista en España era
muy débil en conjunto. Apenas contaba con 30.000 miembros, lo que es
irrisorio en relación con la corriente socialista o con la anarquista.
En Cataluña, desde principios de 1936, se estaba
preparando la fusión de dos pequeñas organizaciones socialistas que se sentían
atraídas por el estalinismo, y la Federación Catalana del Partido
Socialista, dirigida por Rafael Vidiella que había roto con el Partido
Socialista Obrero Español (PSOE). Las dos pequeñas organizaciones eran el
Partido Proletario Catalán (escisión de la Esquerra) y la Unión Socialista
de Cataluña (impregnada de nacionalismo) cuyo secretario era Juan Comorera.
Las negociaciones condujeron, el 24 de julio de 1936, a la formación del
Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), dirigido por el mismo
Comorera, de quien Borkenau dijo que representaba «una actitud política que
puede compararse a la de la extrema derecha de la socialdemocracia alemana.
Siempre había contemplado la lucha contra los anarquistas como el principal
objetivo de la política socialista en España 7».
El PSUC se adhirió a la Internacional Comunista y le destinaron un delegado
que, con el nombre de «Pedro» (que era el seudónimo de Gëroe, el conocido
estalinista húngaro) dirigió de hecho toda la actividad del Partido. La
dirigente comunista Dolores Ibarruri, define así la política del PSUC
durante los primeros días de la revolución:
7
Frank Borkenau, Op. cit.
(pág. 146 de la edición española).
«Desde el principio desarrolló una actividad
extremadamente intensa, tanto contra los rebeldes como contra los poumistas y
los anarquistas que se habían impuesto por el terror al Gobierno de la
Generalitat; que se habían apoderado de casi todas las armas de la guarnición
de Cataluña, así como de las fábricas; que eran los amos de la calle e iban
por el campo desencadenando una ola de terror y de violencia que paralizaba a
los campesinos.8»
8 Dolores Ibarruri. El único camino, Ed. en Lenguas
Extranjeras, Moscú, pág. 532.
A
pesar del origen social-demócrata de los dirigentes del nuevo partido y de su nombre, en realidad no tuvo ninguna autonomía ante
las «instancias nacionales». El PSUC, aunque halagaba los sentimientos
nacionalistas de la pequeña burguesía catalana (que era su principal
clientela), sólo fue una federación del PC como los demás y como los demás
estuvo sometida al Buró Político y, por supuesto, a la IC.
El Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM):
Los estalinistas odiaban al POUM porque había sido
fundado esencialmente por comunistas disidentes, por «renegados» entre los
que figuraban algunos de los Militantes más conocidos del comunismo español,
como Andrés Nin, Juan Andrade, Joaquín Maurín, etc.
Los estalinistas calificaban al POUM de trotskista (o más
bien de «trotskofascista») definición que ha sido muy utilizada por los
periodistas e historiadores «liberales» hasta Hugh Thomas. En realidad,
aunque Andrés Nin, antiguo secretario de la Internacional Sindical Roja, Juan
Andrade y otros futuros líderes del POUM, abandonaron el PC para fundar la «Izquierda
Comunista» basándose en las tesis de la oposición trotskista, no obstante,
rompieron con Trotsky cuando éste les ordenó hacer «entrismo» en el
Partido Socialista para formar en su seno un ala revolucionaria. En lugar de
obedecerle decidieron fusionarse con el Bloque Obrero y Campesino, dirigido
por Joaquín Marín (antigua federación catalana del PC que había roto con
éste durante el predominio de la línea «ultraizquierdista» de la IC, sobre
todo porque no estaba de acuerdo en la cuestión de los «sindicatos rojos» y
en el problema nacional catalán). El Partido Comunista Catalán, dirigido por
Jordi Arquer (que siempre se había mantenido independiente del PC español,
fundamentalmente por catalanismo) se unió a ambos movimientos para fundar el
POUM, a principios del año 1936. No obstante, el POUM mantuvo sobre
determinados problemas (especialmente en la crítica al estalinismo) una
postura muy cercana a la de Trotsky, pero también a la de un Marceau-Pivert,
por ejemplo.
El POUM estaba implantado en Cataluña casi
exclusivamente. En julio de 1936, contaba con unos 3.000 miembros, pero mejoró
en los meses siguientes, llegando a alcanzar una considerable influencia en
algunas ciudades catalanas, como Gerona, Tarragona y, sobre todo, Lérida.
Cuando empezó la revolución, la dirección del POUM fue, sin duda, la que
tomó la postura más radical respecto al movimiento de masas:
«Los obreros, campesinos y marineros no luchan para
defender a la vieja República burguesa que nada les ha dado, sino para
establecer el régimen futuro: la República de los trabajadores. Esto, ellos
lo saben, a pesar de la propaganda de los partidos del Frente Popular, que
pretenden que las milicias obreras defiendan la constitución actual. Si, en
Madrid, la clase obrera, conducida por el Partido Socialista, la UGT y los
comunistas oficiales, todavía sigue las directrices del Frente Popular, en
Barcelona, en cambio, el gobierno de la Generalitat ya no es más que una
fachada oficial, sin ningún poder ( ... ) Por lo tanto, en Cataluña no
existe eso que se llama "dualidad de poder", la clase obrera controla toda
la sociedad. A través de los sindicatos, el proletariado garantiza la gestión
de todos los servicios públicos y de muchas empresas privadas. El clero y los
reaccionarios están siendo expropiados, las casas de los ricos y los
conventos, transformados en centros de educación o en sanatorios. Se están
formando comités en las empresas y en los pueblos, entre los marineros y en
las tropas republicanas. Nuestro POUM, que hace todo lo que puede para crear
otros nuevos y ligarlos entre sí, ve, en esos comités, la base misma de la
República obrera y campesina en gestación.9»
9
«La Révolution espagnole», nº 1 (septiembre de
1936).
Desgraciadamente, a pesar de estas hermosas palabras, el
POUM no iba a luchar por esa autonomía obrera, por esos «comités de base»
de los que se hace aquí portavoz, todo lo contrario, intentará siempre —en
la medida de lo posible— sacrificarlos en aras de unos ilusorios «acuerdos
en la cumbre» entre burocracias. Si, Trotsky y sus partidarios (Felix Morrow
y luego Pierre Broué) condenaron al POUM porque no era suficientemente
leninista, toda la historia del viejo movimiento revolucionario con sus falsas
victorias o mejor dicho sus fracasos desde la Revolución rusa hasta la
Revolución catalana, le condenaron por haberlo sido demasiado.
* *
*
El Partido Socialista, tan fuerte en otras regiones de
España no existía en Cataluña. La federación catalana del PSOE había
participado en la fundación del PSUC, como acabamos de ver. Una de las
razones de la escasa influencia del PSOE en la Cataluña industrial,
posiblemente haya sido su centralismo jacobino que contrastaba con los
sentimientos nacionales de los socialistas catalanes. De cualquier manera, en
Cataluña se produjo ese fenómeno curioso por el cual todas las tendencias
socialistas acabaron integrándose, ya sea en el PSUC, ya sea en el POUM y
convirtiéndose, al menos oficialmente, o en comunistas estalinistas dentro
del primero o en anti-estalinistas dentro del segundo.
Los miembros del POUM y del PSUC lucharon durante algún
tiempo por controlar la raquítica UGT catalana (la hegemonía de la CNT era
aplastante). Pero muy pronto, el PSUC acabó controlándola y convirtiendo a
dicho sindicato en el refugio de los pequeño-burgueses, asustados por la
revolución y a quienes el POUM, lógicamente, les parecía demasiado
extremista.
La Confederación Nacional del Trabajo
(CNT) y la
Federación Anarquista Ibérica (FAI):
La CNT, heredera de los movimientos bakuninistas de la
Primera Internacional, fue fundada en Barcelona los días 30 y 31 de octubre y
1 de noviembre de 1910, por grupos libertarios, principalmente catalanes, y
celebró su primer congreso ordinario, también en Barcelona, en septiembre de
1911: «Con más de treinta mil afiliados, organizó una huelga general
nacional para protestar contra la guerra de Marruecos; el gobierno reaccionó
poniéndola fuera de la ley, después de una cruel represión. En represalia,
Manuel Pardiñas mató al Primer Ministro José Canalejas (noviembre de 1912)
y otro anarquista intentó asesinar a Alfonso III (abril de 1913).10»
Como comienzo no está mal...
10
César M. Lorenzo, Les anarchistes espagnols
et le pauvoir, Ed. du Seuil, pág, 45. (En castellano. Ed. Ruedo Ibérico, París.)
Se puede decir que la CNT es una organización que no
tiene equivalente en el movimiento obrero internacional, porque es la única
organización anarquista de masas del siglo XX. Abiertamente anarquista y
anarco-sindicalista, muy pronto tuvo —según los años— entre 500.000 y
mas de un millón de afiliados, en julio de 1936, pero en 1938 rebasó los dos
millones y medio. La CNT era, al mismo tiempo, un sindicato en el sentido
tradicional (que organizaba huelgas reivindicativas y salariales, por ejemplo)
y una organización revolucionaria (que organizaba huelgas de insurrección,
atentados, expropiación de bancos, etc.); tenía una prensa abundante, que
además era muy leída, editoriales populares, círculos culturales, cursos
nocturnos para trabajadores, etc. Cualquier militante de la CNT podía
desarrollar cualquier tipo de actividad social, cultural, sindical o «política»
dentro de la misma organización. La única cosa que estaba obligado a hacer
fuera de ella era recibir un salario, porque en la CNT no había puestos
remunerados, excepto el de secretario general (y esto tampoco tiene
equivalente).
En 1927, bajo la dictadura de Primo de Rivera, en una
playa de Levante (durante una reunión clandestina disfrazada de excursión),
un grupo de anarquistas españoles y portugueses fundaron la FAI. Su objetivo
era el de difundir y defender la pureza teórica anarquista en los sindicatos
de la CNT, mientras que estos últimos debían organizar a los trabajadores
para que se hicieran cargo de la gestión de la sociedad. Se ha hablado mucho
de la «dictadura» ejercida por la FAI sobre la CNT, pero aunque las
opiniones, todavía hoy, difieren entre sí, no me parece acertado hablar de
dictadura. Ciertamente, la ambigüedad de las relaciones entre la organización
«pura y dura» (por no decir de «vanguardia») y la organización de masas,
planteó problemas y creó conflictos (y siempre los planteará, mientras
existan ese tipo de relaciones), pero nunca se podrán comparar con las
relaciones «normales» de dependencia del sindicato con el partido (por
ejemplo, en España, ahora, las relaciones PCE-CC.OO.). La FAI, aunque tuviese
comités peninsulares y regionales, en realidad constituía una federación de
grupos autónomos, formados casi siempre espontáneamente por decisión de un
puñado de anarquistas que se organizaban como grupo de la FAI. El más
famoso, sin duda alguna, fue el de Durruti, los hermanos Ascaso, García
Oliver, Jover, etc., que se llamaba «Los Solidarios». El hecho de que
bastantes líderes influyentes de la CNT fuesen miembros de la FAI, ha
contribuido a que naciese la leyenda de la dictadura de esta última. Pero si
hubo influencia, fue reciproca y, durante la revolución del 36, la FAI y la
CNT, estrechamente unidas desde el principio (sus siglas aparecían siempre
juntas), acabaron por fundirse prácticamente en un mismo movimiento, lo que
no excluyó, por supuesto, ni las rivalidades, ni las tendencias.
La violencia de las luchas sociales bajo la Monarquía,
bajo la Dictadura de Primo de Rivera e incluso bajo la República, los largos
períodos de clandestinidad, los continuos enfrentamientos armados con la
policía y el ejército, con los matones del «sindicato libre», creado por
los patronos catalanes alrededor de los años veinte y, seguidamente, con los
falangistas, han marcado profundamente el espíritu de estas organizaciones.
Por ello, al lado de cada Comité regional de la CNT, existía un Comité de
Defensa clandestino. Ese Comité de Defensa era responsable de la acción
directa y tenía que estar dispuesto a sustituir al Comité regional, en el
caso de que se le detuviera —cosa que ocurría con frecuencia—. En muchos
casos, el Comité de Defensa estaba formado por miembros de la FAI (pero no
exclusivamente, ni siempre). De esta manera, la FAI de «guardián de la
doctrina» pasó a convertirse en el «brazo armado» de la CNT, sin que por
ello abandonara las tareas doctrinales publicaba sus propias revistas teóricas
—como «Tierra y Libertad»— folletos y libros, organizaba conferencias,
etc.
La CNT también era, por supuesto, una organización
descentralizada: las federaciones regionales gozaban de gran autonomía ante
el Comité Nacional. Al igual que en otras organizaciones, la instancia
suprema se constituía, en principio, mediante los Congresos. El Secretario
nacional podía ser reelegido varias veces para el mismo puesto, pero esto no
era muy frecuente porque preferían renovar lo más a menudo posible los
puestos directivos. Otra particularidad no escrita, pero muy importante de la
CNT, era el prestigio de que gozaban algunos líderes llamados «naturales»,
tuviesen o no responsabilidades en la organización. García Oliver, por
ejemplo, que nunca fue Secretario nacional de la CNT, era mucho más oído y
seguido que muchos Secretarios nacionales. Con Durruti ocurría lo mismo, lo
que le «valió» el «beneficio» después de su muerte de un verdadero culto
a la personalidad. Algunos de esos líderes «naturales» eran miembros de la
FAI, pero no todos.
Precisamente fueron estas organizaciones descentralizadas
y antiburocráticas, las que, al entrar en contacto con la realidad
revolucionaria y con las importantes responsabilidades públicas (sobre todo
en Cataluña) reprodujeron con una rapidez increíble el fenómeno burocrático:
la casta de los dirigentes, en todos los aspectos, al «desenraizarse»., no sólo
dio la espalda a los principios libertarios, sino —lo que es más grave— a
la acción revolucionaria de las masas, buscando en todas partes y
siempre el compromiso, cuando estuvieron representadas en los gobiernos (en el
catalán y en el central), y buscando siempre volver a ellos cuando no lo
estuvieron.
11
11
Sobre la historia de la CNT, véase el anexo
4, página 352.
Las organizaciones republicanas catalanistas:
«La “Esquerra catalana” era un partido de masas,
nacido en abril de 1931, de la fusión de diferentes partidos y agrupaciones
republicanas de Cataluña: se apoyaba en el poderoso movimiento sindical
campesino, la “Unión de Rabassaires”. Su inspirador y animador, Luis
Companys, ligado en otro tiempo a Salvador Seguí 12
había sido durante largo tiempo abogado de la CNT.13»
Estaríamos bastante de acuerdo con Broué y Temime, autores de estas líneas,
si se matizara el carácter de «masa» de la Esquerra. En realidad, los
Rabassaires (aparceros), movimiento campesino republicano y catalanista,
constituían el principal apoyo popular a la Esquerra. Por lo demás, durante
todos los acontecimientos revolucionarios de Cataluña, la acción de la
Esquerra se hizo sentir casi únicamente a través de la Generalitat, y de los
demás órganos gubernativos y municipales catalanes. Es verdad que durante
los años que precedieron á la insurrección militar tuvieron algún apoyo
popular debido a sus posturas autonomistas y a sus logros en ese sentido. Luis
Companys, Presidente electo de la Generalitat y de la Esquerra, aparecía como
el apóstol de la autonomía catalanista. Ese partido, que, como veremos luchó
eficazmente por la legalidad y la restauración del poder del Estado, tenía
tendencias reformistas en el plano social.
12
Salvador Seguí fue un militante anarcosindicalista
muy conocido en Cataluña a principios de siglo. Pintor de obra, nació en Lérida
(Cataluña), en 1890 y fue asesinado en marzo de 1923 por los pistoleros del
Sindicato Libre, organización «amarilla» creada por los patronos catalanes.
Fue vengado por Francisco Ascaso en el más puro estilo western.
13 Broué y Temime, Op. Cit., pág. 36.
En cuanto al papel de la Acción Catalana Republicana,
que era un partido pequeño, parece que ha sido puramente decorativo: sólo
aparece en las combinaciones políticas del tipo Frente Popular, así como a
raíz de la creación del Comité de Milicias. Fuera de esto no se encuentra
en ningún sitio su huella durante los acontecimientos revolucionarios de
Cataluña, ni el el frente, ni en la retaguardia.
Ambigüedad del Comité Central de Milicias.
Durante su breve existencia —del 23 de julio al 3 de
octubre de 1936— el Comité Central de Milicias sería a la vez un apéndice
importante de la Generalitat y una especie de comité de coordinación entre
los Estados Mayores de las organizaciones antifascistas. Su creación se había
hecho necesaria —como lo reveló implícitamente Companys— por el carácter
y la fuerza de la CNT-FAI.
Los anarquistas eran los que habían hecho casi todo en
Cataluña para acabar con la insurrección militar y también quienes tenían
casi todo el «poder». Era peligroso dejarles solos. De un modo u otro, había
que ligarles a las responsabilidades del poder político e imponerles la
unidad antifascista, cosa que por otra parte aceptaron. Pero como su carácter
antiestatal les impedía —durante algunas semanas— formar parte de ningún
gobierno, la solución ambigua y transitoria del Comité de Milicias era al
principio la única que, al tiempo que respetaba sus principios, les ligaba en
realidad a las responsabilidades del poder gubernamental. En los momentos
revolucionarios, el Poder está siempre obligado a disimularse tras los
oropeles «obreros».
Durante las primeras semanas, los poderes del Comité,
fueron amplios y la Generalitat se limitó a aprobar sus decisiones (la cola
aquí era más grande que la cabeza). Posteriormente, ambos órganos de
gobierno, que querían, cada uno por su cuenta, representar a todas las
organizaciones antifascistas y cuyas funciones se confundían en la práctica,
se estorbaron mutuamente. Uno de los dos sobraba. Por eso, cuando la CNT-FAI
dejó de lado sus famosos principios antiestatales, para formar parte del
Gobierno, el Comité de Milicias, transfiriendo todas sus prerrogativas a la
Generalitat, se disolvió el 3 de octubre. El 26 de septiembre de 1936, los
anarquistas entraban en el Consejo de la Generalitat y el 4 de noviembre en el
Gobierno Central.
Aunque no todo el mundo está de acuerdo con el relato de
García Oliver sobre el origen del Comité Central de Milicias (algunos, en
efecto, declaran que la idea era de los anarquistas y que Companys la aceptó
y la apoyó), es, por supuesto, sobre el papel y el carácter de dicho Comité
donde las divergencias se hacen mas profundas. El PC español, en su historia
de la guerra civil, jugosísima tentativa hagiográfica, ve en la creación de
ese comité, la influencia tenebrosa y dictatorial de los anarquistas sobre
Cataluña:
«De pronto, entró en el salón (el famoso salón donde
los representantes de las restantes organizaciones esperaban la solución de
las discusiones CNT-FAI con Companys [C.S.M.]), un grupo importante de
dirigentes anarquistas: García Oliver, Durruti, Vázquez, Santillán, Eroles,
Portelas, con correajes y pistolas y algunos con fusiles. Venían a presentar
un verdadero ultimátum ( ... ). Por mediación de García Oliver, los
anarquistas exigieron la creación de un Comité Central de Milicias de Cataluña,
lo que equivalía a tomar todo el poder. Su papel sería el de «dirigir la
revolución», «limpiar» la retaguardia y «organizar el envío de milicias
a Aragón». Todos los partidos burgueses se «desinflaron» y los
representantes de la UGT y del PSUC (que oficialmente no había de
constituirse hasta el 24 de julio, pero que, de hecho, existía desde hacía
varias semanas. [C.S.-M.]), prácticamente aislados, no podían hacer gran
cosa .14»
14
Guerra y Revolución en España, 1936-1939 (obra
redactada por un colectivo del PC español, bajo la presidencia de Dolores
Ibarruri, Ed. Progreso, Moscú), t. II, páginas 8 y 9.
La composición del Comité —que he dado más arriba—
desmiente ese «abuso de autoridad» y esa «toma del poder» de los
anarquistas. El minúsculo PSUC tenía 4 representantes, tres con la etiqueta
de la UGT, mientras que la CNT-FAI, con una aplastante mayoría en Cataluña,
tenía cinco. Hay que señalar que, desde ese momento y muy a menudo en el
futuro, los dirigentes de la CNT-FAI, que consideraban al POUM, y al PSUC como
unos «marxistas autoritarios», cuyas peleas de familia les interesaban muy
poco, por oportunismo dieron preferencia a los estalinistas. Todo el mundo sabía,
en efecto, que los representantes de la UGT eran dirigentes del PSUC, en
gestación, pero tanto en este caso preciso, como en otros más adelante, la
CNT-FAI insistió para que los estalinistas tuviesen cuatro delegados mientras
que el POUM sólo tenía uno. Esto parece aberrante, incluso desde el punto de
vista de las combinaciones políticas, porque a pesar de todas las
divergencias, el POUM estaba mucho más cerca de la CNT-FAI que los
estalinistas.
Para Companys y sus amigos de la
Esquerra, el Comité de
Milicias era un mal menor, un organismo de transición que podía garantizar
una apariencia de orden, organizar el envío de las milicias al frente y,
también, un compromiso político de unidad de las fuerzas antifascistas. Los
burgueses republicanos, cuyo objetivo consistía en restaurar el antiguo poder
legal, la Generalitat y los Consejos municipales en detrimento de los Comités
obreros revolucionarios, siempre confiaron en su carácter transitorio.
En pleno delirio de identificación con la revolución
rusa, los trotskistas vieron en ese Comité de Milicias «al gobierno obrero
de la revolución obrera» a cuyo alrededor, según Felix Morrow, «se habían
formado incontables comités de fábrica, de barrio, etc. 15».
En realidad el Comité de Milicias fue creado al margen y por encima de los
innumerables comités, formados casi siempre de una manera espontánea por la
masa revolucionaria. Los Estados Mayores de las organizaciones políticas y
sindicales fueron quienes, por sí mismos y sin ningún control ni participación
de los comités obreros, eligieron a los miembros del Comité de Milicias. En
este punto hay que señalar, sin perjuicio de volver a hablar de ello, que
nunca nadie eligió a los miembros del Comité de Milicias, así como nunca
nadie eligió a los futuros ministros (o consellers, como se les llamaba) de
la Generalitat; todos ellos fueron designados a dedo por los Estados Mayores
de las organizaciones políticas, proporcionalmente... a sus relaciones de
fuerza y a sus combinaciones. No era la democracia obrera, sino más bien la
dictadura de los Estados Mayores de las organizaciones obreras...
15
Felix Morrow, Revolution and Counter - Revolution in Spain, Pioneer
Publishers, New York, 1938, pág. 63.
Para los dirigentes de la CNT-FAI, el Comité de Milicias
constituía el poder real, la Generalitat, para ellos, era sólo un
pseudo-gobierno fantoche destinado únicamente a no asustar a las democracias
occidentales. Este era el único motivo de que continuase. Se trataba, por
supuesto, de un poder unitario, según la línea adoptada por las instancias
directivas de los anarquistas catalanes. He aquí cómo Abad de Santillán
habla del papel del Comité de Milicias:
«El Comité de Milicias fue reconocido como el único
poder efectivo de Cataluña. El Gobierno de la Generalitat siguió existiendo
y mereciendo nuestro respeto, pero el pueblo no obedecía más que al poder
que se había constituido por virtud de la victoria y de la revolución,
porque la victoria del pueblo era la revolución económica y social ( ... )»
Las prerrogativas del Comité eran muy amplias:
«Establecimiento del orden revolucionario en
retaguardia, organización de fuerzas más o menos encuadradas para la guerra,
formación de oficiales, escuela de transmisiones y señales, avituallamiento
y vestuario, organización económica, acción legislativa y judicial; el
Comité de Milicias lo era todo, lo atendía todo, la transformación de las
industrias de paz en industrias de guerra, la propaganda, las relaciones con
el gobierno de Madrid, la ayuda a todos los centros de lucha, las
vinculaciones con Marruecos, el cultivo de las tierras disponibles, la
sanidad, la vigilancia de las costas y fronteras, mil asuntos de los más
dispares. Pagábamos a los milicianos, a sus familiares, a las viudas de los
combatientes, en una palabra, atendíamos unas cuantas decenas de individuos
las tareas que a un gobierno le exigía una costosísima burocracia. El Comité
de Milicias era un Ministerio de Guerra en tiempos de guerra, un Ministerio
del Interior y un Ministerio de Relaciones Exteriores, al mismo tiempo,
inspirando organismos similares en el aspecto económico y en el aspecto
cultural.16
16 Diego Abad de Santillán, Por qué perdimos
la guerra, G. del Toro, Madrid, 1975, páginas 79 y 91.
Bajo la égida del Comité de Milicias se crearon una
serie de comisiones o subcomités, encargados de tareas concretas como por
ejemplo el comité de avituallamiento que, en principio, estaba encargado de
controlar las tasas y los precios, las tiendas, y en general, todo el comercio
de alimentación, pero también del avituallamiento de las milicias del
frente, de las «patrullas de control» y de la población (restaurantes,
hospitales, etc.). «Estaba formado por delegados de los diferentes partidos y
sindicatos (3 de la CNT: Valerio Mas, Facundo Roca y Juan José Domènech; 2
de la FAI: Juanel y Manuel Villar; 3 de la UGT, 1 del POUM, 3 de la Esquerra,
1 de la Unión de Rabassaires, 1 técnico). En realidad, la CNT-FAI fue quien
dirigió el Comité y quien realizó la mayor parte del trabajo; en efecto,
aun cuando la presidencia, puramente honorífica recayó sobre el catalanista
Pujol, Juan José Domènech ejerció las funciones de Secretario general
todopoderoso. En los suburbios barceloneses y en todas las localidades
catalanas se formaron comisiones que dependían del Comité Central de
avituallamiento 17».
17
César M. Lorenzo, Op. cit., páginas
114-115.
También se creó el Consejo de la Escuela Nueva
Unificada, ya citado, y que, formado por representantes de los sindicatos y de
la Universidad, tenía en cierto modo la responsabilidad de los problemas
globales de la enseñanza, incluida la reforma de los programas.
En lo relativo al «orden público» y a la «justicia»,
las cosas, por supuesto, eran más siniestras. La idea inicial era la de que
había que evitar los abusos y exacciones que algunos individuos o grupos «incontrolados»
pudieran cometer por iniciativa propia. Para ello, como siempre en la historia
a secas y no sólo en la historia de las revoluciones, lo que se iba a hacer
era intentar «legalizar» los abusos y las exacciones. El resultado era
previsible de antemano, no se las evitó, no se las limitó, no se hizo más
que añadir a los ajustes de cuentas individuales, las ejecuciones «legales»,
sin mencionar los ajustes de cuentas entre organizaciones de los que ya tendré
ocasión de hablar nuevamente. En una palabra, sólo se «diversificó» la
represión, que no sólo se ejerció —lejos de ello— contra los fascistas,
ni tan siquiera contra los sospechosos de serlo.
Como ya he señalado, los cuerpos de policía (Guardia
Civil y Guardias de Asalto) fueron disueltos primero para ser reconstituidos más
tarde. Las «patrullas de control» fueron las encargadas del «orden público»,
por lo menos durante ese período. Según César M. Lorenzo, había 700
hombres de las patrullas de control en Barcelona (325 de la CNT, 145 de la
UGT, 45 del POUM, 185 de la Esquerra):
« ...dirigidas por un Comité central de patrullas,
formado por 11 delegados de sección (4 de la CNT, 3 de la UGT, 4 de la Esquerra);
el anarco-sindicalista José Asens era el secretario general.»
Como se ve, pululaban los secretarios generales
anarquistas (!).
«( ... ) Actuaban en relación con la Comisión de
Investigación que procedía de la Seguridad del Comité Central de Milicias.
Esta comisión, dirigida por el anarquista Aurelio Fernández, era una especie
de Ministerio del Interior independiente, o una especie de servicio de
Seguridad revolucionario( ... ).»
«Sin embargo, al margen de la Comisión de Investigación,
existían unas fuerzas de policía organizadas por cada partido o central
sindical que tan sólo dependían de sus direcciones respectivas: eran las
famosas «checas», tan temidas, con sus agentes secretos, sus celdas
privadas, sus comandos. La de la CNT, a las órdenes de Manuel Escorza, fue la
más importante y la más perfeccionada.18»
(!?)
18
Ibid., págs. 115-116.
Resulta bastante cómico ver a un simpatizante anarquista
como César M. Lorenzo elogiar a la policía, además a la policía de las...
«checas». Y aunque no le guste a nuestro autor, la de la CNT no fue la que
hizo «el mejor trabajo», es decir, hablemos claro, la que torturó y asesinó
a más gente (de los cuales sólo una ínfima minoría eran fascistas), sino
que fueron, como su nombre además lo indica, las «checas» de los agentes
soviéticos y de sus colaboradores de la IC y del PC español. El terror
estalinista en España es, con mucho, el que estuvo mejor organizado y el más
eficaz (en la «zona republicana», se entiende, porque del «otro lado»
todavía fue peor).
Quienes habían sido detenidos por delitos imaginarios o
reales y que sobrevivían a las diferentes «checas», a las ejecuciones
sumarias y a otros paseos y llegaban a los tribunales, se encontraban
frente a un sistema judicial profundamente reformado.
«...Tribunales revolucionarios (instalados en las
cabezas de partido provinciales: Tarragona, Gerona y Lérida) donde
deliberaban los delegados de sindicatos y de los partidos. El Comité de
justicia de Cataluña y el Gabinete jurídico tenían su sede en Barcelona, ahí
dominaban (?) los abogados Barriobero y Angel Samblancat, ambos miembros de la
CNT. Estos organismos celebraron bodas o divorcios, zanjaron litigios civiles
o comerciales, persiguieron a los especuladores y a los traficantes,
inspeccionaron las prisiones, juzgaron a los rebeldes, a los sospechosos y a
los irresponsables, etc. Con anterioridad se habían purgado cuidadosamente la
administración penitenciaria, la magistratura, y los Tribunales, se había
renovado todo de arriba abajo y se habían simplificado los procedimientos, se
habían anulado o destruido los expedientes anteriores al 19 de julio; por último,
los gastos judiciales fueron suprimidos.19»
19
Ibid., pág. 116.
Broué y Temime nos dan la composición social y política
del Tribunal revolucionario de Lérida que estaba «totalmente formado por
obreros, un tercio designado por el POUM, un tercio por la UGT-PSUC, y un
tercio por la CNT-FAI. El presidente Larroca, de la CNT, y el procurador
Pelegrín, del POUM, eran obreros ferroviarios 20».
Parece que durante las primeras semanas de la revolución se hicieron
importantes reformas del sistema judicial, pero fueron anuladas, como todo lo
demás, con la restauración contrarrevolucionaria del Estado.
20
Broué y Temime, Op. cit., pág. 123.
Contrariamente a lo que ocurrió en otras revoluciones,
no fueron los «Tribunales revolucionarios» los que se entregaron a los
peores excesos de una represión que, en definitiva, era tan reaccionaria como
todas las represiones, sino más bien las policías paralelas de los partidos
y sus siniestras «checas», que preferían mil veces que sus prisioneros «desaparecieran
» antes que enviarlos a unos tribunales que, o bien no eran siempre demasiado
sensibles a su óptica partidista o bien estaban sometidos a un vago control
de la opinión pública (observadores extranjeros, etc.).
En este sentido es muy sintomático comprobar que
generalmente se ha acusado a las «patrullas de control» o a los pretendidos
«incontrolados» de ser los únicos responsables de los excesos que se
cometieron en Cataluña. Nada se ha dicho de la progresiva severidad de los
Tribunales, cada vez más sometidos al control político del Gobierno Central,
a partir de 1937, ¡e incluso se ha llegado, como acabamos de ver, a cantar
las alabanzas de las «checas», de sus «agentes secretos», de sus celdas
privadas, y de sus comandos!
Cuando además, a fin de cuentas, la sustitución de los
viejos cuerpos de policía por patrullas de obreros armados, constituye una de
las medidas de saneamiento público más elementales, y cuando es grotesco
comparar la violencia, posiblemente ciega, de grupos aislados, «incontrolados»,
con la represión sistematizada y organizada a la que se entregaron las
organizaciones políticas, sobre todo el PC.
En Cataluña, como ocurre en todas las revoluciones de
verdad, el primer impulso fue el de abrir las prisiones tanto a los
prisioneros políticos como a los de derecho común. Más tarde, cuando se
volvieron a llenar, fue éste uno de los signos —y no el menos importante—
del avance de la contrarrevolución. El aparato represivo —tribunales, policías,
prisiones, campos, torturas, ejecuciones, etc.— no es sino la expresión más
brutal y directa de la jerarquía de las sociedades autoritarias que están
divididas en dirigentes y ejecutantes jerarquía y aparato represivo están
indisolublemente unidos y santificados, desde hace siglos, por unos sistemas
de valores igualmente jerárquicos.
Sin embargo, hoy como ayer, en Cataluña y en cualquier
otro sitio, se nos plantea el problema de saber si la revolución significa
la instalación de una buena jerarquía (Estado obrero), con sus
buenos campos de concentración, sus buenos pelotones de ejecución,
su buena tortura, etc., o bien si es revolucionario todo lo que tiende
justamente a romper las reglas de juego social, a abrir todas las prisiones, a
destruir toda jerarquía —y por lo tanto toda represión. Porque,
cualesquiera que sean los matices históricos, la jerarquía social (de «izquierdas»
o de «derechas», «obrera» o «burguesa») siempre es fuente de opresión,
de explotación, de alienación y es imposible querer luchar contra esto sin
luchar también contra aquello.
Por lo tanto, se puede decir —y tanto mejor si esto
sorprende a algunos— que resulta prácticamente indiferente saber quién está
en la cárcel —pues en definitiva, no son más que presos y quienes les
guardan, carceleros—, la cárcel es lo que resulta intolerable. Sólo hablo
aquí de la represión policial en su sentido más directo, pero es evidente
que la jerarquía, y su corolario represivo, se encuentran tanto en la
sociedad en su conjunto como en cada uno de los cuerpos sociales que la
componen, desde la célula familiar hasta la empresa industrial, pasando por
los partidos de «vanguardia», que resultan inconcebibles, ya que son jerárquicos,
sin su aparato represivo, sin sus comisiones de control y de disciplina, sin
sus polis y sus soplones, su ritual de expulsiones y de procesos, a veces
reales (partidos en el poder) a veces simbólicos: el excluido desaparece,
su nombre, su foto, desaparecen de los libros hagiográficos, etc.
La persistencia de los aparatos represivos en Cataluña
demuestra muy bien, entre otras cosas, la persistencia de las estructuras jerárquicas
represivas contra las que, sin embargo, las masas habían iniciado una lucha a
muerte, no sin éxito al principio. Lógicamente, esta represión no tuvo prácticamente
ningún efecto real «para la defensa de la revolución» o la lucha contra
los «fascistas camuflados». El sistema capitalista había sido desintegrado
por la acción espontánea de las masas; los burgueses que les eran políticamente
hostiles, o bien habían huido o bien se habían refugiado en las
organizaciones antifascistas que quisieron acogerles —sobre todo la UGT, en
Cataluña.
Dejando de lado a unos cuantos
cientos de falangistas y de franquistas, detenidos o fusilados, la represión
se ejerció
sobre todo sobre algunos pobres tipos de «derechas» o que «iban a misa»
quienes, por supuesto, no representaban ningún peligro, para irse ampliando y
cobrar realmente su pleno sentido reaccionario con la represión contra los
militantes revolucionarios o militantes de organizaciones rivales (reflejo de
la lucha de las burocracias políticas por la conquista del poder). La palma,
repitámoslo, se la llevan los estalinistas españoles, dirigidos por
consejeros soviéticos que se encarnizaron contra el POUM y con un sector
anarquista. Como veremos, se rizaría el rizo. La represión siempre es la
expresión de la reacción, cualquiera que sea el color político o los
intereses sociales de dicha reacción.21
21 Por ello resulta particularmente regocijante, por lo grotesco, ver cómo, aún en nuestros días, prácticamente todos los grupúsculos que dicen ser antiautoritarios se entregan voluptuosamente al simulacro (pues no pueden hacer otra cosa) de la represión. El ritual de las exclusiones, que es el simulacro de los «tribunales revolucionarios», las «palizas», simulacro de las ejecuciones, sin hablar de las cárceles y tribunales del pueblo o de la organización de los «servicios de orden», cada vez más militarizados, que pegan o no pegan bajo mandato, como cualquier otra policía, con la que comparten el «mantenimiento del orden»; todo el arsenal represivo, que obedece siempre a un orden moral (aun, o sobre todo, cuando ese orden moral pretende ser revolucionario) demuestra hasta la evidencia la persistencia de la jerarquía represiva en las estructuras organizativas y en el cerebro de los militantes, esos monjes soldados de los tiempos modernos.
Tanto
en el ámbito del «orden público» como en el de la «justicia», el poder
político del Comité Central de Milicias tropezó con toda una serie de
poderes particulares de una variedad infinita. En todas las ciudades y pueblos
catalanes, los antiguos consejos municipales habían sido arrinconados o
limpiamente despedidos y sustituidos por Comités revolucionarios. Estos, a su
vez, estaban formados generalmente sobre la base de la unidad antifascista.
Cada Comité revolucionario de cada ciudad o pueblo constituía un caso
particular. De esta manera, si bien en un principio estuvieron formados por
delegados de la población —elegidos y revocables—, en realidad casi nunca
se celebraron verdaderas elecciones. A veces tales elecciones se realizaron únicamente
en el seno de determinadas organizaciones para saber quiénes debían
representar a la organización en el Comité revolucionario. Porque, como en
casi todos los comités, elegidos o no, de «base» o no, los delegados no
representaban, en realidad, a la totalidad —o a la mayoría— de una
ciudad, de un pueblo (o de una empresa, en el caso de los Comités de gestión),
sino que representaban a tal o cual organización en tal o cual Comité
revolucionario. Volveré a hablar del monopolio de las organizaciones sobre
toda la vida política y social (e incluso sobre la vida cotidiana) de Cataluña.
Fuera de una organización, un individuo no existía.
Los
Comités revolucionarios de las ciudades y pueblos catalanes gozaban, de
hecho, de gran autonomía respecto al Comité Central de Milicias. Querían
ser dueños de ellos mismos, y casi siempre lo eran. Además de esta autonomía
local o regional, estaba la autonomía de cada organización respecto al Comité
Central. Los anarquistas obedecían las órdenes del Comité de Milicias
cuando la CNT-FAI se lo pedía, es decir, obedecían a su organización
—y no siempre.
Pasaba
lo mismo con los demás partidos. En cuanto al formidable movimiento espontáneo
de las colectivizaciones, el Comité de Milicias, como todos los órganos de
poder y los Estados Mayores de todas las organizaciones, se limitó a
comprobar, asombrado, su amplitud, antes de intentar dirigirlo y someterlo.
Para mí, el Comité de Milicias no fue el «Gobierno obrero de la Revolución obrera», tampoco una forma indeterminada y original de «poder revolucionario». Ante todo, desempeñó un papel de transición que proporcionó una especie de interinidad algo improvisada, hasta la vuelta del poder «legal» de la Generalitat que, a su vez, era una delegación del poder central republicano.
La coalición
burguesa-estalinista
El
PSUC ocupa un lugar aparte en la coalición antifascista. En efecto, si los
miembros de la CNT‑FAI y del POUM pensaban que defendían a la revolución
colaborando con la Generalitat, los dirigentes del PSUC, por su parte, estaban
firmemente decididos a sostener a la Generalitat contra la revolución.
Como
contrapeso de las Milicias obreras, Comorera propuso a Companys que se
constituyeran unas «Milicias de la Generalitat», pero los políticos burgueses
pensaron que era más importante restituir primero a la Generalitat toda
la autoridad gubernativa. El 2 de agosto Casanovas, de la Esquerra,
hizo una tentativa en este
sentido ayudado por los estalinistas. Formó un gobierno de «frente popular»
que incluía a 3 representantes del PSUC: Comorera, ministro de Economía, Ruiz,
ministro de Avituallamiento y Vidiella, de Comunicaciones. Es decir, tres
sectores donde se había consolidado esa autonomía que ellos se encargaron de
liquidar.
Pero
la CNT-FAI reaccionó vivamente, pues veía en esa operación una maniobra
contra el Comité de Milicias y contra ella misma:
«Mientras
se estaba celebrando la primera reunión del gobierno catalán del Frente
Popular, una delegación del Comité de Milicias de la FAI se presentó en la
Generalitat con el siguiente ultimátum: "O el gobierno se disuelve
inmediatamente, o el Comité de Milicias toma el poder".22»
22
Dolores Ibarruri,
Op. cit.,
págs. 532-533.
El
gobierno se vio obligado a disolverse el 8 de agosto, pero, como escribió más
tarde la dirigente comunista Dolores Ibarruri: «Se había dado un primer paso
para romper la presión anarco-trotskysta
23».
23
Ibid.
Mientras esperaban para poder atacar directamente a los anarquistas y a los poumistas y, más allá de todos ellos, a las conquistas revolucionarias, el PSUC intentó extender su influencia convirtiéndose en el defensor de los intereses de la pequeña y mediana burguesía. Rápidamente se encargó de la sección regional (catalana) de la UGT que anteriormente tenía poca influencia. Frente a la CNT, la UGT catalana, que actuaba con independencia del Ejecutivo Nacional controlado por Largo Caballero, lanzó el slogan de: «Defender la propiedad del pequeño industrial». La sección catalana tenía muy poca influencia en el proletariado; estaban afiliados a ella, esencialmente, algunos empleados de banca y un porcentaje elevado de funcionarios municipales y del Estado. Algunos días después de la victoria sobre los militares, el CADZI, el sindicato central de los empleados del sector privado, se refugió en la UGT. El porcentaje de «cuellos blancos» aumentó todavía más cuando se decretó la «sindicalización» obligatoria de todos los empleados, pues la mayoría afluyó hacia la UGT, más de acuerdo —pensaban ellos— con sus intereses que la CNT.
Por
otra parte, los estalinistas organizaron rápidamente otro sindicato, el GEPCI
(Federación Catalana de Gremios y Entidades de Pequeños Comerciantes e
Industriales), también afiliada a la UGT, que quería defender los intereses
de los 18.000 comerciantes, artesanos y pequeños industriales, hostiles a las
colectivizaciones. De este modo los estalinistas catalanes se asociaron a la Esquerra
y se apoyaron en las clases medias, asustadas por la revolución,
intentando convertir la lucha revolucionaria contra los militares fascistas en
una defensa de la legalidad republicana y del orden burgués, apoyándose en
todo lo que quedaba de conservador en el país, para acabar con las
transformaciones sociales que se estaban llevando a cabo.
Mientras
la coalición burguesa-estalinista no restauró el poder de la
Generalitat, el Comité de Milicias no se opuso demasiado abiertamente a la
iniciativa de las masas, pero tampoco
hizo nada por frenar la revolución en ascenso. Por el contrario, las
organizaciones revolucionarias (CNT-FAI y POUM)
se adentraron cada vez más en la vía de la colaboración con la burguesía
bajo la máscara de la unidad antifascista. De este modo, el Consejo de Economía,
que estaba formado por todas las organizaciones antifascistas (una vez más) y
que fue creado el 11 de agosto y legalizado dos días después, adoptó como
meta la regulación de los «problemas que plantea el que los obreros se hagan
cargo de un importante sector de la economía catalana
24»
24
«La Révolution espagnole», n.º 1
(septiembre de 1936).
Por
el momento la ofensiva contra la autonomía obrera, con sus discursos, sus
secretos y sus maniobras entre bastidores, a menudo se quedó en nada.
El
9 de septiembre se publicó un «decreto» por el cual pasaba bajo control de la
Generalitat toda la producción minera, industrial y manufacturera, así como la
importación de «plomo». Pero para que este decreto pueda ser efectivo —y
para que el gobierno catalán volviese a gobernar realmente— hará falta que
Companys lleve a cabo aquella operación (preparada con el PSUC) que ya había
fracasado a principios de agosto: la constitución de un «gobierno de Frente
Popular», es decir, la restauración del poder de la Generalitat respaldado
por todas las organizaciones antifascistas. La CNT-FAI y el POUM, que habían
impedido la primera tentativa en este sentido, el Gobierno Casanovas del 2 de
agosto (sin duda porque ellos no estaban representados en esa combinación), en
esta ocasión, estaban dispuestos a aceptar tal gobierno de coalición (a
condición, por supuesto, de figurar en él).
El
26 de septiembre, por lo tanto, se formó un nuevo gobierno en el que estaban
representadas todas las organizaciones antifascistas: 3 miembros de la Esquerra
catalana: Tarradellas
(Finanzas), Ayguadé (Seguridad) y Gassol (Cultura); 3 anarquistas: Fábregas
(Economía), Domènech (Avituallamiento) y Birlán (Salud); 2 comunistas:
Comorera (Servicios Públicos) y Valdés (Trabajo); 1 Rabassaire: Calvet (Agricultura); un miembro del POUM: Nin (Justicia); un
miembro de Acción Catalana: Closas (sin cartera) y el teniente coronel Sandino
en Guerra: el programa de este gobierno era «la máxima concentración en el
esfuerzo para ganar la guerra, sin retroceder ante ningún medio que pueda
contribuir a una victoria, rápida
25».
Ya se transparentaba la falsa elección, que posteriormente jugaría un papel
tan importante, entre revolución y guerra.
25
Citado por H. Rabassaire, Espagne,
creusel politique, París, Editions Fustier, 1938. (Hay traducción en
castellano. Editorial Proyección. Buenos Aires.)
Como
escribió el jurista republicano Ossorio y Gallardo, biógrafo de Companys:
«La
Generalitat era todavía un organismo puramente formal, pero Companys, que había
reconocido el derecho de los obreros a gobernar y que incluso les había
ofrecido abandonar su puesto, manipuló las cosas con tal habilidad que, poco
a poco, llegó a reconstituir los órganos legítimos del Poder, a transferir la
acción a los consellers y
a
relegar a los organismos obreros a su papel de auxiliares, ayudantes y
ejecutantes, En cuatro o cinco meses la situación normal había
sido restablecida 26».
26
Ossorio y Gallardo, Op. cit., pág. 176.
Está
perfectamente claro, la «situación normal» es que un Gobierno gobierne y que
los organismos obreros sean los ejecutantes y auxiliares del mismo.
Al
estar ya todas las organizaciones antifascistas representadas en la
Generalitat, la interinidad del Comhité de Milicias tocaba a su fin. El 3 de
octubre se publicó un decreto «disolviendo el Comité Central de Milicias
Antifascistas». A éste, le siguieron otros decretos, igualmente
significativos:
«11
de octubre: decreto por el que se ordena la suspensión de todos los Comités
locales, fundados por toda Cataluña que obstaculizaban e imposibilitaban la
acción del Gobierno. Este decreto iba acompañado por otro del departamento de
Seguridad interior por el cual se fijaba un plazo para proceder, en toda
Cataluña, al nombramiento de nuevos Consejos municipales. Las organizaciones
antifascistas
locales debían designar a los nuevos consejeros en la misma proporción que
la que existía en el Consejo de la Generalitat.
27
de octubre: decreto por el que se ordena la devolución de las armas largas
(fusiles y ametralladoras).
28
de octubre: decreto por el que se militarizan las milicias. En este decreto se
dice que el Consejo de la Generalitat ha sometido a examen un nuevo código de
justicia militar, pero que mientras se espera su aprobación, las milicias serán
sometidas al código de justicia militar en vigor
27».
27
J.-G. Martin, La transformation polifique et sociale de la Catalogne.
Como
puede verse, la Generalitat no perdía el tiempo para intentar volver a poner «las
cosas en orden». La CNT-FAI y el POUM, representados en el Gobierno catalán,
aceptaron y aprobaron estas medidas. Así, se puede leer en «La Batalla» del
28 de octubre de 1936, sin
comentarios, el texto del decreto sobre el desarme de los obreros y campesinos:
«ARTÍCULO 1.º: Todas las armas largas (es decir, los fusiles, las ametralladoras, etc.), que estén en poder de los ciudadanos, deberán ser entregadas a las Municipalidades o tomadas por esas últimas, en el plazo de los ocho días siguientes a la publicación de este decreto. Estas armas deberán depositarse en los Cuarteles generales de Artillería y en el Ministerio de Defensa de Barcelona para subvenir a las necesidades del frente.
ARTÍCULO
2.º Una vez transcurrido este plazo, aquellos que conserven en su poder armas
de este tipo, serán considerados fascistas y juzgados con el rigor que merece
su conducta.»
* *
*
Si
me extiendo sobre el papel y el carácter del Comité Central de Milicias, lo
hago voluntariamente debido a las exégesis que a este respecto han producido
los ideólogos, de diferentes matices, del «movimiento obrero». En este como
en otros casos, nuestros teóricos se afanan en la búsqueda estéril del lugar
donde residía el buen poder. Para algunos —burgueses y estalinistas, una vez más,
mezclados— el «buen poder» estaba en la Generalitat que representaba la legitimidad
republicana y cuya política
correspondía al carácter de la guerra que se estaba desarrollando: una guerra
en defensa de las instituciones democráticas de la República, amenazadas por
la agresión fascista.
Para
otros, es decir, en definitiva, para los nostálgicos y los archiveros de la «buena
tradición revolucionaria », fue en el Comité de Milicias donde residió,
durante un tiempo demasiado corto, el «buen poder revolucionario» (si
no duró ¿acaso fue a causa del
eterno problema de la «dirección revolucionaria»?). Para estos últimos el no
haber reforzado (¿hasta dónde?) al Comité de Milicias era una traición, el
haber aceptado su disolución y su integración, de hecho, en la Generalitat,
era abdicar. En el abandono de ese «buen poder» es donde reside el fracaso de
la revolución.
Para
todos los ideólogos «marxistas-leninistas», la cuestión del poder lo
resume todo. ¿Cuál es el «contenido de clase» del poder? ¿Qué clase está
en el poder? Ahí está todo. La respuesta, sin embargo, es bien simple: Toda clase en el poder es una clase explotadora, sea su ropaje «burgués»
o «proletario». El origen social de los camaradas ministros y de la burocracia
político-estatal no cambia nada a la cuestión, pues los trabajadores, a
su vez, continúan encadenados a su trabajo alienante y condenados al mero
papel de ejecutantes.28
28
Sobre estas concepciones del Poder, véasee el anexo 5, pág. 352.
Evidentemente,
no se le va a reprochar al Comité de Milicias el que no haya surgido de algún
género de «escrutinio democrático». En la situación en que estaba Cataluña
durante julio de 1936, era normal después de todo que unos dirigentes obreros
tomasen iniciativas de este tipo. El Comité de Milicias adoptó unas medidas
que eran útiles y necesarias en los primeros días que siguieron a la victoria
sobre los militares. Pero la iniciativa
de las masas, las medidas útiles y necesarias que éstas habían improvisado,
eran mucho más avanzadas e iban mucho más lejos, en todos los aspectos, que
las de los Estados Mayores de las organizaciones obreras y antifascistas
que por un corto espacio de tiempo estuvieron reunidas en el Comité de
Milicias.
En
definitiva, eso es lo que me parece más importante. Es en el movimiento espontáneo
de las masas donde vivió la revolución, no en el Comité de Milicias ni, más
tarde, en la Generalitat. El Comité de Milicias iba muy a la zaga del
movimiento real al que intentó controlar, canalizar y en una palabra, frenar.
Entre su actividad, desde julio al 3 de octubre, y la de la Generalitat, en los
meses siguientes, no hay ruptura. Ambos, como órganos del poder, se situaron
ante el movimiento de masas del mismo modo: desde fuera y por encima, al mismo
tiempo.
En la Cataluña de julio-agosto de 1936, el Estado estaba hecho añicos, atomizado en mil poderes. Todas las burocracias políticas y sindicales sintieron el peligro, estaban «fuera de juego», en trance de resultar inútiles. Se pusieron de acuerdo en volver a crear un Poder centralizado (mientras que se peleaban por controlarlo) y en reconstruir la pirámide jerárquica en los campos político, militar, económico, policíaco, etc., mientras que modificaban en su propio provecho los componentes de esa pirámide (la burocracia política y sindical se sustituye a menudo a la vieja burocracia administrativa y estatal, por ejemplo). Conscientemente unas e inconscientemente las otras, intentaron primero y luego lo consiguieron, volver a levantar, por así decirlo, al Estado.
El Comité de Milicias había sido ya una tentativa en ese sentido. Dos meses después se había hecho inútil porque eran las mismas organizaciones, y a veces los mismos hombres, los que estaban en la Generalitat, con las mismas atribuciones y los mismos papeles y, además, con la legitimidad republicana.
Pero
lo que acabamos de decir nos da tan sólo una visión esquemática de la
realidad. La fuerza del movimiento revolucionario de masas era tal, las
transformaciones sociales iniciadas espontáneamente por éstas tan
importantes, que el Comité de Milicias, así como después la Generalitat, se
mostraron durante algún tiempo inútiles, insignificantes, creando organismo
tras organismo y publicando decreto tras decreto a los que nadie —o casi
nadie— iba a hacer caso: había cosas mucho
más importantes que hacer.
La
autoridad existía «jurídicamente», pero
la relación con la autoridad no era una relación de sumisión, sino todo lo
contrario. Y la autoridad —no
reconocida— oscilaba entre el vértigo y la ira.
Sí,
realmente se puede hablar de «democracia salvaje» (del mismo modo que decimos
«huelga salvaje») para designar la nueva vida social que instauraron en
Cataluña
los trabajadores en armas.
Yo
no quisiera caer a mi vez en el fetichismo «izquierdista», pero me parece
que el desarrollo de esa democracia salvaje hubiera podido originar una forma
de organización social del tipo de una federación de consejos (esto no es más
que una indicación ya que, como no
estoy escribiendo un libro de cocina, no tengo porqué dar recetas). Para ello
había unos hechos esenciales y concretos: un 70 % de las empresas
colectivizadas, numerosas comunas agrícolas, milicias obreras, liquidación
de los antiguos cuerpos de policía, comités revolucionarios en las empresas,
los barrios, las ciudades y los pueblos, un «nuevo estado de ánimo»
antiautoritario, transformaciones en la vida cotidiana, en la condición de
las mujeres, etc.
Si
no fue así y si durante meses y meses vamos a asistir a una lucha entre el
Poder (Comité de Milicias, primero, Generalitat después) y esa democracia
salvaje, ello es debido a una infinidad de causas que se desprenden del contexto
histórico y social: la guerra, por supuesto, pero también el papel desempeñado
por las organizaciones obreras —por todas las organizaciones— y por la
fidelidad, casi se la podría llamar sumisión, de los militantes hacia sus
organizaciones y sus jefes. Precisamente fue a través de las organizaciones
—incluyendo la libertaria CNT-FAI— cómo se «reintrodujo» el Poder,
se sacralizó de nuevo la autoridad, se impuso la disciplina, se militarizaron
las milicias, se restableció la jerarquía social y se venció a la revolución.
«Como
en todas las anteriores sublevaciones de obreros y de campesinos pobres (escribe
muy acertadamente «Living Marxism»), el hecho más importante fue el de que
las masas españolas fueran más radicales, estuvieran más "a la
izquierda", fueran más extremistas que sus dirigentes y que las
organizaciones que estos últimos controlaban. No se trata de que actuaran en
contra de sus organizaciones, ni de que vieran una barrera entre ellas y sus
organizaciones, pero el cambio político que se produjo desde que la revolución
transformó la composición del nuevo régimen, demuestra de modo suficiente que
había un desfase entre las masas activas y sus organizaciones, aún mayor de lo
que los obreros podían imaginarse. Las acciones de las masas durante el verano
y a finales de 1936, en las que participaron tanto los obreros organizados como los no
organizados, 29
no fueron decididas,
ni dirigidas, ni desarrolladas, por la dirección oficial de las distintas
organizaciones, los sindicatos anarquistas inclusive, sino por los propios
obreros y por las circunstancias a las que —dirigidos o no—reaccionaron.»
(Y más adelante): «Lo que fue realmente revolucionario en la guerra civil española,
lo causó la acción directa de los obreros y de los campesinos pobres, y no
alguna forma específica de organización sindical o la acción de algunos
jefes particularmente brillantes. No obstante hay que decir que la mayor
libertad que existía en los sindicatos anarquistas, poco centralizados, se
plasmó en una iniciativa mucho más autónoma de los obreros anarquistas. Los
resultados revolucionarios de la acción espontánea de los obreros españoles
durante las jornadas de julio fueron liquidados cuando los decretos, las decisiones de los partidos, la autoridad
gubernamental, sustituyeron a la acción autónoma del proletariado y cuando
toda la maquinaria renovada, empezó a controlar a las masas 30».
29
Aunque un sector de obreros desorganizados
participó en las luchas de julio de 1936, muy pronto la sindicalización fue
obligatoria —y además necesaria, por ejemplo, para abastecerse.
30 «Living Marxism», n.º IV (6 de abril de 1939), Chicago. U.S.A.
No
digo otra cosa.
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