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PRÓLOGO A LA EDICION CASTELLANA

 

Escribí este libro por los años 1969-71, cuando aún no se había calmado del todo el estallido de mayo-junio de 1968 en Francia y que toda una serie de temas, nuevos para muchos, alimentaban acciones, discusiones, proyectos, revistas y libros. Entre ellos, claro, el tema de las revoluciones libertarias y el tan traído y llevado de la autogestión. Me pareció lógico y así como evidente participar a mi manera en dichas discusiones y en la crítica del totalitarismo (el fascismo «blanco» como el fascismo «rojo»), escribiendo un libro sobre las experiencias «autogestionarias» en Cataluña y Aragón, en 1936-39, de las que casi nada (cuando no absolutamente nada) se sabía en Francia por aquel entonces. Yo mismo fui descubriendo la importancia del fenómeno, mientras iba avanzando en la preparación del libro y en la busca y captura de datos y documentos.

Paralelamente, en las editoriales parisienses, se puso de moda el tener un rinconcito «izquierdista», para satisfacer a una nueva clientela juvenil y aumentar así los beneficios de las respectivas casas.

Sin embargo, este libro fue rodando de editorial en editorial, sin encontrar cobijo, hasta que «milagrosamente», fue a parar a una respetable, y en sus orígenes católica, editorial (Mame), pero que venida a menos intentaba también una manera de reconvertirse. No le traje suerte ya que desapareció poco después, naufragando en la más total de las quiebras...

No he cambiado nada a la primera edición francesa, sólo he suprimido la breve introducción que el editor francés me había pedido para explicar a los posibles lectores de allende los Pirineos, algo sobre la cuestión nacional catalana. Introducción que bien poco podría haber aportado a los posibles lectores españoles que pueden sobre este tema informarse —si no lo están— a diario y mejor en otros libros, o sencillamente consultando su periódico habitual, ahora que se ha reinstalado la Generalitat... Aproveché, sin embargo —cosa que quiero reiterar aquí—, ese breve resumen sobre el nacionalismo catalán, para manifestar mi más rotundo rechazo de todo nacionalismo.

No he cambiado nada, única y exclusivamente por pereza, ya que muchas cosas podrían haberse cambiado y mejorado, teniendo en cuenta, además, que sobre las colectivizaciones y otros temas aquí tratados han salido últimamente varios libros. También he dejado tal cual algunas —pocas— observaciones más actuales. Por ejemplo, los últimos párrafos en los que, a toda velocidad, hago alusión a la situación en España en el momento de escribir el libro, o sea, aún bajo el franquismo.

Evidentemente, nadie podía afirmar en aquel entonces, que una vez muerto Franco, el franquismo iba a desaparecer tan rápida y pacíficamente y que la democracia recién estrenada, viento en popa a toda vela, iba a conducir España hacia la Banalidad. Banalidad preferible, para mí, al fascismo, con o sin sus peculiaridades franquistas. Pero eso no quita, y es importante recalcarlo, que los sueños y anhelos revolucionarios (pueden ponerse comillas si se quiere), hayan quedado, hoy por hoy, en la cuneta.

Y eso, evidentemente, tiende a arrinconar este libro en el más desesperado estante de las bibliotecas, en el que se apiñan los libros de historia, o sea lo que pasó y no volverá a repetirse.

Digo esto porque entre este libro y ciertos lectores puede surgir el espejismo del «ejemplo» y la ilusión de la «repetición». Algo así como la creencia de que lo que emprendieron los trabajadores libertarios en 1936, esa indudablemente profunda revolución social, se trata hoy de reemprenderlo y llevarlo a cabo hasta sus últimas consecuencias. Mero espejismo, repito.

Es posible que el propio texto sea «culpable» del nacimiento de ilusiones de este tipo, es posible que mi propio entusiasmo, al descubrir la importancia de la revolución social de entonces, pueda confundirse con algo así como una «perspectiva clara y sencilla para hoy»: bastaría con reemprender el mismo glorioso camino. Pues no. Nunca he creído que la historia pueda repetirse y en cuanto a esta historia concreta, menos aún.

Desde luego, ningún libro, pese a lo que creen los marxistas-leninistas, siempre en busca del buen programa, puede aportar las soluciones revolucionarias, porque todo lo que ha habido y hay de revolucionario en el mundo es siempre imprevisible y espontáneo y, por lo tanto, supera y deja inmediatamente caduco cualquier tipo de programa. Aunque luego vengan los historiadores «marxistas» a explicarnos que todo ocurrió porque Lenin estaba tomando café no muy lejos del epicentro de los acontecimientos.

Si la repetición de lo ocurrido en Cataluña en 1936-37, me parece a todas luces imposible, es sencillamente porque la sociedad española de hoy es muy diferente a la del 36. Por lo tanto, la lucha antiestatal, antiautoritaria, libertaria, por la autogestión, etc. (perfectamente sé que una tal lucha no existe hoy en España, se trata sólo de una hipótesis), de existir, tendría que reinventarlo todo de cabo a rabo.

Para explicar detenidamente los cambios acaecidos en la sociedad española (y en el mundo), tanto en las mentalidades y comportamientos, como en la industria y la agricultura, en las clases sociales y en el papel de Estado, etc., así como valorar su importancia, un libro sería necesario y no se puede tratar en las líneas de un prólogo. Pero le será fácil a cualquier lector comparar lo que ocurría en 1936, y que aquí relato después de muchos otros, con lo que él vive cotidianamente. Nada que ver. Aparte de los «valores eternos» de la Libertad y la Justicia que, precisamente por ser «eternos», no me interesan.

Y, sin embargo, se intenta repetir la historia, y no sólo repetirla, sino que no se hace otra cosa más que eso. Todos los antiguos cementerios están patas arriba. Se desentierran los viejos cadáveres del anarcosindicalismo, se desentierran las viejas glorias, las viejas momias, las viejas banderas, los viejísimos estatutos y se pretende continuar la gloriosa historia de la CNT. Y así van las cosas.

La CNT de hoy no es más que una mala caricatura de la CNT de ayer. Y eso no sólo es lógico, sino que estaba previsto. Pienso haber mostrado en las páginas que siguen, todo lo que tenía de contradictorio por los años 30, la teoría y la práctica del anarcosindicalismo. Pero hoy, y precisamente debido a los cambios acaecidos en la sociedad española, la noción misma de anarcosindicalismo ha saltado hecha añicos, porque en las sociedades como la española, cualquier sindicato no puede ser más que un instrumento peculiar de integración de los trabajadores a la sociedad, un vehículo de control y gestión (y por lo tanto de freno) del descontento y de la rebeldía. Exactamente lo contrario del anarquismo, por lo tanto, si esta palabra tiene aún el menor sentido. De lo que cabe dudar.

Cierto es que la «renacida» CNT se compone, hoy por hoy, de gentes que, bajo las mismas siglas, pretenden cosas, no sólo diferentes, sino contradictorias. Pero lo que resalta en los últimos meses de actividad, tolerada primero, legal después, sin tener en cuenta las declaraciones de buena voluntad, sino los hechos, es que la CNT no ha sabido distinguirse en nada que tenga un mínimo de interés de las demás centrales sindícales: lucha por la herencia de la CNS, peticiones pro-amnistía, procesiones con banderas y grititos, discusiones sobre los convenios, etc., la misma morralla de todas las organizaciones burocráticas. Y ¡no hablemos ya de la caricatura de las caricaturas, del happening siniestro de aquellos que pretenden rehacer la FAI y para ello duermen una vez a la semana con una pistola bajo la almohada y sueñan que son Durruti! (Personaje éste totalmente sacralizado y del que habría que empezar a hablar con un mínimo de espíritu crítico.)

Todas las indignaciones y coartadas nada pueden frente al hecho de que en los conflictos en los que algo nuevo, diferente, moderno, libertario, ha ocurrido (por ejemplo, en Vitoria o en Roca) la CNT estaba ausente. «Apoyaba» o aplaudía simbólicamente, pero desde fuera. En éstos y otros casos eran los propios trabajadores quienes, rechazando la ayuda interesada y más aún la dirección de todos los partidos y sindicatos, condujeron democráticamente, mediante asambleas soberanas, sus luchas.

No, lo único nuevo, es el espíritu festivo, la introduc- de la noción de fiesta en ciertos mítines y Jornadas de la CNT. Pero por muy simpático y novedoso que sea romper con el ritual del mitin-misa, dos observaciones se imponen: 1.a) la introducción de la fiesta en el mitin, de la «gamberrada» alegre en la misa, ya ha producido el escándalo y no tardará en ser expulsada en «las filas de una organización seria como la CNT»; y 2.a) aquellos que piensen que dichas manifestaciones festivas van a mover de un milímetro el sillón real o el de su primer ministro —sea éste Suárez o González—, se preparan al chasco de su vida. Claro que para la mayoría de los nuevos «juerguistas», sólo se trata de pasarlo bien unas horas y esto ¡cómo no! tiene su importancia, pero no pasa de este objetivo tan importante como limitado.

Resumiendo: este libro no es un manual en el que se explica cómo rehacer, sobre la base de experiencias pasadas, hoy, mañana, pasado, las colectividades libertarias en Aragón, Cataluña —o Extremadura—, ni las barricadas en Barcelona. Si tiene el menor interés, es precisamente porque puede servir a mostrar la enorme distancia y las innumerables diferencias que existen entre la España de 1936 y la de 1978 y la imposible repetición de lo ocurrido, Habrá que buscar otra cosa, vaya.

Puede que también tenga un interés crítico. A mí, desde luego, me gustaría que fuera una pedrada en la vitrina totalmente falsa de la leyenda estalinista sobre ese período. Después de cuarenta años de censura franquista —y de mala conciencia postfranquista—, los estalinistas españoles han logrado imponer una imagen heroica y democrática de su actividad, en realidad totalmente contrarrevolucionaria y represiva, durante la guerra civil. Varios libros han denunciado ya esta mistificación (el mejor siendo, probablemente, El Gran Engaño de B. Bolloten), pero no es inútil seguir lanzando piedras contra las vitrinas de la mentira, a ver si, entre todos, la destrozamos.

Pero mi crítica no se detiene en el análisis del estalinismo de entonces. También critico la actividad y el comportamiento de los círculos dirigentes de la CNT. Generalmente, los anarquistas que han criticado la actuación de los dirigentes de la CNT (Peirats, V. Richards, etc.) lo han hecho siempre desde un ángulo por así decir, político. Por ejemplo, al entrar en los Gobiernos, los dirigentes de la CNT han traicionado los principios ácratas; al aceptar la militarización de las milicias, lo mismo. Todo ello es cierto, pero las cosas son más graves y profundas, y me ha parecido importante iniciar el análisis crítico de la burocratización de la CNT, tanto en el terreno político como económico, «al calor del poder». Burocratización que, como creo haber demostrado, ha sido total y completa. Y esto también tiene hoy su importancia. Porque ¿qué pretenden quienes están reconstruyendo la CNT? ¿La imposible puesta en marcha de un sindicato «revolucionario», o la organización de una burocracia, sindical? La respuesta es obvia.

Las sociedades modernas son capaces de crear un sinfín de anticuerpos, de barreras y de espejismos en torno a los cuales se reúnen quienes pretenden cambiarlas o destruirlas, en una «organización» cuya labor es planificar el descontento y negociarlo luego con el Estado y la patronal en el eterno tomaidaca en el que se basa la conflictiva integración de los trabajadores al proceso de producción.

Si no ha habido más acciones e iniciativas de signo ácrata estos últimos años en España, es porque demasiados grupos e individuos se han limitado a la tarea de reconstruir el Palacio de las Mil y una Noches del anarcosindicalismo, muerto desde el mes de mayo de 1937 (si se quiere dar una fecha de defunción, que tampoco es necesario). Al dedicar todo su tiempo y esfuerzos a esta ilusoria tarea no han sabido ni podido tener la menor idea nueva. Ese Palacio, que mucho se parece aún a una Torre de Babel, no tiene más «coherencia» que la de situarse en el pasado.

El Gobierno de su Majestad no debería olvidarse de la CNT a la hora de conceder subvenciones a los sindicatos (a lo mejor le toca algo en el reparto del botín de la CNS), porque ¿qué hubiera pasado sí todos aquellos hoy empeñados en la construcción del Palacio de la mera nostalgia se hubieran puesto a pensar y actuar, aquí y ahora?

 

C. S.-M.

París, noviembre de 1977.

 

 

Sólo el día en que los historiadores se hayan desprendido de sus prejuicios, podrán emprender un estudio serio del movimiento popular que trastornó la España republicana y que dio lugar a una de las revoluciones sociales más importantes de la historia.

 

Noam Chomsky.


 

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