La
derrota final de Cataluña clausura una serie de maniobras militares del Estado
Mayor republicano, a cual más desdichada. El ejército franquista, desde que
llegó a los arrabales de Madrid en noviembre de 1936 para quedar allí
clavado, había llevado a cabo tres ofensivas principales para establecer
un cerco completo a la capital: una por el norte, para cortar la retirada a los
milicianos madrileños que defendían los pasos de la sierra de Guadarrama; otra
por el sureste, para cortar las comunicaciones de Madrid con Valencia; otra por
el noreste, enlazando con la anterior ofensiva, con lo que el cerco a Madrid sería
completo. Esta última ofensiva dio lugar a la famosa batalla de Guadalajara,
que iniciada por grandes contingentes italianos, con un lujo impresionante de
material de guerra, terminó con la vergonzosa derrota de estas fuerzas (marzo
de 1937).
Después
de la derrota de Guadalajara los facciosos decidieron poner fin a la guerra del
norte antes que montar una nueva ofensiva contra Madrid. La resistencia
republicana del norte terminó en octubre de 1937. Inmediatamente después de la
caída del baluarte asturiano el alto mando franquista trasladó a sus
aguerridas fuerzas del norte de nuevo frente a Guadalajara. La ofensiva, sin
embargo, no se pudo llevar a cabo por haber iniciado la suya los republicanos
frente a Teruel. Esta ofensiva salvó posiblemente a Madrid, pero tuvo la
desdicha de atraer al ejército de maniobras franquista hacía uno de los puntos
estratégicos de la República más peligrosos. Era el corredor de la costa
entre Castellón y Sagunto, amenazado desde julio de 1936 por la saliente de
Teruel.
Si
se quiso desviar el ataque enemigo que amenazaba a Madrid, ¿por qué se escogió
a Teruel, cerca relativamente de donde el enemigo tenía montada su ofensiva, en
vez de atacar por Extremadura? En Extremadura el plan se planteaba a la inversa.
Allí las posiciones republicanas, situadas a pocos kilómetros de la frontera
portuguesa, amenazaban las comunicaciones entre las zonas facciosas del norte y
el sur.
La
batalla de Teruel tuvo, pues, un resultado lógico dado el desequilibrio de
fuerzas existente a favor de los facciosos. Fue una batalla de desgaste en la
que el que tenía menos perdió más. Repuestos de su sorpresa (el alto mando
faccioso fue sorprendido precisamente por lo absurdo de la maniobra republicana)
los facciosos pudieron acudir rápidamente en socorro del frente amenazado sin más
trabajo que desviar las reservas que tenían preparadas muy cerca. En suma:
Teruel fue recuperado y las fuerzas republicanas se vieron rechazadas más allá
de sus posiciones iniciales.
Después
de la pausa que siguió obligadamente a la batalla, creyendo tal vez con razón
en una concentración de fuerzas republicanas protegiendo los accesos al mar por
aquel punto, los facciosos montaron en pocas semanas su arrolladora ofensiva de
Zaragoza al mar, siguiendo la orilla derecha del Ebro, acompañada de otra
ofensiva a través de este río hacia Lérida, que estuvo apoyada por un avance
general de todo el frente de Huesca. En la primera semana de abril las tropas
franquistas llegaban al mar por Benicarló para virar en redondo hacía Valencia
siguiendo la estrecha planicie situada entre la sierra y el Mediterráneo. En
Cataluña el avance quedaba paralizado en una línea que partiendo del Pirineo
Catalán seguía los cauces de los ríos Noguera Pallaresa, Segre, Cinca y Ebro
1.
1
Es
posible que la actitud del gobierno francés, que había movilizado tropas por
aquellos días con destino a los Pirineos, significándole a Franco que no
tolerarla sus fuerzas en la frontera del Rosellón, determinara, más que la
resistencia republicana, la paralización de la ofensiva sobre Cataluña.
El
alto mando franquista daba la espalda otra vez a Cataluña después de haber
escogido allí las mejores defensas para proteger sus recientes conquistas.
Nuevamente seguía preocupado por la conquista del Centro. Pero el Estado Mayor
republicano, no menos obstinado, le haría cambiar de parecer muy pronto.
A
fines de junio, el Estado Mayor republicano estableció su próximo plan de
operaciones de la siguiente manera: 1. Resistencia en Levante (defensa de
Valencia). 2. Ofensiva por el Ebro. 3. Ataque por Extremadura. La operación de
Extremadura quedaba postergada. Pero no tuvo ni siquiera lugar. Los franquistas
atacaron a su vez por Extremadura (el 19 de julio) ocupando mil kilómetros
cuadrados de territorio y 24 pueblos, los mejores de aquella región.
Firme
en su obstinación de atraer el rayo de la guerra hacia Cataluña, el mando
republicano planteó la batalla del Ebro en la fecha fijada. Fue la mayor de las
batallas de la guerra civil española. Ambos bandos hicieron un derroche de
materiales y hombres. Las bajas fueron cuantísimas. Las republicanas se
estimaron oficialmente en 70.000. Eran todas las reservas de que disponía la
zona catalana. Así debió creerlo Franco cuando se decidió a terminar de una
vez con aquel frente. Se había salvado Valencia, pero se perdería Cataluña;
es decir: la guerra. La batalla del Ebro terminó el 15 de noviembre. El 23 de
diciembre la ofensiva general franquista se ponía en marcha irresistiblemente.
El 26 de enero de 1939 caía Barcelona, hambrienta, desmoralizada, resignada a
la derrota. El 10 de febrero las tropas franquistas plantaban su bandera
victoriosa en el último tramo de los Pirineos. Las tropas republicanas que no
habían perecido o caído prisioneras entraban en Francia revueltas con masas de
la población civil. Alrededor de medio millón de seres humanos vio premiados
sus sueños de libertad y sus sacrificios por la causa antifascista
internacional con el campo de concentración.
Los
estrategas militares de café que tanto han ironizado a cuenta de la
indisciplina y la incapacidad militar de las milicias populares que habían
actuado en los primeros tiempos de la guerra, tienen a su disposición una
preciosa documentación en los disparates tácticos y estratégicos cometidos a
partir del momento en que los combatientes fueron encuadrados militarmente bajo
el mando único de estados mayores y ordenanzas severísimas. Las operaciones
que abocaron al corte en dos de la zona republicana del Mediterráneo, y más
tarde a la derrota de Cataluña, fueron obra del alto mando leal. Este planeó
batallas ofensivas de desgaste que no gastaban más que a sus soldados, que en
resumidas cuentas hacían el juego al enemigo.
Cuando
la ofensiva general contra Cataluña, el desequilibrio en material y hombres era
evidente. Los defensores no sólo carecían de reservas, sino que la mayor parte
de sus unidades combatientes estaban incompletas. Había brigadas reducidas a
batallones y divisiones reducidas a brigadas, y así sucesivamente. El alto
mando republicano no fue capaz de prever esta cuestión fundamental: si se
facilitaba el aislamiento de la zona central con la pérdida de Cataluña era
tanto como precipitar el fin de la guerra. Por las siguientes razones: porque
Cataluña era la zona industrial de la República donde estaban instaladas las fábricas
de guerra en su mayoría y en donde radicaba la mano de obra especializada.
Porque Cataluña no sólo poseía el primer puerto de España, sino que era la
última frontera terrestre con Francia y Europa que contaba la República.
Falta
saber si se cometieron tantos errores por incapacidad militar o por secreto
designio de una gran potencia «amiga» que en 1938 quería desentenderse lo más
pronto posible del pleito español; esto por razones más vastamente estratégicas
y muy privativas de dicha gran potencia. Nos hemos referido a la Unión Soviética
y a su política de oberturas hacia Alemania que culminaría con el pacto
ruso-germano de agosto de 1939.
Situémonos
en la zona Centro-Sur. Del 20 al 23 de enero de 1939 se celebró en Valencia un
Pleno Nacional de Regionales del Movimiento Libertario. A causa de la situación
militar no pudieron estar presentes las organizaciones sindical y anarquista de
Cataluña ni los Comités Nacional y Peninsular. El Pleno se ocupó de las
consecuencias del decreto de movilización general promulgado por el gobierno.
Dicho decreto, de ponerse en práctica íntegramente, las organizaciones y los
partidos tendrían que cerrar sus puertas por escasez de militantes. Por esta
misma razón se sospechaba que el decreto ocultase una maniobra política contra
dichos partidos y organizaciones. La sospecha se fundaba en que una movilización
general era imposible. Sólo el 30 o el 50 por ciento de los movilizados podría
disponer de armamento. El decreto afectaba también a todas las actividades económicas,
llamadas a ser intervenidas militarmente. Las conquistas revolucionarias estaban
amenazadas en este sentido.
Ante
el decreto de movilización general, anarquistas y confederales pretendían que
un número determinado de militantes de todos los organismos quedase exonerado
de militarización, como venía ocurriendo desde el principio de la campaña. En
un Pleno da la F. A. I., celebrado el 19 de enero, un delegado se expreso así:
«Los decretos tienen un fondo político y un carácter nefasto para la
organización y el país en general... El Centro no accederá de ninguna forma a
la desarticulación del Movimiento, y si el gobierno no admite la exención del
número suficiente de militantes lo mantendrá
a pesar de las órdenes oficiales».
Sin
embargo, esta misma posición no era compartida por los demás sectores políticos.
La U. G. T., por su parte, era partidaria de la movilización general. Los
individuos de los comités podían ser movilizados en los puestos que ocupaban.
En otro Pleno celebrado del 20 al 23, se dijo que mientras las C. N. T. (Comité
Nacional) había aceptado íntegramente los decretos, el Comité Peninsular de
la F. A. I. los había rechazado. Corrían inclusive rumores de una rotura de
relaciones entre estos dos comités.
Al
parecer, la Secretaría de Armamento, que controlaba las industrias de guerra,
movilizaba sin miramientos todas las industrias. En el Pleno antedicho el
delegado del Centro mantuvo que a consecuencias de la movilización se hallaban
paralizadas las industrias en un 55 por 100. En las fábricas los representantes
del gobierno amenazaban siempre a los trabajadores con el Código de Justicia
Militar. Este delegado manifiesta: «Mientras no se nos garantice que hay armas
suficientes nos manifestaremos por que se anule la movilización... »
Evidentemente,
en el seno del Movimiento Libertario esta corriente no era unánime, Por
ejemplo, el delegado de la C. N. T. de Levante creía que la negativa a la
movilización facilitaría el predominio de los marxistas en los mandos
militares. Lo mismo había ocurrido en 1936 cuando el Movimiento impugnaba la
militarización de las milicias. «Lo que debemos hacer —decía— es ponernos
a la cabeza de la movilización, pues no creo que se trate de una maniobra política».
Una
comisión se había entrevistado con el general Miaja —jefe del Grupo de Ejércitos
de la Zona Centro-Sur— el cual dijo estar dispuesto a movilizar el 50 por 100
de los trabajadores. Al comienzo de la sesión del día 23 se informó de la
declaración del estado de guerra en todo el país. Aunque parezca chocante, la
República, que estaba en guerra con los facciosos desde hacía cerca de 32
meses, no había declarado todavía el estado de guerra, acto por el cual las
actividades políticas y civiles pasan a depender del fuero militar. Los
facciosos, por lo contrario, habían iniciado su sublevación declarando el
estado de guerra.
Otro
aspecto es que entre los libertarios las divergencias se polarizaban entre los
Subcomités de la C. N. T. y la F. A. I. Los confederales mantenían una cierta
fidelidad a las manifestaciones del secretario general de la C. N. T. ante el
Pleno Nacional del Movimiento Libertario de octubre del año anterior. A éste
se le reprochaba no haber puesto en práctica los acuerdos de aquel Pleno,
especialmente lo concerniente a la creación del Comité de Enlace del
Movimiento Libertario. A propuesta de la F. A. I. este Comité de Enlace quedó
formado el 30 de enero. Finalmente se acordó hacer lo posible para sustituir de
sus altos cargos a ciertos militares. Por ejemplo, al general Miaja, con el fin
de alejarle de la jefatura Suprema del Ejército (nombramiento que le había
otorgado Negrín durante el trágico trance de Cataluña); se le nombraría
inspector general del Ejército. El coronel Segismundo Casado, hombre en el que
la C. N. T. - F. A. I. tenía depositada su confianza, sería propuesto para
jefe del Grupo de Ejércitos. Se instalaría un Consejo Superior de Guerra
integrado por los partidos y las organizaciones obreras con misión
fiscalizadora.
El
1° de febrero los tres secretarios de las ramas del Movimiento Libertario
dirigieron una carta al general Miaja muy significativa a este respecto: «...
La autoridad militar encargada hoy día de las funciones gubernativas no puede
llevar a cabo eficazmente esta tarea sí no tiene la colaboración de todas las
organizaciones antifascistas, cuya personalidad y gravitación no se puede
despreciar ni desconocer sin caer en riesgos cuyas consecuencias serían
desfavorables pata la causa del antifascismo... En este sentido hemos
considerado un deber nuestro sugerirle la conveniencia de que por parte de V. E.
se establezca un contacto permanente y amplio con las representaciones
nacionales autorizadas de las organizaciones antifascistas de la zona
Centro-Sur...»
Los
libertarios informaron el día 3 que Miaja les había prometido personalmente
que uno de aquellos días procedería a crear un organismo nacional de toda la
opinión antifascista. Los generales Menéndez y Matallana habían sido
contactados por los libertarios para que presionaran sobre Miaja en este
sentido. La C. N. T., menos exigente en estas cosas, confundiendo algunas veces
la realidad con los deseos, se hacia eco de rumores y bulos, sobre que Norteamérica
estaba a punto de abandonar su política de neutralidad, o más ingenuamente:
sobre que estaban a punto de llegar a la zona central abundantes cargamentos de
armas de origen norteamericano.
El
10 y 11 de febrero tuvo lugar un nuevo Pleno de Regionales del Movimiento
Libertario. Se informó que se habían presentado en el Grupo de Ejércitos
cerca de 35.000 solicitudes de exenciones militares. Además, el general Miaja
había desestimado todo control de parte de las organizaciones y partidos, aferrándose
a que la única representación del gobierno era él, y que no estaba dispuesto
a compartir la autoridad política y militar con nadie. Llegó incluso a afirmar
que no entregaría el mando ni al mismo Negrín de no venir acompañado del
presidente de la República. «Hay que hacer constar a Miaja —manifestó un
delegado— que no se puede jugar con los 150.000 fusiles libertarios.» Pero se
puso de manifiesto que las otras organizaciones y partidos no acompañaban al
Movimiento Libertario en su firme decisión.
Una
delegación informativa, que había sido enviada a Cataluña y que no pudo ya
aterrizar allí, sino en Toulouse (Francia), dijo entre otras cosas: «Como
consecuencia del avance de los fascistas hacia Barcelona vemos que se produce
una desmoralización en los organismos y los partidos, llegando hasta el mismo
gobierno, que hace que la gente lo considere todo perdido y no se ocupe de hacer
una resistencia eficaz, que no hubiera podido despejar la situación pero que
hubiera permitido que la retirada se hubiese hecho de una forma más ordenada y
con menos pérdidas de hombres y material.»
En
la segunda sesión de este Pleno se señaló la presencia del gobierno en la
zona, el cual, según un delegado, estaba gestionando la liquidación de la
guerra. La Sección de Defensa de la Región del Centro replicó al Subcomité
Nacional de la C. N. T., que negaba la posibilidad de un golpe de Estado
comunista: «Es muy significativo —decía— el nombramiento de Miaja como
gran general, el cual no ha tardado en cursar órdenes sospechosas.» El Pleno
acordó visitar al jefe del gobierno (Negrín) y que se le plantearan «las
cosas tan crudamente como las circunstancias aconsejaban».
El
Comité de Enlace del Movimiento Libertario solicitó repetidamente de Negrín
esta entrevista. Ante el resultado negativo se le escribió una carta enérgica.
Negrín contesto aceptando, pero puso como condición que le fuese enviada otra
carta de visita «más correcta». Hecho lo cual los delegados fueron recibidos
por el presidente. Este, previendo el ataque de que iba a ser objeto, se propuso
astutamente atacar él primero. Empezó rechazando al representante de la F. A.
I. (Grunfeld), que era argentino, arguyendo su incompatibilidad para tratar
problemas internos españoles. El afectado replicó que no obraba en nombre
personal sino en el de sus representados. Negrín retrocedió cuando la delegación
amenazó con retirarse. Pero el efecto que se proponía había sido logrado. Al
parecer los delegados auténticamente españoles no encontraron ya la suficiente
energía para dialogar de potencia a potencia. Negrín no había tenido tantos
miramientos para tratar con otros extranjeros de asuntos privados de la República,
compartiendo con ellos los secretos de Estado: por ejemplo, con los rusos.
El
secretario de Defensa del Movimiento Libertario, en su Circular del 14 de
febrero, en la que informaba a la Organización de la perdida de Cataluña, se
refería a sus impresiones sobre la entrevista con Negrín: «En esta conversación
Negrín dejó entrever la posibilidad de recuperar el material evacuado de la
zona catalana, que es mucho y bueno, y por otra parte expresa la esperanza de
que la resistencia prolongada en nuestra zona podría producir un debilitamiento
del proceso fascista internacional... Ante la falta de concreción de estas
declaraciones, nuestro Movimiento ha adoptado una actividad de vigilancia
estrecha acerca de las contingencias políticas que puedan observarse de hoy en
adelante.»
El
día 15, reunida toda la Organización del Centro con las representaciones
nacionales, se informó de la llegada del ministro de la C. N. T., Segundo
Blanco, el cual era portador de unas instrucciones firmadas por los secretarios
del Comité Nacional de la C. N. T. y del Comité Peninsular de la F. A. I.,
exilados en Francia. En este documento se decía que Azaña y Negrín habían
llegado al acuerdo de liquidar la guerra. Que el gobierno mexicano se había
comprometido a acoger a 30.000 familias «seleccionadas» entre las más
comprometidas. Encarecía centrar él trabajo en la salvación de los
militantes. Reiteraba que el gobierno debía hacer lo posible para que fueran a
la zona Centro cuantos barcos extranjeros fuesen necesarios para llevar a cabo
la evacuación. Había que exigir la participación en la Comisión
Gubernamental encargada de este trabajo. Esta Comisión debía separarse de la
idea de salvar a los militantes que eran los comprometidos. Se haría lo posible
para fletar un barco exclusivamente para la evacuación de «nuestros militantes».
Mientras se procuraba enviar a la zona Centro-Sur una delegación directa, la máxima
«autoridad orgánica» debían ejercerla los Subcomités. Se aconsejaba el
trabajo uniforme de la C. N. T., la F. A. I. y la F. I. J. L. como Movimiento
Libertario, evitando duplicidades.
El
día 16 se celebró en Madrid una reunión del Comité de Enlace del Movimiento
Libertario, posiblemente continuación de la anterior. A la reunión fue
convocado el teniente coronel Cipriano Mera, acusado de haber tomado «determinaciones
y asumir posiciones por su cuenta» y de dejarse influir por «otro elemento
que, aunque se trate de Casado, no es la Organización». Mera se defendió con
energía: Se tenía por un militante disciplinado y estimaba inexacta la
supuesta subordinación suya al jefe del Ejército del Centro. Atacaba a su vez:
«Los comités deben tener en cuenta la responsabilidad en que incurren; su
fracaso, en toda situación revolucionaria, se paga con el fusilamiento».
Se
le replicó a Mera que la Organización debía actuar en forma compacta y
coordinada. Se estaban llevando a cabo ciertas gestiones y no se podían tomar
otras decisiones. Había que agotar todos los recursos. Cualquier paso en falso
podía provocar un desastre, cuya responsabilidad le sería achacada al
anarquismo por todos sus enemigos. No había otra salida que soportar a Negrín
o cualquiera otro gobierno, aunque estrechamente controlado. Se contaba con el
concurso de Mera.
Este
insistió en la desconfianza que le merecían los comités. Puso como ejemplo la
conducta de algunos delegados durante la entrevista que se tuvo con el jefe de
gobierno. «Dicha comisión llevaba acuerdos concretos de la Organización. Se
trataba de hablarle a Negrín de potencia a potencia. En cambio, Negrín impugna
a un compañero so pretexto de extranjero y la comisión se inclina
cobardemente. Los hombres y las organizaciones tendrán que responder de sus
actos ante la historia.»
Mera
se retiró de la reunión y el Subcomité continuó deliberando: «Por otra
parte —dice el acta de la reunión— se acuerda hacerle presente a Negrín,
por intermedio de Blanco, que no se permitirá de ninguna manera que los jefes y
comisarios llegados de Francia sean puestos en ningún cargo. Se acuerda, por
otra parte, indicar a la Comisión de Defensa de la Regional del Centro que se
entreviste con el coronel Casado para darle a entender directamente nuestra
posición, e impedir que ni Modesto ni Líster, ni ningún comunista, sea
acoplado a ningún cargo en el Ejército.»
El
día 22, en una reunión del Comité Peninsular de la F. A. I. (ahora se llamaba
así por traspaso de poderes del que había quedado inmovilizado en Francia) se
planteó la cuestión de «la posición equivoca del ministro Segundo Blanco,
sospechoso de adicto a la política negrinista», y del «complejo de
inferioridad en que se sitúan algunos compañeros del Movimiento en sus
gestiones oficiales, entre ellos el propio secretario del Subcomité Nacional de
la C. N. T.». Ante «la nulidad de Segundo Blanco como ministro y como defensor
de los intereses del Movimiento, había que adoptar soluciones definitivas».
El
día 25, en la reunión del Comité Nacional de Enlace del Movimiento
Libertario, la F. A. I. desencadenó su ataque: «El presidente del gobierno
engaña a nuestro ministro y éste nos engaña a nosotros. Tenemos que terminar
con esto. El Partido Comunista está colocando sus peones. Estamos perdidos si
aguardamos a actuar cuando se hayan consumado los hechos. Con este gobierno no
hay posibilidad de hacer una paz honrosa. No hay más remedio que formar un
nuevo gobierno o una Junta de Defensa que merezca garantías.» 2
2
Origen probable del Consejo Nacional de Defensa que seria efectivo el 4 de
febrero de 1939.
En
otra reunión del mismo Comité de Enlace, celebrada el día 26 en Madrid, la F.
A. I. siguió, acusando a la C. N. T. de llevar a cabo gestiones particulares
cerca del gobierno por medio de Segundo Blanco. La reunión acordó plantear al
Frente Popular (de todos los partidos y organizaciones) la formación de un
Consejo Superior de Guerra a base del mismo Frente Popular, y el nombramiento
del coronel Casado como jefe del Estado Mayor Central.
A
petición de la C. N. T. se reunieron a primeros de marzo los tres comités
nacionales del Movimiento Libertario. No se hablaba ya de subcomités. El Comité
Nacional de la C. N. T. empezó arremetiendo contra el Comité Nacional de
Enlace del Movimiento Libertario, al cual acusó de entorpecer la necesaria
agilidad de las resoluciones. Propuso que un solo comité, el confederal,
ayudado por los otros dos, tomase a su cargo las responsabilidades ejecutivas.
«El Comité Nacional de la C. N. T. —replicó el C. P. de la F. I. J. L.—
debe decir con claridad lo que oculta detrás de su proposición, que no es otra
cosa que monopolizar la dirección de todo el Movimiento Libertario». La F. A.
I., por su parte, acusaba a la C. N. T. de haberse declarado en rebeldía: «En
este momento el Comité Nacional pretende que nos hagamos cómplices del
incumplimiento de los acuerdos de la Organización, y se declara faccioso frente
a estos acuerdos...»
El
3 de marzo se celebró otra reunión a la que asistió el ministro Segundo
Blanco. Este hizo un informe bastante contradictorio de la situación. Dio
cuenta de la dimisión del presidente Azaña, y de que su sucesor, Martínez
Barrio (presidente de las Cortes), se negaba a regresar a. España. Confirmó
que Francia e Inglaterra habían reconocido a Franco. «En cuanto a la situación
militar —agregó— nadie que tenga sentido común puede pensar en la
posibilidad de una victoria definitiva». Dijo que era infundado el temor a una
maniobra comunista. Por tanto, había que evitar toda precipitación. Se estaban
haciendo gestiones para la evacuación de los militantes de las organizaciones y
partidos. Se habían dado instrucciones a los gobernadores civiles para que
extendieran los correspondientes pasaportes.
En
el debate que siguió a la información, se trató del discurso que tenía que
pronunciar el jefe del gobierno, y se acordó delimitar ese discurso quitándole
toda forma personal y demagógica. Se pasó a tratar de la situación militar y
al efecto la F. A. I. propuso la puesta en práctica del plan de seguridad
previsto por el Movimiento. A saber: Reorganización del Estado Mayor Central al
mando del coronel Segismundo Casado; creación del Consejo Superior de Guerra;
reorganización del Comisariado; sustitución del comisario general Jesús Hernández
y de Antonio Cordón, subsecretario del Ejército de Tierra.
Negrín
y sus ministros habían llegado a la zona Centro-Sur acompañados del Estado
Mayor comunista formado por Líster, Modesto, Pasionaria, Tagüeña, Francisco
Galán, Valentín González y demás. El Estado Mayor Militar había quedado en
Toulouse. ¿Cuáles eran los propósitos de Negrín? ¿Qué proyectos tenían
los comunistas? Negrín era tal vez sincero al decir estar dispuesto a continuar
la resistencia para arrancar al enemigo una paz honrosa. Quizá lo fuera también
en creer en la inminencia de un conflicto internacional. Pero todo esto no
excluye que jugase en él la vanidad de llenar una página gloriosa sin
arriesgar demasiado personalmente. Negrín era la antítesis del romántico. Su
gloria no podía ser un suicidio romántico al frente de su pueblo. En previsión
de cualquier contratiempo desafortunado tenía bien cubierta la retirada.
El
Kremlin, que desde hacía mucho tiempo había abandonado, militarmente a la República,
sabía mejor que nadie que los días de la resistencia estaban contados. Sabían
en Moscú que la victoria inevitable de Franco abriría un abismo en la historia
de España. Tratábase, quizá, de salvar el futuro prestigio del comunismo español,
ahora tan averiado, mediante una resistencia final bajo el signo de la hoz y el
martillo. Una resistencia hasta el último palmo de terreno, el ultimo hombre y
el último cartucho. Esto, además de ser de un gran alcance propagandístico en
el momento internacional presente, sería de una impresión indeleble en el
futuro.
Para
llevar a cabo sus designios respectivos Negrín y sus comunistas precisaban
controlar estrechamente el poder político y militar. Los comunistas,
especialmente, necesitaban eliminar a todos sus adversarios políticos. Para aquéllos
el primer paso para la eliminación es la calumnia. Durante lo más crítico del
desastre militar de Cataluña el Partido Comunista había lanzado una serie de
calumnias contra todos sus adversarios, especialmente, contra Largo Caballero, a
quien acusaba de cobarde, de traidor y de asesino. Al llegar a la zona
Centro-Sur, Mundo Obrero prosiguió esta repugnante campaña contra «los
responsables de la pérdida de Cataluña», a pesar de la censura. Prohibido el
periódico, la campaña prosiguió por medio de manifiestos
3.
3
La
rotura del frente de Cataluña se había iniciado por un sector que mandaban los
comunistas.
A
su llegada a la zona Centro-Sur Negrín había tenido una prolongada entrevista
con el coronel Casado. El jefe del Ejército del Centro informo` al presidente
que el estado general del sector madrileño era desesperado. En Madrid se carecía
hasta de leche para los niños. Las pocas industrias de guerra carecían de
fuerza motriz. Faltaban materias primas y medios de transporte. La población se
vería obligada a rendirse inmediatamente si el enemigo conseguía su propósito
de cortar las comunicaciones con Valencia. Los combatientes carecían de ropa y
estaban hambrientos. Moralmente se hallaban abatidos. La pérdida de Cataluña
les había afectado mucho. Contábase con pocas reservas, inexpertas y mal
armadas. El enemigo tenla concentrada cerca de Madrid una fuerza estimada en 32
Divisiones con masas de artillería y tanques.
A
todas estas razones Negrín repuso que disponía de 600 aviones, 500 piezas de
artillería y 10.000 ametralladoras.... pero en Francia. Lo mismo dijo a los
miembros del Frente Popular y a los jefes de los otros Ejércitos, de la Aviación
y de la Flota. Según decía, contaba con el ejercito de Cataluña (desarmado,
arrojado en los campos de concentración de Francia). Pero la mayoría de los
jefes significáronle muy seriamente la necesidad de emprender negociaciones de
paz
4.
4
El
27 de febrero el gobierno inglés comunicaba al Parlamento su intención. de
reconocer el gobierno de Franco, basándose en la ocupación de Cataluña y en
que en manos del general faccioso estaban los centros industriales más
importantes. «Tengo entendido ―decía el primer ministro inglés al
Parlamento― que el gobierno francés anunciará también una decisión
semejante. El gobierno de Su Majestad ha acogido con satisfacción la declaración
pública del general Franco con respecto a la determinación suya y de su
gobierno de asegurar la independencia de España y de proceder solamente contra
aquellos sobre quienes pesan cargos criminales.»
Por
el tono de la réplica Negrín se dio cuenta de que la tierra se hundía bajo
sus pies. A partir de aquel momento creyó necesario activar los preparativos de
un golpe de Estado, quizá, ya previsto, que disfrazaría con el pretexto de la
reorganización de los mandos. El general Matallana sería nombrado jefe del
Estado Mayor Central. El coronel Modesto, ascendido a general, sustituiría al
coronel Casado en el Ejército del Centro. El teniente coronel Galán sería
instalado en Cartagena como jefe de la Base Naval.
A
últimos de febrero lo mas escogido, de los militantes libertarios de la región
del Centro se reunió para crear un Comité Regional de Defensa compuesto de los
siguientes departamentos: militar, estadística, policía política, propaganda,
orientación económica, transporte y otros. Pocos días después los mismos
libertarios planteaban al coronel Casado la necesidad de crear un Consejo
Nacional de Defensa frente al gobierno del señor Negrín. La sublevación
estaba en marcha. Casado se encargaría de aglutinar al elemento militar adicto.
Simultáneamente
Negrín desencadenaba su propia ofensiva. Empezó invitando a Casado a Valencia,
indicándole que durante su ausencia entregase el mando de su Ejército al
coronel Ortega (comunista). Pero Casado, receloso, entregó el mando a su jefe
de Estado Mayor. Negrín mostró su contrariedad al enterarse. La maniobra había
fracasado. Casado, sin embargo, aprovechó el viaje para contactar a todos los
jefes de Ejercito afines, con los que se puso de acuerdo.
De
regreso a Madrid cambió impresiones con el jefe anarquista del IV Cuerpo de Ejército,
Cipriano Mera, que era su más estrecho colaborador. Estas actividades
sospechosas llegaron pronto a conocimiento de Negrín, quien convocó nuevamente
al coronel Casado. Este comprendió esta vez que iba a ser detenido, y previno
de estas sospechas a Miaja y Matallana, que también habían sido llamados por
el presidente. El mismo día se publicaron las órdenes disponiendo el ascenso a
general de Modesto y el nombramiento de Vega, Tagüeña y Galán como jefes
militares de Alicante, Murcia y Cartagena. El envío de Galán a Cartagena fue
debido a que Negrín tuvo noticias de que el almirante Buiza y varios
comandantes y comisarios conspiraban con Casado. Este nombramiento no pudo ser más
duro en consecuencias. La escuadra se declaró en rebeldía, de lo que resultó
una confusión que aprovechó la Quinta Columna para apoderarse de algunos
fuertes. El levantamiento fue dominado finalmente, pero la escuadra, como medida
de precaución había salido a alta mar. Una vez allí el gobierno francés le
sugirió por radio que se refugiase en la base tunecina de Bizerta. La escuadra
sería entregada a Franco inmediatamente después de la guerra por el propio
gobierno francés que, llevándola a sus puertos, quería romper a su favor el
equilibrio naval del Mediterráneo. Esta falsa maniobra fue un verdadero
desastre para la evacuación general.
Negrín
apremiaba a Casado para que se trasladase a su residencia. Casado comprendió
que si no se sublevaba inmediatamente no tendría más remedio que constituirse
en prisionero de los comunistas. En consecuencia, el 4 de marzo, a primeras
horas de la noche, los conspiradores se instalaron en el sótano del edificio más
sólido de Madrid (el ex Ministerio de Hacienda). A las 23,30 llegó una Brigada
anarquista para situarse en los puntos estratégicos. A las 24 horas justas, una
vez radiado el parte de guerra por el locutor de Radio España, los componentes
del Consejo de Defensa se fueron acercando al micrófono para leer su proclama:
«...Como
revolucionarios, como proletarios, como españoles y como antifascistas no
podemos continuar aceptando pasivamente por más tiempo la imprevisión, la
incapacidad y la falta de organización, el absurdo letargo manifestado por el
señor Negrín... Han pasado varias semanas desde que termino' la guerra en
Cataluña ante la general deserción... Mientras el pueblo sacrificaba a
centenares de miles de sus mejores hijos, los hombres que exigían resistencia
desertaban de sus puestos... Esto no puede seguir ocurriendo... No podemos
consentir que mientras el pueblo se dispone a una mortal resistencia sus
dirigentes se estén preparando para un vuelo confortable... Para evitar todo
esto ( ... ) ha sido formado el Consejo Nacional de Defensa para recoger del
arroyo el poder arrojado por el gobierno del doctor Negrín...
Constitucionalmente el gobierno del doctor Negrín carece de toda base legal...
Proclamamos que ni desertaremos ni toleraremos la deserción... Prometemos que
nadie abandonará España hasta que puedan salir de ella cuantos lo deseen... El
doctor Negrín ha dicho: "O todos nos salvamos o todos pereceremos",
pues bien, el Consejo Nacional de Defensa se ha propuesto convertir en realidad
estas palabras... Para ello os pedimos vuestra ayuda, por nuestra parte seremos
inexorables con los que traten de evitar el cumplimiento de sus deberes.» 5
5
J. García Pradas: La traición de Stalin. Cómo terminó la guerra de
España, Nueva York, 1938.
El
Consejo quedó compuesto de la siguiente manera: Presidencia: general Miaja (que
acababa de enterarse de los acontecimientos por medio de la radio); Defensa:
coronel Casado; Asuntos Extranjeros: Julián Besteiro (los tres figuraban como
ajenos a todo partido político); Interior: Wenceslao Carrillo (Partido
Socialista); Hacienda y Agricultura: González Marín (C. N. T.); Justicia: M.
Sanandrés (republicano); Instrucción Pública: José del Río (republicano);
Comunicaciones y Obras Públicas: Eduardo Val (C. N. T.); Trabajo: Antonio Pérez
(U. G. T.).
Por
la radio, también, se enteró Negrín de la proclamación del Consejo de
Defensa. Inmediatamente telefoneó a Casado, primero con amenazas; después con
zalamerías hipócritas. Casado replicó que le daba un plazo de tres horas para
poner en libertad al general Matallana. De no hacerlo, fusilaría a todos los
miembros del gobierno. Matallana fue libertado inmediatamente. Seguidamente el
gobierno y su corte embarcábanse en aviones y abandonaban España. Salieron no
menos precipitadamente los jefes comunistas españoles y los restos de la
Komintern. (Negrín y sus comunistas se habían instalado en un pueblo de la
provincia de Alicante, cerca de este importante puerto y de la base naval de
Cartagena, Era la llamada Posición Yuste, rodeada de campos de aviación,
guardada militarmente por fuerzas adictas.)
Proclamado
el Consejo de Defensa, el coronel Casado exploró las intenciones de los
tenientes coroneles Barceló, Bueno y del coronel Ortega, jefes respectivamente
de los Cuerpos de Ejército I, II y III. El primero expresó estar
incondicionalmente a las órdenes del Consejo de Defensa; el segundo contestó
con vaguedades; el tercero pidió tiempo para reflexionar. Casado llegaba a la
conclusión de que sólo podía disponer del IV Cuerpo de Ejército mandado por
el anarquista Cipriano Mera. Efectivamente, Barceló fue el primero en iniciar
el contraataque
6. En Levante, donde tres de
los Cuerpos de Ejército tenían también mando comunista, fue interceptada una
columna de blindados que intentaba aproximarse a Valencia. Allí la situación
quedó pronto normalizada. En extremadura y Andalucía el contraataque fue
igualmente dominado.
6
Segismundo Casado: The last days of Madrid, Londres, 1939.
La
batalla se redujo, pues, a la región del Centro. La madrugada del 5 una División
del I Cuerpo penetró en Madrid con tanques y artillería. En el sector de
Guadalajara los enemigos del Consejo se hicieron dueños de aquella población y
de Torrejón de Ardoz. El 7 la lucha era severa. Las tropas de Barceló ocuparon
el centro de la capital y rodearon a los componentes del Consejo. Casado no tuvo
más remedio que pedir refuerzos a Cipriano Mera. Este envió a Madrid a su 14
División formada en su mayor parte por anarquistas. Estas fuerzas, después de
aplastar los motines de Guadalajara y Torrejón, penetraron en Madrid y cayeron
sobre la retaguardia comunista, haciendo miles de prisioneros. En el centro de
la capital la lucha continuaba con dureza. Hasta el 10 no varió la situación.
Aquel mismo día se rindió el cuartel general del III Cuerpo. Ortega se ofreció
para parlamentar con Barceló y Bueno al objeto de su rendición. Estos
propusieron que lo harían bajo la condición de que se les respetase la vida.
Además pedían que fuese autorizada la aparición, de su prensa y la admisión
de un consejero del Partido en el Consejo. Esta última condición no les fue
admitida. Se respetaría la vida a quienes no hubieran cometido crímenes. En
consecuencia, fueron fusilados el teniente coronel Barceló y su comisario
Conesa por haber dado muerte en represalias a varios jefes militares casadistas
que habían hecho prisioneros. Liquidada la última ofensiva comunista, la próximo
etapa consistía en negociar la paz.
El
7 de marzo la C. N. T., la F. A. I. y la F. I. J. L. fundieron sus respectivos
comités superiores en un Comité Nacional del Movimiento Libertario. Las
necesidades más importantes eran la liquidación de la guerra con una paz
honrosa, las relaciones con el Consejo de Defensa y medidas a tomar con el
Partido Comunista. Se aplazó esta última cuestión a que cesaran las luchas
callejeras. «Tenemos motivos —decía Juan López, secretario del nuevo Comité
Nacional— para eliminar a los comunistas y también a los republicanos y
socialistas, que han sido la causa de nuestros fracasos. Pero no queremos
exterminar a ningún partido. El Partido Comunista debe incorporarse al Frente
Popular, prestar su colaboración al Consejo pero sin intervención en el Poder».
Caso
de que las gestiones de paz no diesen resultado había que tomar las siguientes
medidas: evacuar a los militantes, salvar los valores del Movimiento y dejar
establecida una organización clandestina. Pero la lucha en las calles duró
siete días durante los cuales no fue posible ocuparse de otras negociaciones.
Estas se entablaron por primera vez el día 12 por mediación de agentes
franquistas que se manifestaron espontáneamente para este objeto.
El
Comité Nacional del M. L. se reunió nuevamente el 16 para estudiar cierta
gestión de paz «que de lograrse nos obliga a estudiar la forma de evacuar
nuestros valores morales y materiales». Había poco tiempo que perder. Caso de
no poder obtener una paz en condiciones honrosas había que organizar una
resistencia desesperada. Asistieron a aquella reunión los consejeros Val y Marín.
Según éstos, el Consejo había enviado al exterior una delegación para
preparar la evacuación. Todos los periódicos comunistas habían sido
suspendidos. A los dirigentes del P. C. se les había dado un plazo de seis días
para que definieran su actitud. De no hacerlo satisfactoriamente recibirían su
correspondiente pasaporte para que pudieran salir de España. El S. I. M. había
sido reorganizado y se había decidido el traslado del teniente coronel Mera al
Ejército de Extremadura. El consejero González Marín había sido facultado
por el Consejo para enviar comisiones a París, Londres y México (estas
comisiones fueron nombradas por el Movimiento Libertario el día siguiente). Se
tomó el acuerdo de que los elementos de los comités de la C. N. T. y la F. A.
I. que se encontraban en Francia no serían utilizados para estos menesteres.
Estos debían regresar a la zona Centro-Sur, así como gran numero de
militantes, lo más pronto posible.
El
17 los comunistas habían difundido entre los combatientes un manifiesto en el
que se leía: «...Continúa la represión contra el Partido Comunista. La junta
de Defensa ha entablado conversaciones con nuestro Comité Central. El Partido
ha propuesto las siguientes condiciones: Establecimiento de la unidad. Libertad
inmediata para el Partido. Liberación de nuestros presos y reposición en sus
viejos cargos. Paz digna y honrosa que asegure la independencia de España. Si
la junta no acepta estas condiciones el Partido luchará contra ella con todas
las consecuencias.»
La
hoja terminaba diciendo: «preparaos para todo, para impedir la capitulación y
la entrega del pueblo, y en primer lugar a los comunistas... Desmentid todas las
calumnias contra el Partido. Haced comprender que la constitución de la junta
es una maniobra del capitalismo internacional para liquidar las conquistas del
pueblo, esclavizarlo y liquidar a los comunistas, sus mejores defensores... La
paz digna y honrosa la conseguiremos con la unidad y estando dispuestos a
resistir...».
Desde
el día 13 el Consejo de Defensa conocía ya las condiciones de rendición
fijadas por el general Franco. Estas no podían ser más duras. La sola condición
de paz era la rendición incondicional. El caudillo sería generoso con los engañados
y con los que no hubieran cometido crímenes. Estos podrían, si lo deseaban,
emigrar al extranjero. Los encarcelados serían puestos en libertad tan pronto
redimieran sus delitos. Se rehusaba todo compromiso firmado.
El
Consejo de Defensa comprendió perfectamente el alcance de esta nota. No había
otra solución que la resistencia escalonada con vistas a la evacuación por los
propios medios. No obstante, para ganar tiempo se solicitaría la negociación
del memorándum de Franco. Hasta el 19 no se recibió la conformidad y el 23 dos
oficiales republicanos llegaban a Burgos dispuestos a negociar.
El
día 22 el Comité Nacional del M. L. dirigía un extenso manifiesto a todos sus
militantes y a los trabajadores en general. Se salía al paso de las acusaciones
contenida en el manifiesto comunista y también de las «precipitadas
declaraciones de entusiasmo totalitario» de los falsos antifascistas. «Quien
sienta veleidades filofascistas —decía el manifiesto— no puede continuar en
libertad. El que con sus palabras, gestos y conducta pretenda debilitar la moral
de nuestros combatientes o la seguridad de nuestra retaguardia, tiene que ser
juzgado y condenado ( ... ) con toda la dureza que imponen las leyes de la
guerra... [El Movimiento Libertario] tiene el valor moral de declarar públicamente
la convenencia de una paz que evite nuevos derramamientos de sangre [que no será]
el sálvese quien pueda [sino] una situación decorosa que permita salir de España
a todos los que quieran y asegurar a los que se queden contra los intentos de
represalias...».
El
mismo día, de acuerdo con el Consejo, el Comité Nacional del M. L. disponía
que dos compañeros salieran inmediatamente para Francia, acompañados del
coronel Romero, para asuntos relacionados con el abastecimiento. De momento
quedaba suprimida la excursión a América. En otra reunión del M. L.,
celebrada dos días después, los consejeros libertarios informaban de las
negociaciones de paz efectuadas en Burgos. Los emisarios del Consejo no habían
podido discutir ninguna condición. Los franquistas se habían limitado a
entregarles un documento de rendición incondicional mucho más duro que el
primero. No aceptaban compromisos firmados ni ofrecían ninguna garantía sino
la muy vaga de que el caudillo estaba animado de las mejores intenciones.
En
la misma reunión los consejeros libertarios informaron detalladamente del último
memorándum de Franco. Era una serie de órdenes de rendición. El 25 la aviación
republicana debía entregarse en ciertos aeródromos que se señalaban en acto
de rendición simbólica. «Se les dijo —agregaron los informantes— que no
admitiríamos la rendición sin la existencia de un documento escrito... El
enemigo confirma las concesiones que ya hacia el 28 de febrero, de respeto a
todas las vidas, excepción hecha de los que considere delincuentes comunes ...
»
Aquella
misma tarde los consejeros anarquistas tenían que llevar instrucciones
concretas a la reunión que celebraría el Consejo. Los reunidos acordaron
transmitir al Consejo el siguiente acuerdo: «Exigir [de las autoridades
franquistas] la firma de un documento, pacto o compromiso, en el que se
estipulen las condiciones en que habrá de establecerse la paz de acuerdo con el
espíritu de las bases iniciales que nosotros hemos presentado. Sin esta garantía
será menester romper las negociaciones y aprestarse a una defensa encarnizada
de nuestros intereses, vida y libertad.»
El
26 se celebró otra reunión a petición de los consejeros anarquista. Los
emisarios republicanos se habían trasladado a Burgos nuevamente con
contraproposiciones. Iniciada la reunión, Franco preguntó por teléfono si se
había efectuado la entrega de la aviación republicana prevista para el día
anterior. Y al contestársele negativamente, sin atender las razones técnicas
que habían imposibilitado esta rendición simbólica ordenó la brusca ruptura
de las negociaciones.
No
obstante la oposición de los representantes libertarios, el Consejo dispuso la
entrega simbólica de la aviación. Así fue comunicado a Burgos por radiograma.
La respuesta fue que habiéndose puesto en marcha la ofensiva general aquella
misma mañana, no cabía ya más trámite que izar bandera blanca. Aquel mismo día
el Comité Nacional del Movimiento Libertario sugería la retirada escalonada
hacia la costa: «No debemos olvidar que seremos atacados por todas partes por
los elementos facciosos emboscados en la retaguardia.» (En aquel mismo momento
se tuvieron noticias de que la ofensiva enemiga había roto fácilmente el
frente de Andalucía.)
El
27 celebró otra reunión el Comité Nacional de M. L. Los consejeros
libertarios informaron que el enemigo avanzaba por el frente andaluz sin
encontrar apenas resistencia. En el seno del Consejo de Defensa se había
entablado un debate alrededor de un documento radiado en el que se hablaba de
evacuación. «Es peligroso —afirmábase en la reunión— el documento hecho
público por lo desmoralizante. Lo de la evacuación pretende evitar las huidas
por pánico colectivo, pero sin conseguirlo. Después de su avance victorioso
una nueva nota al campo enemigo sería estéril. La política del Consejo es
equivocada. Sólo después de una resistencia encarnizada podríamos dirigirnos
a ellos en plan de negociación».
El
hecho de extender pasaportes había quebrado el espíritu de resistencia. Se señalaron
casos de huida histérica hasta entre los libertarios. «En todos los frentes
—decía el consejero Marín— las deserciones se multiplican. Todos los días
levantan el vuelo aviones con jefes, especialmente comunistas. La gente no
quiere luchar. El enemigo ataca y la tropa no reacciona. Hemos intentado detener
a los que huyen sin poder conseguirlo. Si no estamos dispuestos a hacer una
nueva Numancia vayamos a salvar a nuestros militantes. Hagamos un recuento de
cuantos deben salvarse. Concentremos nuestras fuerzas en un puerto y organicemos
la resistencia de aquel punto ...»
El
acuerdo concreto de esta reunión fue crear una junta de Evacuación. Pero la
sesión continuó por la tarde. Se informó entonces que el Consejo había
empezado a formar juntas de evacuación en todos los Ejércitos. Los
comprometidos del Centro, los mas amenazados, saldrían los primeros. Al parecer
había cuatro barcos de gran tonelaje anclados en Valencia. Se recogería la
mayor cantidad posible de divisas para entregar a los evacuados. Estos se
calculaban en 40.000. Cada junta de Evacuación recibiría su cantidad de dinero
correspondiente. Por donde atacase el enemigo se cedería el terreno lentamente
evacuando el personal. En Valencia se extenderían los pasaportes definitivos, sólo
a las personas comprometidas, no a sus familiares y amigos.
El
28, empezó la evacuación de los elementos comprometidos de Madrid. A la mañana
siguiente todos los ejércitos de la República estaban prácticamente
disueltos. Los soldados abandonaban las trincheras en pequeños grupos para
fraternizar con los del campo enemigo. La fraternización se celebraba algunas
veces con canciones y bailes. Era la paz simple y generosa del soldado. La paz
de los Estados Mayores y de los altos jerarcas militares, y políticos sería
muy otra cosa.
En
Valencia, atestada de militantes de todos los partidos y organizaciones, civiles
o militares de todas las ciudades y frentes, se formo una Junta de Evacuación más
bien simbólica que efectiva, El 29 se cursaban mensajes a todos los jefes de
los Estados democráticos pidiendo visados y medios de evacuación. Los que
ofrecían ciertos consulados eran para ciertas personalidades escogidas. Las
posibilidades de evacuación, pues, no podían ser más dudosas. En la propia
Valencia la Quinta Columna se mostraba ostensiblemente y tomaba ya posiciones de
los edificios y cargos oficiales. La transmisión de poderes se hacía con una
cierta cordialidad. Prueba de que sin el acicate morboso de las altas
autoridades facciosas, militares y eclesiásticas, falangistas y carlitas, el
hecho solo de la paz hubiera desarmado el odio.
Alicante
era el puerto mas distante de los que habían sido frentes de guerra. Por esta
razón, y porque se aseguraba que había allí barcos anclados, o porque se
concediera un cierto crédito a las promesas verbales del general Franco, se
canalizó hacía aquel puerto el grueso de los llamados a ser evacuados. Se
confiaba también en la sensibilidad internacional. Una caravana compuesta de
centenares de vehículos, precedida de un destacamento militar se encaminó
hacia aquel puerto de salvación que se convertiría, muy pronto en ratonera.
Pocos de aquellos desesperados, ni los que se les habían anticipado, ni los que
irían llegando sucesivamente, conseguirían su propósito de abandonar España.
Los pocos barcos anclados lo estaban en el límite de las aguas
jurisdiccionales. Esperaban inútilmente la garantía de la escuadra francesa o
inglesa para poder acercarse a los muelles bajo una bandera respetada. Decíase
que el gobierno de Negrín poseía todavía en Francia 150.000 toneladas de
transportes marítimos bajo contrato garantizado hasta el mes de mayo próximo.
Pero se dijo después que los armadores prefirieron a última hora traspasar su
contrato al gobierno del general Franco. Los negocios eran los negocios. Un
importante sector de la prensa francesa no había abandonado todavía el tema de
que los españoles que buscaban
refugio en Francia eran asesinos de derecho común en vez de expatriados políticos. El gobierno francés dejaba pasar las
horas sin actuar, con el pretexto (sic) de que el ministro del Interior no había
autorizado el desembarque de los evacuados en Francia. Los barcos, como hemos
dicho, estaban frente a Alicante desde el 29 de marzo. En Gandía los barcos de
guerra ingleses y franceses consistieron solamente tomar a bordo a los
componentes del Consejo de Defensa, y para más grande burla embarcaron también
a 169 fascistas italianos que dejaron en Palma de Mallorca.
El
4 de abril tropas italianas motorizadas al mando del general Gambara entraban en
el puerto de Alicante. ¿Lo hicieron por iniciativa propia? ¿Querían apuntarse
la última victoria sobre los que les habían vencido, hacia dos años, en
Guadalajara? ¿Quiso el general Franco cargar a cuenta de los italianos esta
cruel y vergonzosa maniobra para atenuar la propia responsabilidad ante la
historia?
Más
de cuatro mil antifascistas probados fueron hechos prisioneros en el puerto de
Alicante. Para la mayoría de ellos la justicia del general Franco era la
muerte. Muchos de ellos optaron por suicidarse. Franco había declarado poseer
un millón de fichas de republicanos convictos de actos criminales. Los que se
suicidaban lo hacían no por temor a la justicia de Franco sino para escupir su
vergüenza a la faz de un mundo llamado civilizado y democrático que asistía
fríamente al mayor crimen político de la historia política contemporánea.
Aquellos hombres, mezclados con masas de prisioneros de todos los pueblos y
ciudades, fueron amontonados en las cárceles, en las plazas de toros y en los
campos de concentración improvisados. Allí les esperaba un minucioso triaje
que realizaban los falangistas acompañados de feroces denunciantes. Los
prisioneros «marcados» eran separados del grupo y molidos a palos. A cada
momento los presos eran obligados a formar en filas separadas, formando calles.
Cuervos hambrientos de carroña pasaban revista para sacar a patadas y a puñetazos
a su víctima escogida. La víctima era el secretario del sindicato, el
responsable de la colectividad, el alcalde, el concejal, el diputado. El
indicador, era el amo expropiado de su finca o de su fábrica, el hermano, el
hijo o el padre de un fusilado. Los escogidos pasapaban a poder de sus
demandantes como reses de una extraña feria de ganado. Las palizas no excusaban
el Consejo de Guerra y el fusilamiento. Muchos de aquellos infortunados iban al
suplicio final convertidos en piltrafas. humanas. Estos incalificables arreglos
de cuentas eran más atroces, más salvajes. y cruentos con los presos
procedentes de los pueblos rurales. La masa difusa de los prisioneros de guerra,
la que no merecía el honor del fusilamiento ni la dura sentencia de presidio,
cayó en una esclavitud sólo comparable a la de los tiempos mas antiguos. Formó
en los batallones de trabajadores forzados hasta el final de la segunda guerra
mundial. Y bajo la amenaza constante del látigo, la pistola y la ametralladora,
reconstruyó puentes, abrió carreteras, alzó iglesias y mausoleos faraónicos.
Durante
décadas interminables un tercio de la población española purgaría su gran
crimen con la pérdida de la libertad, tras los muros de las cárceles y
presidios, con el dolor de su cuerpo y el molimiento de sus huesos en los antros
policíacos, con la muerte ante las tapias de los cementerios, con el hambre,
con la humillación. Su gran crimen era haber sido el primer pueblo en dar una réplica
viril al fascismo internacional. Esta réplica al cólera morbo del siglo XX, el
pueblo español la había dado solo y contra todo el mundo.
El
mismo día, de acuerdo con el Consejo, el Comité Nacional del M. L. disponía
que dos compañeros salieran inmediatamente para Francia, acompañados del
coronel Romero, para asuntos relacionados con el abastecimiento. De momento
quedaba suprimida la excursión a América. En otra reunión del M. L.,
celebrada dos días después, los consejeros libertarios informaban de las
negociaciones de paz efectuadas en Burgos. Los emisarios del Consejo no habían
podido discutir ninguna condición. Los franquistas se habían limitado a
entregarles un documento de rendición incondicional mucho más duro que el
primero. No aceptaban compromisos firmados ni ofrecían ninguna garantía sino
la muy vaga de que el caudillo estaba animado de las mejores intenciones.
En
la misma reunión los consejeros libertarios informaron detalladamente del último
memorándum de Franco. Era una serie de órdenes de rendición. El 25 la aviación
republicana debía entregarse en ciertos aeródromos que se señalaban en acto
de rendición simbólica. «Se les dijo —agregaron los informantes— que no
admitiríamos la rendición sin la existencia de un documento escrito... El
enemigo confirma las concesiones que ya hacia el 28 de febrero, de respeto a
todas las vidas, excepción hecha de los que considere delincuentes comunes ...
»
Aquella
misma tarde los consejeros anarquistas tenían que llevar instrucciones
concretas a la reunión que celebraría el Consejo. Los reunidos acordaron
transmitir al Consejo el siguiente acuerdo: «Exigir [de las autoridades
franquistas] la firma de un documento, pacto o compromiso, en el que se
estipulen las condiciones en que habrá de establecerse la paz de acuerdo con el
espíritu de las bases iniciales que nosotros hemos presentado. Sin esta garantía
será menester romper las negociaciones y aprestarse a una defensa encarnizada
de nuestros intereses, vida y libertad.»
El
26 se celebró otra reunión a petición de los consejeros anarquista. Los
emisarios republicanos se habían trasladado a Burgos nuevamente con
contraproposiciones. Iniciada la reunión, Franco preguntó por teléfono si se
había efectuado la entrega de la aviación republicana prevista para el día
anterior. Y al contestársele negativamente, sin atender las razones técnicas
que habían imposibilitado esta rendición simbólica ordenó la brusca ruptura
de las negociaciones.
No
obstante la oposición de los representantes libertarios, el Consejo dispuso la
entrega simbólica de la aviación. Así fue comunicado a Burgos por radiograma.
La respuesta fue que habiéndose puesto en marcha la ofensiva general aquella
misma mañana, no cabía ya más trámite que izar bandera blanca. Aquel mismo día
el Comité Nacional del Movimiento Libertario sugería la retirada escalonada
hacia la costa: «No debemos olvidar que seremos atacados por todas partes por
los elementos facciosos emboscados en la retaguardia.» (En aquel mismo momento
se tuvieron noticias de que la ofensiva enemiga había roto fácilmente el
frente de Andalucía.)
El
27 celebró otra reunión el Comité Nacional de M. L. Los consejeros
libertarios informaron que el enemigo avanzaba por el frente andaluz sin
encontrar apenas resistencia. En el seno del Consejo de Defensa se había
entablado un debate alrededor de un documento radiado en el que se hablaba de
evacuación. «Es peligroso —afirmábase en la reunión— el documento hecho
público por lo desmoralizante. Lo de la evacuación pretende evitar las huidas
por pánico colectivo, pero sin conseguirlo. Después de su avance victorioso
una nueva nota al campo enemigo sería estéril. La política del Consejo es
equivocada. Sólo después de una resistencia encarnizada podríamos dirigirnos
a ellos en plan de negociación».
El
hecho de extender pasaportes había quebrado el espíritu de resistencia. Se señalaron
casos de huida histérica hasta entre los libertarios. «En todos los frentes
—decía el consejero Marín— las deserciones se multiplican. Todos los días
levantan el vuelo aviones con jefes, especialmente comunistas. La gente no
quiere luchar. El enemigo ataca y la tropa no reacciona. Hemos intentado detener
a los que huyen sin poder conseguirlo. Si no estamos dispuestos a hacer una
nueva Numancia vayamos a salvar a nuestros militantes. Hagamos un recuento de
cuantos deben salvarse. Concentremos nuestras fuerzas en un puerto y organicemos
la resistencia de aquel punto ...»
El
acuerdo concreto de esta reunión fue crear una junta de Evacuación. Pero la
sesión continuó por la tarde. Se informó entonces que el Consejo había
empezado a formar juntas de evacuación en todos los Ejércitos. Los
comprometidos del Centro, los mas amenazados, saldrían los primeros. Al parecer
había cuatro barcos de gran tonelaje anclados en Valencia. Se recogería la
mayor cantidad posible de divisas para entregar a los evacuados. Estos se
calculaban en 40.000. Cada junta de Evacuación recibiría su cantidad de dinero
correspondiente. Por donde atacase el enemigo se cedería el terreno lentamente
evacuando el personal. En Valencia se extenderían los pasaportes definitivos, sólo
a las personas comprometidas, no a sus familiares y amigos.
El
28, empezó la evacuación de los elementos comprometidos de Madrid. A la mañana
siguiente todos los ejércitos de la República estaban prácticamente
disueltos. Los soldados abandonaban las trincheras en pequeños grupos para
fraternizar con los del campo enemigo. La fraternización se celebraba algunas
veces con canciones y bailes. Era la paz simple y generosa del soldado. La paz
de los Estados Mayores y de los altos jerarcas militares, y políticos sería
muy otra cosa.
En
Valencia, atestada de militantes de todos los partidos y organizaciones, civiles
o militares de todas las ciudades y frentes, se formo una Junta de Evacuación más
bien simbólica que efectiva, El 29 se cursaban mensajes a todos los jefes de
los Estados democráticos pidiendo visados y medios de evacuación. Los que
ofrecían ciertos consulados eran para ciertas personalidades escogidas. Las
posibilidades de evacuación, pues, no podían ser más dudosas. En la propia
Valencia la Quinta Columna se mostraba ostensiblemente y tomaba ya posiciones de
los edificios y cargos oficiales. La transmisión de poderes se hacía con una
cierta cordialidad. Prueba de que sin el acicate morboso de las altas
autoridades facciosas, militares y eclesiásticas, falangistas y carlitas, el
hecho solo de la paz hubiera desarmado el odio.
Alicante
era el puerto mas distante de los que habían sido frentes de guerra. Por esta
razón, y porque se aseguraba que había allí barcos anclados, o porque se
concediera un cierto crédito a las promesas verbales del general Franco, se
canalizó hacía aquel puerto el grueso de los llamados a ser evacuados. Se
confiaba también en la sensibilidad internacional. Una caravana compuesta de
centenares de vehículos, precedida de un destacamento militar se encaminó
hacia aquel puerto de salvación que se convertiría, muy pronto en ratonera.
Pocos de aquellos desesperados, ni los que se les habían anticipado, ni los que
irían llegando sucesivamente, conseguirían su propósito de abandonar España.
Los pocos barcos anclados lo estaban en el límite de las aguas
jurisdiccionales. Esperaban inútilmente la garantía de la escuadra francesa o
inglesa para poder acercarse a los muelles bajo una bandera respetada. Decíase
que el gobierno de Negrín poseía todavía en Francia 150.000 toneladas de
transportes marítimos bajo contrato garantizado hasta el mes de mayo próximo.
Pero se dijo después que los armadores prefirieron a última hora traspasar su
contrato al gobierno del general Franco. Los negocios eran los negocios. Un
importante sector de la prensa francesa no había abandonado todavía el tema de
que los españoles que buscaban
refugio en Francia eran asesinos de derecho común en vez de expatriados políticos. El gobierno francés dejaba pasar las
horas sin actuar, con el pretexto (sic) de que el ministro del Interior no había
autorizado el desembarque de los evacuados en Francia. Los barcos, como hemos
dicho, estaban frente a Alicante desde el 29 de marzo. En Gandía los barcos de
guerra ingleses y franceses consistieron solamente tomar a bordo a los
componentes del Consejo de Defensa, y para más grande burla embarcaron también
a 169 fascistas italianos que dejaron en Palma de Mallorca.
El
4 de abril tropas italianas motorizadas al mando del general Gambara entraban en
el puerto de Alicante. ¿Lo hicieron por iniciativa propia? ¿Querían apuntarse
la última victoria sobre los que les habían vencido, hacia dos años, en
Guadalajara? ¿Quiso el general Franco cargar a cuenta de los italianos esta
cruel y vergonzosa maniobra para atenuar la propia responsabilidad ante la
historia?
Más
de cuatro mil antifascistas probados fueron hechos prisioneros en el puerto de
Alicante. Para la mayoría de ellos la justicia del general Franco era la
muerte. Muchos de ellos optaron por suicidarse. Franco había declarado poseer
un millón de fichas de republicanos convictos de actos criminales. Los que se
suicidaban lo hacían no por temor a la justicia de Franco sino para escupir su
vergüenza a la faz de un mundo llamado civilizado y democrático que asistía
fríamente al mayor crimen político de la historia política contemporánea.
Aquellos hombres, mezclados con masas de prisioneros de todos los pueblos y
ciudades, fueron amontonados en las cárceles, en las plazas de toros y en los
campos de concentración improvisados. Allí les esperaba un minucioso triaje
que realizaban los falangistas acompañados de feroces denunciantes. Los
prisioneros «marcados» eran separados del grupo y molidos a palos. A cada
momento los presos eran obligados a formar en filas separadas, formando calles.
Cuervos hambrientos de carroña pasaban revista para sacar a patadas y a puñetazos
a su víctima escogida. La víctima era el secretario del sindicato, el
responsable de la colectividad, el alcalde, el concejal, el diputado. El
indicador, era el amo expropiado de su finca o de su fábrica, el hermano, el
hijo o el padre de un fusilado. Los escogidos pasapaban a poder de sus
demandantes como reses de una extraña feria de ganado. Las palizas no excusaban
el Consejo de Guerra y el fusilamiento. Muchos de aquellos infortunados iban al
suplicio final convertidos en piltrafas. humanas. Estos incalificables arreglos
de cuentas eran más atroces, más salvajes. y cruentos con los presos
procedentes de los pueblos rurales. La masa difusa de los prisioneros de guerra,
la que no merecía el honor del fusilamiento ni la dura sentencia de presidio,
cayó en una esclavitud sólo comparable a la de los tiempos mas antiguos. Formó
en los batallones de trabajadores forzados hasta el final de la segunda guerra
mundial. Y bajo la amenaza constante del látigo, la pistola y la ametralladora,
reconstruyó puentes, abrió carreteras, alzó iglesias y mausoleos faraónicos.
Durante
décadas interminables un tercio de la población española purgaría su gran
crimen con la pérdida de la libertad, tras los muros de las cárceles y
presidios, con el dolor de su cuerpo y el molimiento de sus huesos en los antros
policíacos, con la muerte ante las tapias de los cementerios, con el hambre,
con la humillación. Su gran crimen era haber sido el primer pueblo en dar una réplica
viril al fascismo internacional. Esta réplica al cólera morbo del siglo XX, el
pueblo español la había dado solo y contra todo el mundo.
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