Quien
crea que el movimiento subversivo de España y la consiguiente guerra, que ha
durado cerca de tres años, ha sido un caso más o menos esporádico y
circunstancial, como la mayoría de los hechos ocurridos en España
anteriormente, está completamente equivocado.
El
levantamiento de los militares traidores contra la República Española y contra
las Leyes Constitucionales, fue un hecho largo y habilmente preparado, que no
era un secreto para nadie. Esto explica que la clase trabajadora española y
también los políticos de amplio sentido liberal, antes del movimiento y el
propio día de producirse, estuvieran preparados para responder y hacer frente a
cuantas eventualidades se pudieran presentar.
La
República española que se establece definitivamente el 14 de Abril de 1931,
representa un parto laborioso de una serie de movimientos que la madre España
había incubado en lo más profundo de sus entrañas. Alfonso XIII, que abandonó
en apariencia voluntariamente el suelo español, tomó tal medida por
orientaciones expresas de los políticos más cautos, que previnieron al Rey de
lo que ocurriría en el caso de no tomar tal determinación.
Y
entonces se establece en España la República con todo orden y paz.
No
obstante esto, los hombres públicos, los políticos republicanos, que
seguramente eran los que vivían más alejados de la realidad de España, al
encontrarse ante el hecho insólito del establecimiento de la República —régimen
que ellos precisamente tenían que representar— no supieron enfocar las cosas
de acuerdo con la orientación que marcaban las masas populares y la joven República,
que venía alegre y risueña a entregarse en brazos de los republicanos españoles,
en lugar de una cuna, en lugar de un hogar, en lugar de unos tutores
inteligentes y buenos, se encontró desgraciadamente en brazos de unos novicíos,
de unos inexpertos en política gubernamental, que no supieron acogerla con el
cariño y con la fe que se deben acoger las cosas que se quieren y se tiene el
deliberado propósito de cultivar y engrandecer.
Por
esto es que la República Española se establece en España el 14 de Abril de
1931 y pocos meses después, los obreros —que son las verdaderas fuerzas vivas
españolas— los artesanos, los productores en general, miraban a la República
como algo que no les pertenecía, como algo que estaba muy lejos de ellos,
porque los hombres que la gobernaban no eran capaces de comprender e interpretar
la verdadera alma del pueblo español.
En
conjunto la gestión del primer Gobierno de la República no pudo ser más torpe
de lo que fue. A los tres meses justos de implantarse el nuevo régimen en España,
la Guardia Civil —que durante medio siglo había apaleado a los trabajadores
andaluces y a los españoles en general— y que aún existía para vergüenza
de la República era, no ya la que apaleaba a los obreros ni la que los conducía
por carretera y los maltrataba en los fosos del Castillo de Montjuich como en
los años negros de Martinez Anido, sino que aumentaba aun su crueldad con el
nuevo régimen, primero en Pasajes y más tarde Castilblanco Parque de María
Luisa, Casas Viejas etc, etc.
Apartir
de entonces, la diferencia del pueblo español hacia la República se trunca en
odio, en rencor contra sus representantes de su torpe actuación. El campesino
andaluz que aspiraba a la tierra y que despúes de implantada la República ve
como antes al "señorío" montado en el caballo, paseándose por sus
inmensos prados, se inclina hacia el suelo y al propio tiempo que derrama su
sudor por su duro trabajo llora su desencanto. El obrero de la fábrica, que creía
llegado el momento de su liberación y de poder conseguir sus derechos, llora
también ante el torno y ante la máquina, comprendiendo que ninguna
transformacion se había operado en España por el hecho de la implantación de
la República.
El obrero telefónico, que era indudablemente el peor subvencionado por el egoísmo rapaz de una gran Compañía, levanta la cerviz y cree llegado el momento de conseguir sus justas reivindicaciones. Las expone razonadamente a sus explotadores, pero estos —quizás por consejo de los mismos gobernantes republicanos— le niegan todos sus derechos, hasta el extremo que este, para conseguirlos, apelando a un derecho internacional, reconocido por todos los países demócratas, se declaran en huelga y como antaño, se ve acosado y perseguido por los mismos de siempre. Por la figura siniestra del tricornio. Por la Guardia Civil.
Se
cuentan en ciento ocho las muertes de trabajadores durante aquel conflicto.
Muertos que se apuntaron a cargo de un Ministro republicano español: Miguel
Maura.
Y
pasando revista a todos estos hechos, vemos un rosario interminable, que no
finalizaría jamás si el objeto principal de este libro no fuera preocuparnos,
más que de otra cosa, de los hechos materiales de la revolución y de la guerra
en España.
La
gestión de los republicanos españoles, no pudo ser más torpe de lo que fue
para la propia suerte de la República. El gran terrateniente, continuó siendo
el amo de vidas y haciendas. Las grandes Compañías fueron igualmente las
influyentes en toda gestión pública. El propio clero parecía más influyente
que nunca. Y así, sucesivamente, las cosas se iban sucediendo, como si nada
hubiera ocurrido en España con el cambio de regimen.
Este
ambiente motivó pequeños disturbios locales, con los cuales los trabajadores
quisieron exponer sus anhelos de liberación, disturbios que fueron reprimidos
con más dureza que en los tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera. Vienen
fusilamientos sin formación de causa, deportaciones, condenas de años de prisión...
Mientras
tanto, las ultra-derechas españolas, desatadas y libres en su acción de
propaganda subversiva principian, no ya solamente escondidas, amparadas en la
clandestinidad, si no también públicamente, con el beneplácito de la Guardia
Civil y del gobernante republicano español, a minar al nuevo régimen y
preparar el terreno para destruirlo.
Indudablemente,
que de haber desaparecido el gran terrateniente español, haberse entregado las
tierras a los campesinos de Extremadura, Andalucía y otras regiones de España
—o a sus respectivos Ayuntamientos— para su cultivo y prosperidad sin
enormes cargas fiscales y demás impuestos de Estado, haberse nacionalizado las
grandes empresas, aquellas empresas que explotaban inicuamente a los
trabajadores, contra toda Ley y sin tener en cuenta sus necesidades; los
fascistas, los reaccionarios enemigos de la República, no hubieran encontrado
el menor eco en las clases menesterosas y la corriente de opinión defraudada no
se hubiera canalizado tampoco hacía una solución de fondo, hacía una revolución
de tipo social que también, a paso de gigante, se iba incubando, a la par que
la reacción española iba ganando terreno entre los ignorantes y los
arrivistas.
El
pueblo español que piensa y siente por encima de todo, quiso dar una nueva
prueba, un nuevo motivo, a los gobernantes de la República Española, para que
rectificaran su conducta y para que se colocaran a la altura de las
circunstancias, de las que vivían lo más distanciados posible.
Y
esperó a que las Cortes Constituyentes terminaran su misión de elaborar la
Carta Constitucional de la República Española, para manifestar de forma legal,
su disconformidad con los gobernantes republicanos. Por esto a nadie asombró el
cambio brusco de la opinión cuando, después de dos años de vivir en régimen
republicano, se proyectan unas nuevas elecciones, en las cuales los elementos
moderados y los reaccionarios, obtienen un resultado magnífico en su favor y
los republicanos quedan deshauciados, desautorizados por el propio sufragio
universal de la nación, para continuar gobernando España.
Esta
lección, quizás demasiado dura para ellos, los colocó en un terreno de
inferioridad tal, que ya jamás los representantes republicanos españoles
fueron capaces de hacer nada serio en ningún sentido y mucho menos conseguir
atraerse de nuevo la voluntad de todo un pueblo, que había saludado con júbilo
y abierto sus brazos hacia lo infinito, al establecerse en España el régimen
republicano.
Pero
los reaccionarios, que en España nunca han demostrado ser más hábiles ni más
cautos de lo que habían sido los republicanos en el Gobierno del país durante
los dos primeros años de la República, una vez colocados por el sufragio
universal en los Ministerios de la República Española, no supieron ser tampoco
más inteligentes; ni más precavidos de lo que habían sido sus antecesores y,
más tarde, España se convierte políticamente en un gran sumidero.
Sorprendidos
por el triunfo de los reaccionarios, los republicanos que siempre habían
vivido distanciados de la realidad, se encuentran poco menos que desplazados de
la gobernación del país y Gil Robles; y su gente, después de su triunfo
electoral, se entrometen en lo más hondo de las entrañas del Gobierno de la
República, por medio de su instrumento Lerroux, que quería hacer compatible la
convivencia de republicanos y reaccionarios, frente a todo, sin tener en cuenta
que en España había una opinión pública vigilante, que no apartaba la vista
y que notaba hasta el más pequeño movimiento de los que pretendían engarla.
Del
choque de todas estas incongruencias, nacen los hechos subversivos de Octubre,
en los que interviene, aparte de un gran número de trabajadores republicanos y
socialistas fuera de Cataluña, el propio Gobierno de la Generalidad de Cataluña,
que se levanta en airada protesta, queriendo de una forma platónica, desviar
los acontecimientos políticos hacia cauces partidistas, motivo por el cual el
proletariado catalán, se mostró poco menos; que indiferente, ya que la
Generalidad de Cataluña contaba en su haber muchos yerros, a cual de más peso,
que habían perjudicado grandemente a los trabajadores catalanes.
Recordamos,
en este momento, la actuación funesta del fascista Dencás, desde la Consejería
de Gobernación de la Generalidad y la actuación maquiavélica de Badía, desde
la Jefatura de Policía de Barcelona, los cuales cometieron toda clase de
atropellos y fechorías que nos recuerdan los sucesos tristemente históricos,
desarrollados en Cataluña años atrás, por los funestos generales Martínez
Anido y Arlegui.
Por
esto no es extraño que en Cataluña, el movimiento de Octubre no tuviera el
menor colorido popular, ya que la Generalidad de Cataluña, había tolerado que
sus representantes en los organismos represivos —Dancás y Badía—
masacraran a los trabajadores. El Presidente Companys, hombre respetable y de
conducta recta, cometió el más lamentable de sus errores políticos, tolerando
que cuatro advenedizos convirtieran Cataluña en un campo de Agramante, haciendo
impopular al Gobierno de la Generalidad por parte de todos los ciudadanos de
Cataluña, que con alegría habían aceptado el régimen autónomo catalán y
estaban dispuestos a dar su sangre por defenderlo, ante un posible ataque de
cualquier Gobierno centralista y reaccionario, que pretendera en forma absurda
derogar las prerrogativas que el pueblo catalán, en uso de su perfecto derecho,
había sabido conquistar.
De
la represión de los hechos de Octubre, no solamente en el resto de España
—recordemos principalmente Asturias la mártir— sino incluso enCataluña,
fueron los trabajadores clasificados de extremistas los que pagarón el más
grande tributo. Pero se ha hablado, ya tanto de este tema, que no merece la pena
relatarlo aquí, ya que el objetivo de estel ibro es otro.
Los
dos años de gobierno republicano-fascizante, en los que se ve marcada la huella
de la reacción en todos los actos de Estado, desarrollados por Gil Robles y demás
fascizantes, fueron tan funestos para la reacción española, como lo habían
sido para el régimen republicano —mas o menos de buena fe— los dos años
primeros de la segunda República española.
El
pueblo español, había sido sometido indudablemente a una segunda prueba de la
cual, como en la primera, había tomado nota y se prometió no olvidar que en
España, todos los hombres públícos que habían gobernado el país, lo habían
hecho a cual peor y que solo una solución profunda, de tipo social, podía
encuadrar a su temperamento y a su idiosincracia racial.
No
obstante la opinión pública española, esa opinión que vive en cada uno de
los hombres verdaderamente liberales, se mostró una vez más buena, una vez más
inteligente, una vez mas generosa, y terminado el segundo período de gobierno
conocido por el nombre de "bienio negro", planteada nuevamente la
cuestión de competencia en el terreno político gubernamental español en las
urnas, quiso demostrar que la solución la tenían aún en sus manos los
republicanos, si estos estaban dispuestos a aprovechar la lección que habían
recibido en la anterior consulta electoral.
Si,
porque a pesar de que las derechas españolas habían ganado las elecciones
anteriores, hecho que les permitió gobernar en régimen republicano, fue porque
el sesenta y cinco por ciento de los españoles, no depositaron su voto en las
urnas para demostrar así que negaban su confianza y desautorizaban a los
gobernantes republicanos, que en forma tan torpe y descabellada había regido
los destinos del país, sin que esto quisiera decir que dieran su conformidad a
los medios draconicos y repulsivos empleados más tarde por la cofradía de Gil
Robles, tampoco tuvieron en cuenta para nada los anhelos y los deseos de todo un
pueblo, que se había creído salvado al establecerse la República en España:
el 14 de Abril de 1931.
Por
eso, este pueblo quiso por segunda vez, dar un margen de confianza a los
republicanos y un mentís rotundo á los reaccionarios, apoyando a los primeros
y despreciando a los segundos. Se abocó todo el pueblo, casi unanimemente, en
las urnas, derrotando por completo a los fascistas reaccionarios, que creían
que el pueblo español, por solo el hecho de no haber votado a los republicanos
en la anterior contienda electoral, se desentendía ya por completo de sus
derechos y su razón de ser, cosa que jamás hizo la fuerza vital que es la más
numérica del país, el obrero, porque representaría la renuncia y el suicidio
de todo un pueblo, que por esencia y por constitución racial, si algun vez vive
en régimen reaccionario será por la fuerza bruta pero nunca por desentenderse
de sus derechos y renunciar a una solución que no sea la adecuada a sus nobles
sentimientos.
Y
nos encontramos frente a las elecciones generales de Febrero de 1936.
La
opinión pública que ha sido siempre representada por la clase trabajadora,
viendo la actuación funesta del Gobierno republicano en manos de la C.E.D.A.
(Confederación Española de Derechas Autónomas), conociendo la obra solapada
del Ministro de la Guerra, Gil Robles, que preparaba por indicación del
fascismo español, la sublevación militar contra la República, viendo también
que en las cárceles, y presidios de España gemía lo más florido y sano de la
nación, compuesto por más de treinta mil presos político-sociales, no quiso
por más tiempo hacer sentir el peso de su indiferencia hacia los republicanos
y, ante el peliaro inminente del fascismo descarado, apoyado por el militarismo,
supo formar en España una especie de Alianza sagrada que se denominó
"Frente Popular".
La
C.N.T. (Confederación Nacional del Trabajo) que en todo el historial de su vida
había recomendado a los trabajadores la abstención electoral —hecho que había
culminado en las anteriores elecciones y que fue, indudablemente, la
determinante de la desautorización de los republicanos en las elecciones que
dieron el triunfo al bienio negro— esta vez, por el contrario, desde su prensa
y desde la tribuna, si bien no hace propaganda electoral en favor del Frente
Popular en forma decidida y a pesar de no formar parte de dicho organismo,
inicia una campaña formidable— seguramente la más formidable de todo su
vasto historial público— señalando a la clase trabajadora, a la que
representaba en su casi totalidad, que había en las cárceles y presidios, irás
de treinta mil presos que debían ser líberados y que la libertad de estos
presos y de los derechos ciudadanos extrangulados por la cofradía de Gil
Robles, quedaban nuevamente puestos en el tapete y que las elecciones
patrocinadas por el Frente Popular, eran el hecho decisivo que tenía que
determinar o la libertad de los presos y la apertura de un período de
posibilidades, o el triunfo del fascismo con todas sus consecuencias.
Por
otra parte el Ejército, en franca rebeldía, y los "señoritos"
agrupados en los organismos políticos reaccionarios, manifestaban en todas las
ocasiones, que estaban dispuestos a apoderarse del Gobierno del país, fuera por
los procedimientos que fuesen, y que incluso, si perdían las elecciones, se
levantarían en armas, para conseguir por la violencia lo que no consiguiesen de
forma legal.
Tales
hechos colocaban a todo el pueblo español, que no compartía el pensamiento
reaccionario de los militares y de los "señoritos", ante el caso de
tener que dejar paso a una situación de fuerza legalmente en las urnas— sino
acudían al sufragio universal— o prepararse para hacer frente en la calle,
con las armas en la mano, a toda la reacción, si depositando su voto en las
urnas, daba el triunfo al Frente Popular.
La
amplia opinión española, tantas veces insultada por la reacción internacional
y calificada como de extremista y violadora de las leyes, se acogió como
siempre al terreno legal, votando el ochenta y cinco por ciento en favor del
Frente Popular —no porque creyera que este le iba a solucionar sus anhelos,
cosa que no había sabido hacer al implantarse la República— sino creyendo y
esperando que la reacción, derrotada en las urnas, provocaría la sublevación
y entonces el pueblo, cargado de razón y en posesión de todas las facultades
legales, podría enfrentarse con los militares traidores, aplastándolos en el
preciso momento de sublevarse, y solicitar entonces la concesión de sus
derechos de hombres.
El
resultado del triunfo aplastante del Frente Popular, fue un hecho tan rotundo,
que asombró a los propios republicanos, ya que la mayoría alcanzada resultó
verdaderamente asombrosa. Una vez más los republicanos y el Frente Popular
reciben la más formidable de las lecciones por parte de la auténtica opinión
popular española.
Tal
como habían anunciado los fascistas —tanto civiles como militares— a partir
del triunfo del Frente Popular, se desencadena abiertamente una lucha sin
cuartel, que culmina en Madrid con una serie de atentados a los hombres de
izquierda, entre ellos el de Jiménez de Asua, teniente Castillo e, incluso,
contra la propia persona del Presidente de la República, Don Manuel Azaña, en
ocasión de un desfile militar en el Paseo de la Castellana.
Todo
esto ocurría mientras en los cuartos de banderas de los cuarteles militares
españoles, se conspiraba noche y día, organizándose la sublevación militar
contra la República.
En
Marruecos español los militares, eran en realidad los dueños de la situación
y allí no se obedecían más órdenes que las que daban los Jefes de Falange y
los militares reaccionarios, enemigos de la República.
Mientras
ocurría todo esto, el Gobierno republicano, que no ignoraba en lo más mínimo
lo que acontecía en todo el territorio español, se mostraba tolerante y benévolo
con los enemigos del régimen e implacable y severo con los trabajadores que no
estaban dispuestos a tolerar tales desmanes y si en alguna ocasión se
denunciaba al propio Gobierno por personas enteradas lo que estaba ocurriendo,
los Ministros se limitaban a no hacer caso e incluso, el própio Ministro de la
Gobernación amenazaba y desafiaba desde el viejo caserón de la Puerta del Sol,
diciendo que podían levantarse los fascistas cuando quisieran, ya que todos los
resortes del poder estaban en sus manos y todo estaba dispuesto para sofocar
cualquier intento que tendiera a peturbar y destruir el régimen republicano,
que se había dado al país por voluntad expresa de una formidable mayoría,
manifestada nuevamente en las urnas, en Febrero de 1936.
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