A veces, preparar un prólogo,
representa un juego de niños; pero en otras ocasiones significa un complicado
trabajo. Todo depende de los factores Escritor, Naturaleza del Libro, contenido
del mismo y Don de asimilación del prologuista, muy especialmente el último
factor indicado.
El prologuista, si es consciente
de sí mismo y quiere cumplir con el encargo que se le ha confiado, debe
compenetrarse con el autor y con el texto del libro. Si no existe compenetración,
huelga el prólogo. En efecto, lo que pudiera salir de la pluma del prologuista
sería una amalgama de vulgaridades para salir del paso y para malgastar papel.
Es muy posible que Ricardo Sanz
haya tenido en cuenta lo que antecede al encargarme de prologar su última
obra... Sin ningún género de dudas Ricardo Sanz cuenta, entre sus numerosos
amigos, con hombres sumamente capacitados para presentar su libro, presentarle a
él y hacer una somera crítica de ambos. Si Ricardo (como los íntimos llamamos
a Ricardo Sanz me ha confiado esta delicada labor, con toda seguridad no fue por
mi inexistente valor literario, ni por que yo pueda hacerlo mejor que otros,
sino porque entre Ricardo y yo existe una compenetracion perfecta
en lo que a “naturaleza” y “contenido” del libro se refiere, por
el mero hecho de haber convivido ambos en el frente de lucha durante más de dos
años, gozando de las mismas alegrías, cuando las hubieron, tenido las mismas
inquietudes y zozobras, que no fueron pocas, y sufrido los mismos sinsabores,
que no fallaron.
No pretendo presentar al lector a
la persona física de Ricardo Sanz pues es sobradamente conocido por los españoles
—y extranjeros también— de nuestra generación, de la suya y de la mía, se
entiende, y justamente calificado como un luchador de vanguardia. Para ser
sincero conmigo mismo confesaré que a Ricardo
Sanz, como a otros luchadores españoles, sociales o políticos, con los
que conviví durante los días revolucionarios de Barcelona (Octubre 1934 y
Julio 1936) y en el resto de la guerra hispana, a unos solo conocía de nombré,
los más eran desconocidos por completo y solo un reducido número les ví en
persona, de refilón, como quien dice, sin llegarles a tratar. Luego, si. Cuando
los azares de la guerra, nos obligaron a cambiar nuestro rumbo y a aproximar e
intimar con personas que jamás soñamos existían, fue cuando conocí, frecuenté,
traté, intimé, estimé o repudié a un sin fin de seres humanos que,
juntamente conmigo, combatimos a un enemigo común: el Fascismo Internacional.
Hecha esta aclaración, me
limitaré, pues, a descubrir al Ricardo Sanz que yo conocí a partir de la
iniciación del movimiento sedicioso en Barcelona y que luego acabé de conocer
a fondo, y llegué a estimar, en los frentes de Madrid, Aragon y Cataluña. En
una palabra, prescindiendo del Ricardo Sanz revolucionario y progresista, mi
intención es dar a conocer al Ricardo Sanz “miliciano” y el Ricardo Sanz
“militar ocasional”, pero militar al fin.
Ví, o mejor dicho, vislumbré
por vez primera a Ricardo en Barcelona, montado en un camión con otros compañeros
de lucha, abrazado a una ametralladora que en aquellos históricos instantes
quería más que a su compañera, a su madre, o a sus hijos, protegidos con
colchones, parapeto de fortuna en aquellos tiempos heróicos, rodando por la
calle Marqués del Duero o sea el típico “Paralelo”, la gran arteria
barcelonesa, tanto a más popular que las Ramblas, avanzando en direccion de la
plaza de España dando cara a las fuerzas militares sublevadas que descendian
por dicha calle con la intención de tomar contacto con los facciosos guarecidos
en el cuartel de Atarazanas... Ni Ricardo se fijó en mí, ni yo me hubiera
fijado en él, si uno de mis acompañantes no me lo hubiera indicado “aquél,
el más fuerte, es el compañero Ricardo Sanz.”
Volví a ver a Ricardo y a otros
luchadores de primera fila, en la plaza de Palacio; en la plaza de Antonio López,
frente a Correos; en el paseo de Colón, en la Rambla de Santa Mónica, frente
al cuartel de Atarazanas; en la plaza de Cataluña y, si mal no recuerdo, cuando
la toma del Parque de Artillería de San Andrés del Palomar, en el interior de
este Cuartel, cargando sobre camiones material de guerra y cajas de municiones.
Ricardo Sanz, como la mayor parte
de quienes nos lanzamos a la Calle para intentar abortar la sublevación
fascista, se encontraban, como Dios —según se dice— en todas partes... Las
circunstancias exigían esta multiplicidad de desplazamientos y obligaban a los
defensores de la República a ir de un lado a otro de la ciudad condal, a
enfrentarse con los fascistas donde estos se hallaban.
El “miliciano” Ricardo Sanz,
que ya era popular en los medios proletarios, afianzó esa popularidad al
demostrar en esos días de Julio 1936, que era un hombre de pelo en pecho, como
vulgarmente se dice, y que sabía, cuando la ocasión llegaba, como era el caso,
batirse en defensa de una ideología libertaria, o sea la sustentada por él.
Ví nuevamente —pero esta vez
hablé con él— a Ricardo cuando, a raíz de la muerte del malogrado campeón
de la Libertad, Buenaventura Durruti, fue designado para reemplazar a este en el
mando de la Columna “Durruti” que se hallaba, a la sazón, combatiendo en
Madrid y a la que yo, juntamente con dos “Centurias” de Figueras y otras
fuerzas antifascistas que veníamos del frente de Belchite, íbamos a reforzar.
Nos vimos en el llamado Cuartel de Pedralbes del que Sanz era el
“Responsable”, como entonces se
dió en calificar a los Jefes.
Tres días después volvimos a
vernos en la Villa del Oso y del Madroño, el invicto Madrid, siendo Ricardo
Sanz el nuevo “Responsable” de la Columna Durruti y yo uno de sus auxiliares
técnicos, —otro motecico de moda que significaba conocedor del Arte
Militar— “Responsable” también de algo, siendo este algo dos Centurias de
milicianos de Figueras, la 10 y la 11, con un efectivo de más de 300 hombres a
tres “centurias”.
A partir de entonces Ricardo Sanz
y yo no volvimos a separarnos hasta el final
de la guerra, hasta que obligados a penetrar en territorio francés en calidad
de exilados, nos desparramamos por la superficie de la Tierra cual hojas caídas
de un gigantesco árbol muerto, empujadas por el viento de las pasiones
humanas...
Lo narrado por Ricardo Sanz en el
presente libro puede dividirse en tres fases: la primera, puramente política y
típicamente nacional, permite al lector darse cuenta y seguir paso a paso las
vicisitudes de la guerra en el interior de la Península y conocer las maniobras
y zancadillas efectuadas por un determinado sector político contra los demás
partidarios de la República Española. En esta fase, los políticos españoles
salen bastante mal parados y, a mi juicio. Ricardo Sanz ha sido tibio al
enjuiciarles. A este respecto, citaré un adagio que se hizo popular en los
frentes de lucha, y que decía : A pesar de los Comisarios ganaremos la
guerra”, a la que un chusco de mi Batallón “Madrid”, le dió la siguiente
significación: “Ganaremos la guerra, a pesar de Negrín y de sus “Ministros”.
Esto quiere decir que lo indicado por Ricardo, no era su impresión personal,
sino la del noventa por ciento de los combatientes no comunistas.
En la segunda fase, Ricardo traza
muy someramente la trayectoria llevada a cabo, en la guerra hispana, primero por
la Columna “Durruti'' y luego por la 26 División que sucedió a la primera al
militarizarse las Milicias Antifascistas. En esta fase Ricardo no se extiende en
consideraciones y se limita a extractar las operaciones más importantes en que
intervinieron ambas Grandes Unidades. Naturalmente, a nosotros los ex
componentes de la 26 División, nos hubiera gustado más ver narrar los hechos
de armas con todo lujo de detalles, pero debemos reconocer que para ello
hubieren sido menester por lo menos diez o doce volúmenes para contarlo todo, y
aún así y todo, algo hubiera quedado en el fondo del tintero.
Y la tercera y última fase,
trata de política internacional, poniendo de relieve el maremagnum
internacional vis a vis de la República Española, condenada a muerte de
antemano por las Potencias Demócratas que por cobardía colectiva no se
atrevieron a enfrentarse con las Potencias Totalitarias, apesar de constarles
que la guerra de España significaba el preludio de una guerra mundial y que en
tierras hispanas, los totalitarios, hacían servir sus habitantes como conejos
de Indias, como “cobayas” para ensayar armamentos modernos y estudiar nuevas
tácticas militares encaminadas a utilizarlas en plazo más o menos breve contra
los mismos países demócratas que volvían la espalda a la República Española.
Lo relatado por Ricardo Sanz no
es ni más ni menos que lo visto y vivido por él, narrado con toda lealtad y
con toda sinceridad, interpretando casos y cosas cual se interpretaban en
aquellos momentos de los frentes de lucha, que no era la misma interpretación
dada de las mismas por quienes vivían en retaguardia y mucho menos por los
profesionales de la Prensa que salvo raras excepciones, no visitaban los frentes
y explicaban en sus artículos los hechos a su manera, al cual “alguien” se
los contaba o, por darse más brillo, ellos inventaban, transformaban,
modificaban y tergiversaban, según fuera el periódico que les pagaba sus artículos
o les tenía a sueldo.
Ricardo Sanz, por el contrario,
sus fuentes de información han sido las de los propios frentes de las Unidades
de la 26 División, en primer lugar, y de las vecinas, a continuación. Y es
escuchando al soldado en la trinchera como se da uno cuenta de lo que el soldado
piensa.
Es muy posible que algunos
lectores malintencionados, que siempre existen, se detengan en su lectura para
señalar defectos gramaticales en la composición de frases, y a estos debemos
señalar que Ricardo Sanz posee un valor positivo escribiendo este libro, apesar
de las faltas que se le quieren imputar. Y sostenemos eso del valor positivo,
puesto que no debe olvidarse que Ricardo Sanz, por ser un auténtico Hijo del
Pueblo, en su niñez y en su
adolescencia no tuvo ocasión para estudiar en Liceos y Universidades y que los
conocimientos adquiridos, que no son pocos, los debe a su pasión de autodidacto
que en la madurez de su vida le impulsó a capacitarse leyendo y leyendo libros,
sin maestros o profesores que le guiaran en sus estudios. Y esto, queridos
lectores, tiene muchísima importancia en el caso que nos ocupa.
Indiscutiblemente. Ricardo Sanz
posee una personalidad propia, personalidad forjada por sí mismo con la ayuda
de su voluntad y de su perseverancia. Militando en el ambiente social, consiguió
ser un excelente sindicalista; lanzado a las luchas sociales desde muy joven,
llegó a ser un revolucionario eminente; cuando los militares se sublevaron, el
19 de Julio 1936, Ricardo, superándose a
sí mismo, demostró ser hombre
de acción y de choque; vencida la sedición en Barcelona, convirtióse en
“miliciano” y llenó magnificamente bien su papel, llegando a ser, por sus
propios méritos, “Responsable” o Jefe de una de las “Columnas” o
Grandes Unidades más famosas del Ejército de la República Española;
militarizadas las Milicias Antifascistas, Sanz —antimilitarista cien por
cien— se adaptó a las necesidades del momento y al aceptar la militarización
de su propio grado, asimiló la técnica militar y se convirtió en un aceptable
militar y un excelente Jefe de Gran Unidad.... Luego, en el exilio, después de
mil y mil odiseas que no vienen al caso, volvió a
la vida obrera y supo ganar un salario con le sudor de su frente, dando
satisfacción a quienes le emplearon. Finalmente, puesto a escribir lo que podríamos
llamar sus memorias, muchísimos de los que se intitulan intelectuales quisieran
igualarle.
Los españoles, por regla
general, poseemos, entre otros, un gran defecto, el de no dar mérito más que a
cuanto proviene del extranjero. Solo rendimos honores a los compatriotas que,
para abrirse paso en la vida, han iniciado su labor fuera de su Patria. Antes, aún
siendo los más grandes prohombres del Universo, mientras no lo hayan demostrado
en el extranjero, son relegados por
nosotros al olvido y hasta, si cabe, rebajados en grado máximo. Si Ricardo Sanz
pudiera escribir en francés, en inglés o en alemán. por lo menos el presente
libro sería considerado como una obra maestra, pero al ser escrito en
castellano por un español, muchos de los nuestros, sin detenerse a leer la
obra, exclamarán con cierto despecho: “¿Quién es ese Ricardo Sanz?” Y no
se detendrán a pensar que grandes escritores hispanos empezaron como él y se
hicieron célebres a partir del momento que sus libros fueron traducidos a
idiomas extranjeros.
Toda nueva profesión requiere un
aprendizaje... Ricardo Sanz no fue militar por arte de birlibirloque ni las enseñanzas
militares le cayeron de las alturas como el bíblico “maná” Sanz aun después
de militarizado, pasó por una etapa de aprendiz. A este respecto me permito
recordar una anécdota ocurrida en Madrid en uno de los momentos más álgidos
de la campaña matritense.
Esto ocurrió exactamente el 6 de
enero de 1937, alrededor de las 9 de la mañana, en el sector conocido por
“Casa Quemada” y también por “vía del ferrocarril de Aravaca a Las
Rozas”.
En esa época Ricardo actuaba
como Jefe de la “Brigada Durruti” (la “Columna”, al militarizarse tomó
la denominación de “Brigada”) y a mí se me había confiado el “mando técnico”
de la Segunda Agrupación de Centurias, equivalente a un Batallón.
Los facciosos, en su intento de
tomar Madrid fuese como fuese, iniciaron su segunda ofensiva sobre la capital de
España en la madrugada del 6 de enero de. 1937, apoyada por centenares de
aviones bombarderos y de caza, artillería y morteros en gran profusión y,
finalmente, su infantería, protegida por varias docenas de “tanquetas”
italianas.
El frente republicano fue roto
por Pozuelo de Alarcón, sector inmediato al nuestro. La avalancha fascista
aprovechó la ruptura para progresar por aquél lado. Las fuerzas republicanas
declaráronse en franca derrota y abandonando armas y toda clase de impedimenta,
replegáronse desordenadamente hacia la capital hispana, haciendo caso omiso de
las órdenes de sus Jefes y Oficiales y menos de los que, dándonos cuenta de la
situación que se creaba al conjunto de combatientes que quedamos en línea, si
los facciosos conseguían llegar al río Manzanares.
De mi propia iniciativa, envié a
la Centuria 10 de Figueras, mandada por su Centurión Narciso Coll, para ensayar
de paralizar el avance de los asaltantes y dar tiempo a reorganizar una línea
defensiva a lo largo dé la vía del ferrocarril de Aravaca a Las Rozas.
Alrededor de las 8 de la mañana,
el enemigo había sido contenido en Pozuelo de Alarcón, pero no en otros
lugares del frente por los que seguía progresando sin casi resistencia. La acción
de la Centuria 10 de Figueras fue eficaz, pues no solo detuvo al enemigo, sino
que destruyó e incendió con cartuchos de dinamita y botellas de gasolina, seis
de las dos docenas de “tanquetas” que los italianos habían puesto en juego.
En esa operación sucumbió el Centurión Narciso Coll, aplastado por la última
“tanqueta” que él mismo voló, lo que luego dio lugar a que los comunistas
se “adueñaran” del apellido Coll, lo hicieran pasar por un militante
comunista, le convirtieran en marino y fuera pasado a la posteridad como un héroe
del partido moscovita. Pero esta es otra cuestión...
El caso es que, hacia las 9 de la
mañana de dicho día 6 el frente se hallaba casi por completo desguarnecido y
solamente quedábamos en línea, en un islote de resistencia organizado a toda
prisa, frente a la posición fascista de “Casa Quemada”, el resto de la
Centuria. 10 (unos diez o doce combatientes a lo sumo); las Centurias. de
fusileros-granaderos 7, 9 y 11, y la de Ametralladoras nº 8, en total unos 120
o 130 hombres válidos, pues los demás, unos 200 y tantos habían sido
evacuados como heridos y muertos en las horas precedentes. Uniéronse a nuestras
fuerzas la Centuria 12, conocida por “Grupo Madrid” y compuesta de unos 30
elementos bien aguerridos; unos 12 o 15 milicianos afectos el Tren Blindado que
se hallaban en aquél sector imposibilitado de proseguir su avance y,
finalmente, unos 50 combatientes más recuperados entre los que huían hacia
Madrid, abandonando por el camino armas y municiones para aligerar más su paso.
Di cuenta por teléfono al
Cuartel General de la situación creada en nuestro sector y solicité de Ricardo
Sanz enviara personal auxiliar para recoger las armas y cartucheras abandonadas
por los fugitivos, puesto que nosotros bastante trabajo teníamos para contener
al enemigo que avanzaba a paso de carga sobre nuestro islote, protegido por unas
40 “tanquetas” mussolinianas.
Pués bien, como antes digo,
hacia las 9 de la mañana, Ricardo Sanz, acompañado de su hermano Antonio y de
dos o tres elementos de su Cuartel General personáronse en el islote de
resistencia defendido por nosotros. Un diálogo entablose entre. Ricardo y yo:
—¿Trajiste los hombres que te
pedí? —pregunté— A todo trance hay que recuperar esas armas abandonadas...
—Los del Batallón de reserva
se han negado a venir —contestó Ricardo— Estan celebrando una Asamblea para
decidir lo que van a hacer.
—¿Una Asamblea? —exclamé
sorprendido— En las circunstancias actuales no deben permitirse se celebren
Asambleas. Esto está bien para tiempos normales, pero no para épocas de
guerra.
—Bueno, déjalo correr
—replicó Sanz— He venido para que esta posición se mantenga cueste lo que
cueste. Y si es preciso morir, moriremos...
—En eso ya estamos, querido
Ricardo... Nosotros sostendremos la posición, te lo garantizo. Lo más urgente
es recoger armas y municiones y organizar una línea defensiva en Puerta de
Hierro y otra ante el río Manzanares... El enemigo, cual vés, se desliza ya
por el norte de Aravaca y si no se le contiene se meterá en Madrid dentro de un
par de horas.
Sin responderme, Ricardo hizo
gestos a su hermano y demás acompañantes, avanzó hacia los parapetos y puso
en batería una ametralladora, disparando contra los atacantes que seguían
avanzando, aunque a cierta distancia.
Me aproximé a Ricardo, dispuesto
a proseguir el diálogo interrumpido por él...
—¿Qué haces ahí, Ricardo?
—Cumplir con mi deber y dar el
ejemplo.
—gTu puesto no es éste,
Ricardo... Tu deber es otro. Recuperar elementos huídos; velar para que el
material sea recogido; crear y organizar una línea defensiva a retaguardia...
Este es tu deber. Para batirnos ya estamos aquí nosotros.
—Soy el “Responsable” de la
Columna y hago lo que me de la gana! Estaré aquí hasta que me maten.
—Indiscutiblemente eres el jefe
de la Columna y nadie te lo discute Ricardo, pero no olvides tampoco que el jefe
de ésta posición, mientras tu no me destituyas, soy yo... Retírate a
retaguardia y cumple con lo que debes.
—¿Crees tengo miedo? Pues no
lo tengo y aquí me quedo...
—Pues yo si tengo miedo,
Ricardo, y me quedo también, por ser éste mi sitio de combate... El tuyo es
otro... Aquí estorbas... ¡Soy el jefe ... ! ¿Lo oyes?... No tengo miedo... ¡Y
me quedo!
No sé en que tono hablaría yo a
Ricardo, el caso es que él me miró fijamente con los ojos entornados, como él
acostumbraba mirar cuando estaba cegado por la cólera, se incorporo, hizo unos
signos a sus compañeros para que le siguieran y exclamó:
—Me voy, sí, me voy, pero nos
veremos en otro sitio... Ya veremos quién manda, si tú o yo.
—A tus órdenes, Ricardo —me
limité a contestar—
Ricardo Sanz, que todavía
pensaba en “miliciano”, fuese a retaguardia, a menos de un kilómetro de
aquel lugar y, conjuntamente con Cipriano Mera, el comandante Palacios
(profesional) y otros dirigentes políticos y sindicales convertidos en
militares ocasionales, organizaron como por arte de magia una línea principal
de resistencia como no podía crearse otra, contra la cual los fascistas rompiéronse
los cuernos, si tales apéndices llevaban.
Días después, cuando fuimos
relevados del frente, ví a Ricardo Sanz en su Cuartel General, calle Miguel
Angel.
—Quiero hablar contigo —me
indicó Ricardo al verme entrar—
—A tus órdenes, Jefe
—respondí— saludándole militarmente.
Cogióme de un brazo, me llevó a
un rincón de la sala, fuera del alcance de los oídos de los demás jefes y
oficiales que la ocupaban y en voz baja susurró:
—Disculpa, Joaquín, por el
incidente del otro día... Fuiste tú quien tenía razón... Estaba loco de
rabia al ver tanta gente como se marchaba sin lucha, que estuve a punto de
desear que una bala acabara conmigo.
—¿Hablas de un incidente,
Ricardo? —contesté con marcada ironía- Pues, la verdad, no me acuerdo de él...
Lo que si recuerdo, Ricardo es que la consigna lanzada de que los fascistas NO
PASARAN, se ha cumplido gracias a tí que has estado en tu sitio, y el enemigo
NO HA PASADO.
A partir de ese momento el
“miliciano” Ricardo Sanz inició su aprendizaje en el Arte Militar.
Durante la campaña de Aragón
muchas anécdotas podría contar, pero por falta de espacio no lo hago. No
obstante, me permitiré contar una de ellas, saliendo al paso, así, de las
calumnias lanzadas entonces contra la 26 División, acusándola de estar formada
por elementos fanáticos de su idea anarco-sindicalista, por asesinos, por
malhechores de toda clase, por. sectarios...... Naturalmente, esta campaña de
descrédito, había nacido en el seno del Partido Comunista y divulgada por sus
satélites, que añadían que la 26 División la componían “tribus” y que
en esa Unidad se asesinaba a mansalva a cuantos no fueran de la
C.N.T. y de la F.A.I.
A poco de regresar a Aragón,
después de la campaña de Madrid, una vez posesionado del mando de la 120
Brigada mixta, fuí llamado con urgencia a Bujaraloz donde estaba el Cuartel
General Divisionario. Ricardo Sanz, el Jefe de la División, deseaba verme sin
demora.
Sospeché se trataba de
reemplazarle accidentalmente en el mando de la División, cual hacia cuando él
se ausentaba por varios días o bien que se aproximaba alguna operación
delicada y quería conocer mi opinión, cual también solía ocurrir.
Me presenté a Ricardo Sanz...
—Siéntate —me dijo al
verme—
Obedecí...
—Tengo que hacerte unas
preguntas, Joaquín, que me repugnan, pero el caso es que prefiero ser yo quien
te las haga, que un Comisario cualquiera.
—Te escucho, Ricardo.
—Los “chinos” (apodo dado a
los comunistas) han puesto en duda tu lealtad a la República y se han dirigido
al Comité Nacional de la C.N.T. acusándote de “indiferente” y de francmasón.
Naturalmente, el Comité Nacional ha abierto una información para avalarte o
no, según sea el resultado. ¿Qué respondes a eso?
—Qué los comunistas tienen razón
al tildarme de francmasón y que soy “indiferente” a éllos, puesto que no
acepté el carnet ofrecido por un amigo de las Milicias Segovianas cuando
estuvimos en Madrid, que me querían captar para éllos. Mi republicanismo viene
ya de mi abuelo paterno...
—¿Estás inscrito en algún
partido u organización sindical?
—No, y mientras dure la guerra
no aceptaré ningún carnet. Me enrolé como “antifascista” y no pienso
cambiar de táctica. Simpatizo con la C.N.T. y por eso estoy con vosotros, de lo
contrario ya me habría ido con la música a otra parte. Legalmente soy inútil para el frente,
por mi visión deficiente. Como considero que todavía puedo ser util a nuestra
causa común aquí, en vanguardia, me cincho en la legalidad y continúo
luchando. Si vosotros consideráis es necesario un carnet para ser buen
antifascista, me lo decis y mañana mismo me voy a retaguardia, donde amigos me
esperan con los brazos abiertos.
—¿Es cierto, Joaquín, que
eres franc-masón?
—Claro que es cierto y tengo a
gran orgullo serlo. Precisamente hoy más que nunca, puesto que la
Franc-Masoneria, en España, es la organización que va en cabeza del
antifascismo.
—Yo no lo soy, Joaquín, pero
tampoco soy enemigo de los masones. Si te place permanecer en la 26 División,
en nuestra División, personalmente te pido continúes entre nosotros, como
hasta ahora. ¿Te quedas?
—Me quedo, Ricardo.
¿Dónde estaba el sectarismo en
la 26 División?
—En el Cuartel General
Divisionario, en puestos de responsabilidad, había jefes y oficiales afectos a
“Esquerra Republicana de Catalunya” y hasta hubo uno que luego llegó a ser
Jefe de Estado Mayor, militando en el partido socialista, con ribetes
comunizantes. Y para ir más lejos, en el Comisariado Divisionario existía un
Ayudante o Comisario de Compañía que era sacerdote y que colgó los hábitos
provisionalmente para sumarse a nosotros. Por tanto, ese “curica”
antifascista, era querido por todos sin excepción.
Si es en la 120 Brigada Mixta, la
de mi mando, aparte de mí, que no estaba afiliado a la C.N.T. ni a ningún
partido político o sindical, existía mi Jefe de Estado Mayor, militar
retirado, afecto a “Izquierda Republicana”; mis Tenientes de las 2º y 3º
Secciones, el primero militando en la U.G.T. y el segundo a Unión Republicana;
mi ayudante, era ugetista; un jefe de batallón, que me reemplazaba como jefe de
Brigada cuando yo pasaba a la Jefatura de la División, era de “Esquerra
Republicana”: el ayudante del Comisario de la Brigada, fue comunista y se
divorció de los suyos por no aceptar su “dictadura” de partido.
Lo mismo podría decir de las
Brigadas 119 y 121... Esta última, fue mandada por un antiguo Alférez de
Complemento, muerto gloriosamente poco después de la retirada de Aragón y que
supo batirse en Madrid como un auténtico antifascista que tampoco era
“cenetista”.
Por tanto, la convivencia entre todos los componentes de la 26
División era perfecta y en los muchos meses que pertenecí a ella, desde su
fundación, mentiría si señalara un caso de discrepancia por cuestiones políticas
o sociales entre sus componentes.
Pero al Partido Comunista le
interesaba, cual apunta justamente Ricardo Sanz, desprestigiar a los demás para
convertirse en el Partido. imprescindible, no de la República Española, sino
del “trust”moscovita.
Me hubiera gustado condensar en
tres o cuatro páginas el prólogo del presente libro de Ricardo Sanz, pero
considero no hubiera sido honrado de mi parte, silenciar hechos y cosas que
merecen ser conocidas por el lector, más que nada, para poner los puntos sobre
las “íes”.
Para terminar diré que cuantos
tengan la paciencia de leer este prólogo, no vayan a creer que Ricardo Sanz y
yo somos idóneos en todo y por todo... Ricardo Sanz
tiene una mentalidad; yo tengo la mía... El está educado en un ambiente
y yo en otro distinto... Sanz posee su carácter que, precisamente, no es exacto
al mío... Pero hay algo qué me aproxima a Ricardo y a él a mí: Es que ambos
somos progresistas, cada cual por el camino que entiende mejor, pero siendo el
fin común idéntico, y que a mi sinceridad, la de Ricardo Sanz no le va en
zaga. Esto, unido al auténtico antifascismo de ambos, completa la buena armonía.
Por algo nos vanagloriamos de ser
hombres libres...
Joaquín MORLANES JAULÍN
Ex Teniente-Coronel del Ejército
de la República Española
Ex Jefe de la 120 Brigada Mixta
de la 26 División
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