Después del fracaso de nuestra
ofensiva sobre Zaragoza, teniendo en cuenta que el enemigo estaba interesadísimo
en liquidar rápidamente la cuestión del Norte y por lo tanto sus actividades
eran allí constantes, en los demás frentes de la zona republicana reinaba una
verdadera calma.
Se esperaba, desde hacía días, que el enemigo iniciara una ofensiva que, partiendo desde Teruel tendría como objetivo cortar las vías de comunicación que unen Cataluña con Levante. Sus preparativos, por aquel sector, así lo hacían preveer.
El Gobierno de la República
—que siempre acostumbraba a curarse en salud— vio en la realización de esta
ofensiva un peligro inminente y, ante ello, decidió su traslado desde Valencia
a Barcelona. No se le ocurrió, como era lógico, trasladarse a cualquier punto
de la zona central que, en extensión de terreno, era tres veces superior al de
Cataluña. Seguramente consideró que, en aquella zona, no tenía tantas garantías
para una salida como las que le ofrecía Barcelona. Más tarde,
desgraciadamente, hemos podido comprobar con dolor, que desde un despacho se
discurre muy bien, cuando se trata de poner en salvo la vida e incluso a veces,
los intereses particulares.
No obstante, la amenaza del
ataque fascista, que parecía inminente, no tuvo de momento efecto, pues en la
parte Norte de España, se continuaba la lucha y aún después de la victoria
total del Fascismo en el Norte, este necesitaba algún tiempo para rehacer sus
efectivos y cuadros y estar entonces, en condiciones de un ataque de
envergadura.
El Estado Mayor Central del Ejército
Republicano, con una visión bien clara del peligro que representaba que los
fascistas consiguieran cortar las comunicaciones de Cataluña y Levante, planeó
una ofensiva para evitarlo, ofensiva de gran estilo sobre Teruel, que tenía por
objetivo la toma de dicha ciudad y, después, explotando el éxito, seguir por
las vías de comunicación existentes en la misma hasta Calamocha Molina de Aragón
y verde conseguir la unión de las fuerzas atacantes con las propias de los
frentes centrales.
Excuso decir que la ofensiva,
estaba excelentemente planeada y para lograr la consecución de los objetivos,
se tenían concentradas en los delidos lugares, las fuerzas que iban a tomar
parte en la operación. Se contaba con material adecuado. Y se puso en juego la
ofensiva, dando en su principio un resultado verdaderamente lisonjero, tal como
se esperaba. La ciudad de Teruel, fuerte plaza enemiga, cae en poder de la República.
Como todas las ofensivas llevadas
a cabo por el Ejército Republicano, la de Teruel fue un hecho verdaderamente
sorprendente, más que para nosotros mismos, para el exterior. Se convino en
todas partes que, desde el principio, se trataba de un golpe de audacia
formidable que el resultado del mismo, podía representar para el enemigo una
derrota definitiva.
Pero en todas nuestras
operaciones, y en todas las cuestiones en que ha intervenido la España
republicana, tanto en la guerra como en política, han existido verdaderas
lagunas, que han sido precisamente la mayor parte de las veces, las que han
hecho fracasar nuestros planes y todos nuestros propositos.
La ofensiva de Teruel, iniciada
en pleno invierno, y siendo este el país más frío de toda España, tenía el
inconveniente de la lucha contra el frío. Se dio también la circunstancia de
que, en los primeros días de las operaciones, copiosas nevadas cubrieron los
campos de Teruel de espesas capas de armiño.
Esto ya fue un obstáculo
bastante grande, que impidió el rápido movimiento de nuestras fuerzas. Se
dieron infinidad de casos en que los soldados, eran recogidos con miembros
helados completamente. A muchos, se les tuvieron que amputar por este motivo,
brazos o piernas. Otros, murieron helados. Docenas de camiones de gran tonelaje
nuevos, llegados hacía poco a España y que costaban verdaderas fortunas,
quedaban destrozados al helarse en plena marcha el agua del radiador y muchos de
ellos, no pudieron ni repararse. La aviación, volaba con muchas dificultades y
los pilotos, infinidad de veces, no podían actuar en la forma decisiva que
hubieran deseado.
Todo esto, fueron motivos más
que suficientes para que la ofensiva sobre Teruel, no tuviera el resultado
previsto y por lo consiguiente, que lo que en principio parecía ser una batalla
decisiva, tuviera que limitarse a la consecución de un solo objetivo, aunque
este fuese de la importancia de la ciudad de Teruel.
Los fallos señalados
—motivados par las inclemencias del tiempo— no fueron a pesar de todo, los
que principalmente impidieron la explotación del éxito de la caída de Teruel.
En los primeros momentos, se hubiera podido intentar profundizar más, si se
hubiera contado con material béfico de reserva abundante. Y no se disponía del
mismo.
El Ejército de la República
Española, se ha encontrado siempre, con la dificultad de la falta de elementos
de lucha. Esto ha sido la realidad, lo que más ha contribuido a que el
desenlance de nuestra guerra, haya tenido un final desfavorable a la República.
El enemigo, viendo lo que
representaba para él la actuación republicana en el sector de Teruel,
inmediatamente abocó todas sus fuerzas, todos sus efectivos, sobre dicho
frente. Gastó los elementos de que disponía: material, hombres, aviación. En
su contraofensiva, se empleó a fondo, consiguiendo, después de un mes de ruda
lucha, reconquistar la plaza de Teruel. Esta reconquista, le costó lo mejor de
su Ejército, a la par que le impidió por completo desarrollar inmediatamente
su plan de ataque hacia el Mediterráneo, con objeto de cortar las
comunicaciones de Cataluña con Levante.
Si hacemos el balance de la
batalla de Teruel, podemos afirmar que, si las fuerzas republicanas hubieran
contado con material bélico suficiente para continuar su ataque por ese sector,
el ejército faccioso, se hubiera encontrado, frente a nosotros, en una situación
tan apuradísima que, a la corta o a la larga, le hubiera producido unos
resultados catastróficos y una magnifica victoria para las armas republicanas.
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