En Madrid, la lucha contra los sublevados fue
verdaderamente titánica. El proletariado madrileño, menos preparado que el
catalán, se encontró con muchas más dificultades que este, para hacer frente
a los enemigo de la República.
Los señoritos falangistas, emboscados en los grandes
edificios y, como en Barcelona, en las iglesias y conventos, formaban grandes
contingentes que rivalizaban casi en número con el pueblo en armar. ¡En armas,
pero sin ellas!
Solo el arrojo, la valentía
temeraria de los obreros madrileños y de los amigos de la República, pudieron
superar la deficiencia de medios, con que se encontraban. Los partidos de
izquierda, los socialistas, las organizaciones obreras de la invicta capital de
España, no descansaban. Pero las armas, que pedían con insistencia, no les
eran entregadas.
Y estalló la sublevación.
Abiertamente principió por el cuartel de la Montaña. Desde allí, se tirotea a
los trabajadores que vigilantes, observaban los movimientos de los que, dentro
del mismo, preparaban la sublevación.
Otros cuarteles, situados en
las afueras de Madrid, están también sublevados. Ya se combate allí. El
paqueo incesante, que reina en todo Madrid, dificulta los movimientos de los
defensores de la República. La actitud vacilante del Gobierno, que no sabe
tomar ninguna resolución, la dimisión del mismo, la constitución de otro, que
dura escasamente unas horas, hacen que todo el esfuerzo para sofocar la
sublevación, recaiga en el pueblo, sin más apoyo que el de los Guardias de
Asalto que, sin dirección de mandos, se unen inmediatamente a la causa popular.
Extenso resultaría reseñar
toda la lucha sostenida en la capital de España. En más de un lugar fue
necesario combatir casa por casa, edificio por edificio e iglesia por iglesia
hasta conseguir un triunfo total.
De todos los combates sostenidos por los trabajadores
madrileños, destaca uno. El decisivo para el triunfo en Madrid. El del cuartel
de la Montaña.
Allí se había congregado
el mando de los sublevados en la capital. Recayó en el general Fanjúl. Y este,
con docenas de jefes, centenares de oficiales, varios Regimientos e infinidad de
paisanos, de "señoritos" falangistas, se encontraban en el interior del
cuartel de la Montaña. Más de tres mil quinientos hombres estaban allí
concentrados.
El pueblo, ese pueblo sin
armas, a pecho descubierto, se lanzó al ataque. Con algunos fusiles y escasas
pistolas. Con bombas, fabricadas precipitadamente con botes de hojalata. Con
escopetas de caza. Con unas cuantas armas recogidas a los agentes armados que se
mostraban irresolutos.
Desde el cuartel de la Montaña se repele bien el
ataque. La fortaleza es formidable. Sus defensores, están bien petrechados y en
situación, no solo de resistir el ataque de un pueblo desarmado sino, incluso,
los asaltos que hubiesen podido hacer unidades regulares.
Los muchos miles de
ciudadanos, que se agruparon alrededor del cuartel, lo bloquearon por completo.
Sin descanso, sin dar un solo momento de tregua a los rebeldes, se dispara.
Llegan unas compañías de Guardias de Asalto a colaborar con el pueblo. Van
bien armadas y combaten muy bien.
Cuando cae un trabajador o
un guardia, salen cinco hombres dispuestos a empuñar su arma y a ocupar el
sitio vacante.
Una
traición más cometen los rebeldes. Izan la bandera blanca. Y cuando los
trabajadores, confiados, se acercan al cuartel, creyendo terminada la lucha. Las
balas abaten a muchos de ellos.
Finalmente,
se toma el cuartel por asalto. Se entra en avalancha, pisando a los compañeros
que han caído en el primer empuje. Y allí se acorrala a los rebeldes, mientras
los soldados, casi atontados, entregan las armas.
Son hechos prisioneros
muchos jefes y oficiales. Entre ellos, el jefe de la sublevación en Madrid, el
general Fanjúl.
No terminó, con este hecho,
la lucha en Madrid, Algunos focos rebeldes, continuaron resistiendo. Pero,
armado ya el pueblo con las armas existentes en el cuartel de la Montaña, no
tardó mucho en dominar la situación y conseguir que en Madrid, no triunfaran
los que, olvidando su honor y la palabra dada, se levantaron en armas contra la
República Española.
En las demás capitales de
España, la situación es un poco confusa. De Zaragoza, las pocas noticias que
se tienen, son de que los fascistas son dueños de la situación. No sabe nadie
explicarse que puede haber ocurrido, ya que la capital aragonesa, ha sido
siempre la que ha estado a la vanguardia de todos los movimientos republicanos y
obreristas.
Se aclara más tarde el
enigma. La inmensa guarnición destacada en Zaragoza, días antes de la
sublevación y esperando desorientar a la población civil, e incluso a las
propias autoridades y hasta a los soldados, se puso a realizar unas maniobras
militares en el campo. Salían a diario varios Regimientos, a hacer ejercicios de práctica e instrucción. Sin duda, todo ello se
realizaba con el deliberado propósito de que, llegado el momento de la
sublevación, se pudiera movilizar a todas las fuerzas que componían la
guarnición sin que nadie se diera cuenta de los propósitos de los jefes.
Y así se llega al día señalado
para el levantamiento militar. Salen las tropas de los cuarteles, como de
costumbre pero esta vez, en lugar de hacer instrucción, se acantonan en los
sitios estratégicos de la ciudad. Y las prácticas de los días anteriores, se
convierten en la proclamación del estado de guerra y la destitución de las
autoridades civiles.
Los trabajadores sindicados y los políticos de
izquierda, hacía días que estaban en estrecho contacto con el Gobernador de la
capital y notando la anormalidad existente en el Ejército, le pedían armas y
solicitaban incluso que se tomaran las precauciones necesarias —ya que
entonces se estaba a tiempo de hacerlo— dentro del interior de los propios
cuarteles, a fin de evitar la posible sublevación.
El Gobernador civil —que no sabemos si estaba
complicado con los sublevados, o si por el contrario su miedo al pueblo le hacía
adoptar una actitud absurda— se negó a dar la más pequeña facilidad a los
organismos obreros y partidos políticos, prometiéndoles en cambio que, si se
iniciaba un movimiento militar, ya daría toda clase de facilidades. Esto —que
no sabemos si lo hubiera hecho— fue imposible de realizar ya que el Ejército
sublevado, tomó las oportunas medidas para que el elemento civil no pudiera
reunirse y tomar acuerdos e inclusive, transitar por las vías de la capital.
El pueblo zaragozano, que
siempre demostró ser indómito y leal a su propia causa, se lanzó a pesar de
todo a la calle, con sus propios medios, e hizo frente a los sublevados, durante
muchos días, siendo finalmente vencido, por encontrarse en condiciones
desfavorables, frente a unos adversarios armados y con todos los resortes del
poder en sus manos.
Otro tanto ocurrió en las provincias de España que
quedaron en poder de los rebeldes. Los Gobernadores civiles —los
representantes del Gobierno— el que no se pasó descaradamente a los rebeldes,
impidió que los trabajadores y los elementos de izquierda pudieran conseguir
algún medio para la defensa de la República.
Es indudablemente cierto que, en la mayoría de las
provincias el triunfo de la República, hubiera sido un hecho, si los
representantes del Gobierno, si las autoridades civiles en general, hubieran
dado mínimas posibilidades al pueblo, para defenderse por sí mismo, y defender
lo más querido: su propia libertad.
En Levante, la guarnición,
que conoce perfectamente el fracaso de la sedición en Cataluña, Madrid y parte
del Norte de España, permanece en actitud expectante. Los militares
comprometidos, no tienen decisión y no se atreven a lanzarse a la calle.
Quieren ver como se soluciona todo en el resto de España, para tomar una
determinación. Y, pasados ocho días, los republicanos y los sindicatos
levantinos, viendo que los militares no toman partido, en pro o en contra de la
República, se deciden a asaltar los Cuarteles. El pueblo se lanza sobre los
mismos, ocupándolos con bastante facilidad, lo que evita que en la régión
levantina, se derrame sangre de los dos bandos.
No puede silenciarse la
actitud suicida del Gobierno de la República. Al no apoyar a las clases
trabajadoras y a los partidos políticos de izquierda, no sabemos por miedo a qué,
contribuye el que en infinidad de provincias de España, triunfe el fascismo.
Negándose el apoyo a los auténticos republicanos, a los socialistas, a los
hombres de ideas liberales y a los trabajadores en general, se impidió que en
todas partes se combatiera y se consiguiera derrotar al fascismo en la Península.
Los elementos del Frente Popular, estaban en muchos lugares completamente
indefensos y sin posibilidades de actuar. Incluso por Gobernadores Civiles eran
coaccionados con severas penas si no se mantenían poco menos que indiferentes,
ante la sublevación militar o, mejor dicho, durante la gestación de la misma.
Y esto ocurría en momentos que, en algunas partes de España, violando las
leyes, sin hacer honor a la palabra dada, de respetar la Constitución de la República
y contra todo derecho ciudadano, los militares rebeldes, se habían ya sublevado
y hecho dueños de la situación.
El Gobierno que presidía Casares Quiroga, fue por
esta conducta absurda, el principal responsable de que el fascismo dominara en
algunas provincias de España y, como consecuencia, el responsable de que se
tuviera que hacer frente a una revolución y a una guerra, que tantas lágrimas
y ríos de sangre ha costado a la Madre España.
Como colofón, debemos hacer unas consideraciones,
sobre los hechos de violencia que se dice han sido empleados en la España
republicana.
Se ha explotado mucho esto fuera de España, debido a
la insistencia de una propaganda de los fascistas, transportada al exterior. No
se si puede tomarse en consideración esta propaganda, preparada por quienes han
asesinado a millares de obreros.
Pero, a pesar de esto, debemos hacer constar que es
completamente falso que en la España Republicana, en esa España que han
querido llamar roja, pero que no ha dejado de ser republicana, se hayan cometido
violencias sistemáticas.
Los hechos, más elocuentes que las palabras, han logrado desmentir esto, en todas las partes del mundo. Recuérdese que en el año 1931, al implantarse la República, no se derramó una sola gota de sangre. Se respetaron todas las creencias, incluso las religiosas, que tanto daño habían hecho al país, por su intromisión en los problemas políticos y sociales. Llegó incluso la República a votar créditos especiales y extraordinarios para atender a los religiosos. Y el pueblo no protestó.
¿Y quiere hacerse creer que este mismo pueblo,
cometiera ahora actos de vandalismo? No. Podemos afirmar de una forma rotunda y
categórica, que pudo haber algunos actos de violencia en los primeros momentos
del movimiento —actos que no negamos, porque por encima de todo, rendimos
culto a la verdad.— Pero estos hechos fueron limitadísimos y la mayor parte
de ellos, justificados y si algún error se cometió en este sentido —cosa que
es muy difícil de juzgar— fue indudablemente porque un pueblo en armas, que
ha luchado incesantemente, y qué estaba dispuesto a reprimir todo desorden y
toda sublevación, difícilmente se le puede controlar, aunque los hombres que
lo dirigen pongan en ello su buena voluntad y su máximo interés.
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