La
intervención extranjera en España, por parte de los países totalitarios fue
evidente e inmediata. La propaganda tendenciosa de los fascistas, trasladada a
los países demócratas por medio de periódicos, que facilmente se venden al
mejor postor, contribuyó a que desde el primer momento se mirara
internacionalmente el movimiento subversivo español, bajo un punto de vista erróneo
y malintencionado.
Mientras
que Alemania e Italia, enviaban toda clase de material de guerra, material que
ponían en manos de los sublevados para exterminar al pueblo español, en
Francia, Inglaterra y en tierras de América, una propaganda muy intensa de los
fascistas, presentaba a los defensores de la República como mesnadas de
salvajes, que incendiaban y mataban por el solo placer de hacerlo. Esto
redundaba solamente en perjuicio de los leales, de los que no se habían
sublevado, de los defensores de la República, que, abandonados a sus propios
medio, luchaban desesperadamente, no solo contra el fascio español sino
incluso, contra el internacional, que prestaba a este su descarado apoyo.
Y
se da el caso peregrino de que en España, que contaba apenas con unas docenas
de aparatos militares, entre bombarderos y cazas, se vio cubierto el espacio de
nuestra Madre Patria, por verdaderas nubes de aviones extranjeros, que en forma
fría y metódica sembraban la muerte, no solo en los campos de batalla, sino en
las poblaciones civiles, indefensas y alejadas por centenares de kilómetros del
teatro de operaciones. Y así, la población civil, aguantaba con verdadero
estoicismo, grandes lluvias de metralla.
Mientras
esto ocurría, para escarnio de toda razón y derecho, se nos motejaba a
nosotros de asesinos e incendiarios...
Esta
paradoja, solo se podía dar cerrando todo el mundo los ojos a la verdad y a la
razón, pues, de no ser así, debían levantarse hasta las piedras, en señal de
protesta contra el crimen que se cometía con un pueblo que lo único que hacía
era defenderse, sin medios ni posibilidades, contra los invasores y mercenarios
que pretendían convertir a España en un vasto cementerio.
Las
hordas mercenarias avanzaban sobre Madrid, con toda clase de material bélico,
llegado poco tiempo antes procedente de Italia y Alemania. Nadie, como no fuera
el propio pueblo español, elevó su airada protesta para que las cosas quedaran
en su verdadero lugar. Todo lo que, fuera de España, se hizo en relación con
nuestro conflicto, con nuestra guerra, fue contra la República y en favor de
los sublevados. Como recuerdo doloroso ahí tenemos una prueba: El famoso Comité
de No Intervención, que se presta de forma incomprensible, al establecimiento y
continuación de una farsa, que no engaña ni a sus propios autores y
representa, para el pueblo antifascista español, un escarnio y la afrenta más
grande que contra él se hace, por parte del mundo. Hubiéramos preferido mil
veces, ser objeto de la más completa indiferencia mundial, que tener que vivir
sometidos a la tutela de unas naciones que, con su incomprensión y falta de
conocimiento de nuestras propias cosas, nos confundieron con entes desalmados.
profesionales del desorden por el desorden.
Solo hubo un pueblo que, ya desde el principio, sintió en su propia carne las angustias del pueblo español. Ese pueblo, el trabajador de Rusia (que no quiere decir de ningún modo el Estado ruso), que abrió inmediatamente en los lugares de trabajo, grandes suscripciones, para dedicar lo recaudado en beneficio de los antifascistas de España. Muchos millones de rublos, recaudaron los trabajadores rusos, los cuales se dijo que su Gobierno había empleado en víveres para España.
Y
es bien cierto que hasta nosotros llegaron algunos cargamentos de comestibles,
procedentes de la U. R. S. S. Pero no es menos cierto que en aquellos momentos,
no eran precisamente víveres lo que necesitaban los españoles, para continuar
la lucha.
Lo
que precisábamos, eran armas para nuestra defensa, Material de guerra en gran
cantidad, que no se nos proporcionaba por parte alguna.
Mucho
se ha hablado, internacionalmente, de la intervención extranjera en España, y
según la opinión de cada comentarista, se ha tratado el asunto en una u otra
forma. Pero lo cierto es, y esto debe hacerse constar en forma clara, que toda
la intervención extranjera en España —tanto si ésta ha sido en favor de los
insurrectos fascistas, como si ha sido favorable a los republicanos— se ha
hecho en una forma excesivamente interesada y nunca, en ningún momento, por
simple afinidad política o social.
Alemania
e Italia, con su apoyo al fascismo español, pretendían solamente convertir
España en una colonia a su hechura, explotar sus riquezas naturales, y
establecer en nuestro país un régimen controlado por ellos. Y establecer también
en nuestra patria sus bases militares, lo que les podía representar una ventaja
decisiva en futuras acciones guerreras contra los países que consideraban sus
enemigos.
El
resultado de los últimos acontecimientos de nuestra guerra, la ocupación de
las islas Canarias y de las bases navales de Africa, del Protectorado español,
en el estrecho de Gibraltar y también de las minas de hierro de Vizcaya por
parte de Alemania, así como la posesión de las islas Baleares y el estudio a
fondo de la frontera pirenáica, por parte de los italianos, son hechos
evidentes que retratan con ruda crudeza, el gran interés de estos dos países,
puesto de manifiesto desde el principio, apoyando incondicionalmente a los
militares traidores.
Por
otra parte, la ayuda rusa —que nosotros en buena lógica no podemos negar—
ha sido una ayuda interesadísima. Esta ayuda, prestada a la República Española
por Rusia —y no en su justo valor, intensidad e interés, como Rusia haciendo
gala de su constitución social pudo hacer ha sido no menos interesada que lo
fue la de los países fascistas a los sublevados.
Cuanto
material de guerra ha entrado en España, directamente o por delegación de
Rusia, se ha pagado con oro y en entregas anticipadas. De ésto nos hubiera
podido hablar elocuentemente, D. Indalecio Prieto —que en forma pública pero
veladamente, lo dijo en un discurso que pronunció— siendo ministro Gobierno
español, cuando el oro del Banco de España, en muchas toneladas, fue
transportado desde Madrid a Cartagena, para ser embarcado en dicho puerto en la
matonave "J. J. Sister" en dirección de Cataluña, según se decía, pero más
tarde se supo que si el oro salió de Cartagena, fue con dirección a otro país.
En
la política de España, tanto interior como exterior, Rusia pretendió desde el
primer momento, y lo consiguió con creces, convertirse en nuestra tutora política.
Y así vemos como nuestros ministros de Relaciones Extranjeras, se convierten en
servidores humildes de la diplomacia rusa, y, en España, no se da un solo paso
en el terreno político, sin que antes no hayan dado el visto bueno los múltiples
representantes enviados por la U. R. S. S.
Como
sea que de esta cuestión queremos ocuparnos extensamente, tal como el caso
requiere, dejamos el asunto pendiente, para ir señalando hechos, que hasta el
momento han parecido incomprensibles y que en realidad, tienen una perfecta y
clara explicación.
De
esta hostilidad mundial no se exceptuó más que un solo
país. Y este país, el único que ha sabido conquistarse las simpatías del
pueblo español fue México. México nos apoyó desinteresadamente, sin pedir
nada en cambio. Y aún suponiendo —que lo ignoramos— que la República Española
haya abonado a dicho país el importe del material que nos remitió, hay que
convenir que México, en las cuestiones nuestras, interiores y exteriores, políticas
o sociales, no se inmiscuyó en lo más mínimo.
Por
esto, México es el país que todos los antifascistas españoles admiran y
siempre sentirán reconocimiento hacia él. Fue el único país que podemos
llamar hermano y que, en los momentos difíciles de nuestra vida, cuando más
amarguras pasábamos, nos tendió sus brazos y nos apoyó, en la medida de sus
posibilidades, sin pedir nada a cambio. Esto es digno de que lo recordemos con
agradecimiento siempre.
INDICE DEL LIBRO |
ANTERIOR |
SIGUIENTE |
REGRESE A LIBROS |